Le dejan unas ronchas rojas que son inconfundibles. Muerden de noche y, dicen los expertos, inyectan un anestésico para que no los sienta la víctima así pueden hartarse con uno. Los tienen ricos y pobres. Jóvenes y viejos. Bellos y feos. Su nombre causa escalofríos. Vergüenza (aunque cada día menos). Y mucho asco.

Pero si vive en New York, mejor acostumbrarse a las chinches de cama que, igual que las cucarachas, las ratas, los borrachos, el ruido y el gentío, la porquería y la grosería forman parte de la magia de la Gran Manzana. Resignación. Ese es básicamente el veredicto de la conferencia de entomólogos que tuvo lugar en Washington, D.C, a comienzos de mes, informa New York Magazine.

Dice que entre los participantes estuvo un antiguo capo de la Junta Asesora sobre Chinches del Alcalde Bloomberg de New York. Se discutieron problemas, alternativas –unas pertenecerían a una película de ciencia ficción (lanzar una bacteria para que se los coma)– posibilidades y se llegó a una solución más realista. “El objetivo de eliminar las chinches de cama debería ser reemplazado por uno más realista de lograr control sobre los insectos”.

“Las chinches de cama no van a ningún lado por un buen rato” dijeron. Así que rásquese tranquilamente, ¡que todos lo estamos haciendo!

Artículo en inglés

Foto cortesía de edenpictures via flickr