Neil Young fotografíaEn tiempos en los que los productores son sobrevalorados tanto como el procedimiento encarado para grabar un disco, Neil Young vuelve a reunirse con sus Crazy Horse para contar cuatro, tocar y grabar el resultado tal como se lo interpretó.

Y no lo hace en nombre de un puritanismo analógico sino por el placer que exhumar viejos clásicos del country & folk, y con el propósito de encontrar una respuesta a “¿qué es ser norteamericano hoy?” Es que Americana, el disco en cuestión, contempla una indagación sobre las raíces (culturales y musicales de Estados Unidos) que redunda en una suerte de songbook o antología, con detalles de cada clásico relevado en el sobre interno.

Puede resultar desconcertante esta necesidad de reafirmación por parte del canadiense, (norte) americanizado por opción. Sobre todo cuando viene de un disco etéreo y sinuoso como Le noise, grabado en una mansión sólo con su guitarra eléctrica, con asistencia del reputado Daniel Lanois (U2, Bob Dylan). Pero si algo ha caracterizado a este artista es que adhiere como nadie a eso de que el capricho es ley, y que rinde en idénticos términos en el tránsito de lo más sedoso a lo más áspero.

Su carrera se ha construido en base a ese movimiento en ziz zag. Lo curioso es que Americana lo estaciona en una disfrutable línea media.

Y entonces tenemos a Young junto a sus garageros y eventuales socios de siempre (el baterista Ralph Molina, el bajista Billy Talbot y el guitarrista Frank “Poncho” Sampedro), quienes fluyen algo encorsetados por las demandas de lo que se toca. Porque aquí los temas no son zapadas que se van en fade out o desaparecen de forma gradual. Por el contrario, terminan abruptamente por una seña del líder, que se intuye, por caso, tras el final del fatídico folk Tom Dula, que versa sobre el asesinato de una joven ex amante de un soldado confederado.

Además, las piezas elegidas no son de combustión rápida, ni ideales para consumirse en codas para electrocutarse. El repertorio impone matices a respetar. El caso más sobresaliente en este punto es el de Get a job, una composición simpática en clave doo wop que es el equivalente musical de La fiaca (película de Ricardo Talesnik protagonizada por Norman Briski): narra la historia de un tipo que sale a buscar trabajo sin demasiado empeño, para luego entregarse sin culpa a la pereza y le pone infinidad de excusas a su mujer.

Otro detalle distintivo de Americana está en cómo Young logró adecuar coros devocionales o en clave de plegaria al pulso rockero de Crazy Horse. Esto se percibe de movida en Oh Sussanah, Jesus Chariot (un servicio religioso en clave stoner, así se oye) y en el cierre de God save the Queen, una pieza del siglo 18 entonada en todo el British Commonwealth que contó con sus particularidades melódicas en Estados Unidos hasta la independencia. No tiene nada que ver con el himno antimonárquico de los Sex Pistols.

A la lista de “transgresiones” se debería sumar el acústico Wayfarin’ stranger, que obliga a Young a una expresión más confesional que declamativa, como las libertades que el personal se toma para releer a Woody Guthrie (This land is your land) y a Billy Grammer (Travel on), dos nombres propios que afectaron seriamente el objeto sobre el que Neil pone la lupa: la música popular de los Estados Unidos de América.

Para escuchar las pistas en Rolling Stone.

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