NEW ORLEANS, LA — Caminar por las calles de esta histórica ciudad es fascinante. Música en el ambiente. Bares. Tranvías que evocan películas en blanco y negro. La diversidad humana. Gente haciendo cola en las esquinas, para comprar crawfish, el crustáceo de agua dulce, que condimentado Cajún es la marca de la ciudad, para sentarse en cualquier parte y comer con una cerveza fría. Hace mucho calor.

Pero tras la calma, y el calor agobiante, persiste una preocupación. Un temor cuyas dimensiones solo los sobrevivientes de una tragedia natural como Katrina pueden apreciar. Se trata de un desastre causado por el ser humano en el golfo de México. Una fuga desenfrenada de petróleo que desde el 20 de abril viene creciendo diariamente por 210,000 galones, alcanzando unos 3.5 millones de galones, las dimensiones de la isla de Jamaica.

A menos que suceda un milagro, o se encuentre rápidamente una solución, las cosas van a empeorar. Ya comienzan a verse aves y otras especies animales contaminadas.

La BP, que admite su culpabilidad en el asunto, ha tratado de todo un poco. Un robot submarino. Una campana de 100 toneladas, un tapón con basura — sí basura. Pero nada ha funcionado. Ahora parece que lo único que queda es un pozo de relieve, que cuadrillas de obreros están cavando con un sentido de urgencia.  Pero ello puede tardar tres meses. ¡Tres meses!