Cantar de espejosAnte cada recuerdo llega México, ante cada asalto de la memoria está la sombra morena, la tierra generosa, las hojas secas del maíz cultivado en tierra mexicana, esa donde están sus raíces pero en el que casi ninguna vivió. Son mujeres, son escritoras, son 23 miradas de añoranza y dolor por la tierra de sus padres y de sus ancestros; son narradoras, poetas e investigadoras con voz propia que desde los años sesenta han delineado lo que se llama literatura chicana.

Sus voces resuenan a lo largo y ancho de toda la frontera entre nuestro país y Estados Unidos; territorio y cultura descritos por Sandra Cisneros, la narradora y poeta más conocida en México y la más traducida a distintos idiomas; por Inés Hernández-Ávila, la poeta, artista visual y profesora-investigadora de la Universidad de California en Davis; por Lucha Corpi, la poeta y novelista nacida en Jáltipan, Veracruz que en 1964 emigró a Berkeley, California; o por Liliana Valenzuela, Demetria Martínez o Bárbara Brinson Curiel.

“La literatura chicana vive entre culturas y se define en relación a su capacidad creativa a partir de las diferencias, de los encuentros y desencuentros, del dolor, de la rabia, de la marginación y de la imaginación, para crear una cultura y literatura propias. Podría llamársele a su literatura un malabarismo entre culturas y lenguas, la expresión de una ‘estética sincrética’, una ‘estética nepantla’ singular, un mestizaje novedoso y contestatario que en la actualidad habla de -y teoriza sobre- las realidades contemporáneas del mundo globalizado”, afirma Claire Joysmith.

La investigadora de estudios literarios, culturales, de frontera y género, así como la producción cultural chicana y latinoestadunidense, asegura a EL UNIVERSAL que las chicanidades se han adelantado a sus tiempos y han desarrollado un corpus literario, crítico y teórico, muy sólido; pero además que en su gran mayoría utiliza el “spanglish”, característica propia de esta literatura. “El español es el lenguaje de la tortilla en el comal, de los susurros maternos, de las emociones más arraigadas, por lo que es parte intrínseca de esta literatura y se expresa de las maneras más inesperadas”.

Para recuperar esa riqueza escrita de la literatura chicana, Claire Joysmith trabajó la antología Cantar de espejos. Poesía testimonial chicana de mujeres, que reune obra de 23 poetas chicanas determinadas por la frontera. “Ellas no sólo viven y cruzan fronteras internas y externas de momento a momento, ellas SON fronteras. Es decir, sus experiencias a nivel personal y colectivo, sus múltiples realidades cotidianas, sus cuerpos, su lenguaje híbrido, son un sitio, un espacio, de cruces continuos, lo cual queda plasmado en su literatura. Ellas son como el mismo río que se nombra bífido: Río Bravo y Río Grande. Ellas han explorado territorios desconocidos y su escritura en ese sentido es inédita”, dice Joysmith.

Voz propia

Aún cuando es una obra que se nutre de las vertientes de la literatura mexicana y estadunidense, la literatura chicana tiene una voz propia y muy mexicana. Es un himno a la rica tradición oral y poética y al legado de las raíces indígenas y mestizas. “Haciendo tamales mi mamá no hacía concesiones-/ nada de mftr chili, nada de u.s.d.a. carne/ nomás lo sembrado a mano y cultivado en casa”, escribe la poeta Cordelia Candelaria.

Este libro publicado por la UNAM, el Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN) y la Universidad del Claustro de Sor Juana, es la primera antología que se hace en México y que reconoce la literatura chicana hecha por mujeres.

Joysmith asegura que hoy día la escritura chicana en general y la de mujeres ha entrado en algunos casos a formar parte del canon de la literatura estadunidense. “Ya no están relegados a los márgenes y esa es una gran diferencia de los años 60 y 70. Por otra parte, muchas de las chicanas son ya reconocidas a nivel internacional y su obra está traducida a varios idiomas. Ellas tienen puestos en las universidades sobre todo, desde donde pueden abrir programas de estudios chicanos, latinos, e infiltrarse cada vez mas en los programas de género y estudios étnicos”.

Sin embargo, en México es una literatura poco conocida, incluso rechazada. “Cuando regresan las chicanas a México, son demasiado gringas, en Estados Unidos son demasiado mexicanas. Viven en el nepantla – perenemente. No pueden integrarse a ninguna de las dos culturas y crean la suya propia”, dice Joysmith.

Para ejemplo, la editora de Cantar de espejos pulsa un botón, el poema El sueño de Ana Castillo: “Lucía mi huipil colorado/ por las calles/ de una ciudad/ tan orgullosa/ tan fuerte/ que no sentí/ el primer golpe/ del rechazo”.

Por eso nació este libro, para tender puentes, para mostrar que las 23 poetas participantes que a través de su obra dan cuenta de la poesía chicana escrita entre los años 60 y 70 hasta la actualidad, se reconocen en la cultura y en la tradición mexicana.

Este libro es parte de un proyecto de más de 17 años realizado en el CISAN; un libro que compila poesía que integra lo vivencial con lo testimonial, lo individual con la colectividad para traslucir las fibras más íntimas de las chicanidades femeninas.

Así, en la poesía de estas mujeres que abrieron brecha a las que hoy escriben con mayor libertad, está el pasado y la memoria -temática socorrida de las letras chicanas-; lo prehispánico y una remitificación de la Malinche, la Llorona, la Virgen de Guadalupe, la Coatlicue y la Coyolxauhqui pero “transmutadas en íconos deliberadamente problematizados pero representativos de las problemáticas que viven en carne propia las chicanidades”, concluye Claire Joysmith.

EL UNIVERSAL

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