¿Presidente Bannon?Editorial del New York Times, versión español. Muchos presidentes han tenido a asesores políticos famosos y algunos de esos asesores también han despertado sospechas de que, entre bambalinas, son los que realmente establecen una agenda —recordemos, por ejemplo, a Karl Rove durante el primer mandato de George W. Bush o a Dick Morris con Bill Clinton–. Pero nunca hemos visto a un asesor moverse de manera tan descarada para consolidar su poder como con Stephen Bannon, ni hemos sido testigos de un asesor que hace tanto daño de manera tan rápida a la popularidad –o apariencia de ser competente– de su supuesto jefe.

Bannon impulsó Breitbart News como una plataforma para incitar a la extrema derecha, hizo lo mismo durante la campaña de Trump y ahora repite su acto con la Casa Blanca. Quizá era de esperarse, aunque es impresionante la rapidez con la que el presidente Trump ha trabajado por enemistarse con los mexicanos –al declarar que ellos pagarán el supuesto muro fronterizo–, con los judíos –al emitir un comunicado el día de conmemoración de las víctimas del Holocausto sin siquiera mencionarlos– y con los musulmanes –por el veto–.

Trump nunca se mostró muy dispuesto a acercarse a los votantes más allá de la base minoritaria que le dio la victoria en el Colegio Electoral, y Bannon, cuyas huellas son notorias en cada una de las iniciativas recientes, se está asegurando de que no lo haga.

Pero una nueva orden ejecutiva que politiza el proceso para tomar decisiones de seguridad nacional sugiere que Bannon se quiere posicionar no solo como el titiritero sino como un presidente de facto.

Con ese decreto, emitido el sábado, Trump dio un paso sin precedentes al nombrar a Bannon como parte del Consejo de Seguridad Nacional (CSN) junto con los secretarios de Estado y Defensa y otros funcionarios especializados de alto rango. El último jefe de Gabinete de George W. Bush, Joshua Bolten, estaba tan preocupado por separar la política de la seguridad nacional que prohibió que Rove siquiera estuviera en las reuniones del consejo. Varios asesores en política exterior se enfurecieron cuando David Axelrod, el asesor político de Barack Obama, llegó a sentarse en la mesa, pero nunca fue un miembro permanente del CSN.

Es todavía más revelador que Trump haya nombrado a Bannon al comité “principal” del CSN, que incluye a los funcionarios de más alto rango y se reúne de manera más frecuente. Al mismo tiempo, el presidente Trump bajó del comité a dos oficiales de seguridad nacional: el jefe del Estado Mayor, actualmente el general Joseph Dunford Jr., y el director de inteligencia nacional, puesto para el que está nominado Dan Coats, exintegrante del comité de inteligencia del senado y exembajador en Alemania.

Parece ser un juego de sillas burocrático, pero quiénes estén sentados en el CSN cuando se discuten temas de guerra o paz puede hacer toda la diferencia a la hora de tomar decisiones. Al darle un rol oficial a Bannon para hacer política en materia de seguridad nacional, Trump no solo rompió con las tradiciones sino que podría politizar las decisiones respectivas, o al menos dar la impresión de que están siendo politizadas.

La orden de Trump dice que el jefe del Estado Mayor y el director de Inteligencia nacional acudirán a las reuniones del comité principal solo “cuando se discutan temas pertinentes a sus responsabilidades y experiencia”. ¿Acaso hay discusiones de seguridad nacional para las que las agencias de inteligencia y las fuerzas armadas son prescindibles? Las personas en esos trabajos usualmente son los que les dicen las verdades difíciles a los presidentes, especialmente cuando no son bienvenidas.

Como demostró su primera semana en el cargo, Trump no tiene conocimientos básicos de la toma de decisiones de seguridad nacional, no tiene sofisticación alguna para la gobernanza y aparentemente poca comprensión de lo que se necesita para liderar a una nación grande y diversa. Necesita escuchar a funcionarios experimentados, como el general Dunford. Pero Bannon se ha posicionado –al igual que el nuero de Trump, Jared Kushner– como el asesor de mayor confianza, ahogando otra voces con puntos de vista alternativos. Ahora aparentemente está por encima del asesor de seguridad nacional, el teniente general retirado Michael Flynn.

Trump ha sido receptivo desde hace mucho a las políticas de Bannon, pero sería buena idea que reconsidere dejar que este dirija toda la Casa Blanca, sobre todo después del fiasco de este fin de semana por el veto musulmán. Bannon ayudó a impulsar la orden sin consultar a los expertos en el Departamento de Seguridad Nacional –nombrados por el mismo Trump– o siquiera discutirlo con el mismo CSN. Las modificaciones subsecuentes hechas por el gobierno, los reveses en las cortes y el furor a nivel internacional han hecho que el presidente no se vea como decisivo y atrevido, sino como incompetente.

Cuando era candidato, a Trump le encantaba recibir aplausos en sus mítines usando el patrioterismo de Bannon. Pero ese jingoísmo, vuelto arma vía decretos, ahora están enemistando a aliados y dañando a la presidencia.

Los presidentes tienen todo el derecho de escoger a sus asesores. Pero los espasmos iniciales de Trump al hacer política han dejado bastante claro que necesita a asesores que piensen de manera estratégica y tomen en consideración las consecuencias más allá del efecto doméstico. Imagínense que mañana Trump está involucrado en una crisis en el mar de China meridional o con Rusia en Ucrania. ¿Volteará hacia su provocador político en jefe, Bannon, con todo y su tendencia a hacer estallar las cosas? O ¿buscará el consejo de aquellos más experimentados y reflexivos del gobierno, como el secretario de Defensa Jim Mattis o el general Dunford?

New York Times

Ilustración por Selman Design