Jaures
En una manifestación en París en 1913

Sucedió en el “Café du Croissant”, rue Monmartre y Rue du Croissant, un 31 de julio de 1914 a las 9:40 PM.

Mientras cenaba Jean Jaurès, líder socialista francés y europeo, fue asesinado de dos balazos disparados desde atrás que le dieron en la cabeza.

El líder socialista se preparaba para escribir una editorial en contra de la Guerra que se venía encima, tras haberse declarado por telegramas entre Austria y Serbia.

Lo asesinó un Raoul Villain, de 29 años, que quería venganza nacionalista por la anexión alemana en 1870 de las regiones de Alsacia y Lorena.

Villain sobreviviría la guerra en una prisión, terminando sus días en Ibiza en 1936 combatiendo contra las fuerzas republicanas españolas.

Con Jaurès calló la una voz de trueno que se oponía a la guerra.

Screen Shot 2014-07-30 at 10.45.45 AMDesde su tribuna en el periódico socialista l’Humanité, y con su prestigio a nivel europeo, Jaurès había dicho que la clase obrera no tenía nada que ganar en la guerra.

Comenzó a organizar a través de la Internacional Socialista Pacifistas en contra de la guerra.

Los socialistas estaban listos para seguir movilizando en contra de la guerra.

Pero no hubo tiempo. Ya estaba en marcha Rusia y Alemania, y la primera batalla se daría en Bélgica durante solo semana y media después. También el tribuno por la paz había dejado de existir.

Tenía 54 años.

images-1León Trotksy, líder bolchevique ruso, diría lo siguiente de Jean Jaurès:

Jaurès emanaba bondad y magnanimidad. Pero al mismo tiempo poseía en sumo grado el talento de la cólera concentrada. No de la cólera que ciega, nubla el entendimiento y provoca convulsiones políticas, sino la cólera que templa la voluntad y le inspira las caracterizaciones más adecuadas, los epítetos más expresivos que dan directamente en el blanco.

[…] Sería necesario releer todos sus discursos y artículos contra los tenebrosos héroes del “affaire” Dreyfus. He aquí lo que decía de uno de ellos, el menos responsable: “Tras haberse entretenido en vacías construcciones sobre la historia de la literatura, en sistematizaciones frágiles e inconsistentes, el señor Brunetiere encontró por fin refugio entre los gruesos muros de la Iglesia; intentó entonces disimular su bancarrota personal proclamando la quiebra de la ciencia y la libertad. Tras haber intentado en vano sacar de su interior algo que se asemejara a un pensamiento, glorifica ahora la autoridad con una especie de admirable humillación. Y perdiendo, a los ojos de las nuevas generaciones, todo el crédito del que abusó en cierto momento, por su aptitud para las generalizaciones vacías, quiere destruir el pensamiento libre que se le escapa.” ¡Desgraciado aquél sobre el que se abatía su pesada mano!

Cuando en 1885 Jaurès entró en el parlamento se sentó en los bancos de la izquierda moderada. Pero su tránsito al socialismo no fue ni un cataclismo ni una pirueta. Su primitiva “moderación” ocultaba inmensas reservas de un humanismo social activo que más adelante se transformaría de forma natural en socialismo. Por otra parte, su socialismo no tuvo jamás un neto carácter de clase y nunca rompió con los principios humanitarios y las concepciones del derecho natural tan profundamente impresos en el pensamiento político francés de la época de la gran revolución.

En 1889 Jaurès pregunta a los diputados: “¿Se ha agotado, pues, el genio de la Revolución francesa? ¿Es posible que ustedes no puedan encontrar en las ideas de la Revolución la respuesta a todas las cuestiones actuales, a todos los problemas que tenemos ante nosotros? ¿Acaso la Revolución no ha conservado su virtud inmortal, no puede ofrecer una respuesta a todas las dificultades siempre renovadas que flanquean nuestro camino?” El idealismo del demócrata, evidentemente, aún no se ha visto afectado por la crítica materialista. Más adelante Jaurès asimilará buena parte del marxismo, pero el fondo democrático de su pensamiento le acompañará hasta el fin.

Jaurès se estrenó en la arena política en el período más oscuro de la Tercera República, cuando ésta contaba apenas quince años y, sin una sólida tradición social, tenía en su contra poderosos enemigos. Luchar por la República, por su conservación, por su “depuración”, fue la principal idea de Jaurès, la que inspiró toda su acción. Intentaba dotar a la República de una base social más amplia, acercarla al pueblo organizándolo en ella y hacer del Estado republicano el instrumento de la economía socialista. Para el demócrata Jaurès, el socialismo era el único medio para consolidar y consumar la República. El no concebía la contradicción entre la política burguesa y el socialismo, una contradicción que refleja la ruptura histórica entre el proletariado y la burguesía democrática. En su incansable aspiración a la síntesis idealista, Jaurès era, en su primera época, un demócrata dispuesto a aceptar el socialismo; en su última época se convirtió en un socialista que se sentía responsable de toda la democracia.

No fue una casualidad que Jaurès denominara “L’Humanité” al periódico que fundó. Para él el socialismo no era la expresión teórica de la lucha de clases del proletariado. Por el contrario, en su opinión el proletariado era una fuerza histórica al servicio del derecho, de la libertad y de la humanidad. Por encima del proletariado le reservaba un lugar prominente a la idea de “la humanidad” en sí. Pero al contrario que para la mayoría de los oradores franceses, que no ven en ello más que una frase hueca, Jaurès demostraba respecto a ella un idealismo sincero y activo.

En política Jaurès unía una gran capacidad de abstracción idealista a una viva intuición de la realidad.

[…] Napoleón sólo sentía desprecio por los “ideólogos” (el término es suyo), y sin embargo él fue precisamente el ideólogo del nuevo militarismo. El ideólogo no se limita a adaptarse a la realidad, deduce de ella “la idea” y la lleva hasta sus últimas consecuencias. Cuando el momento es favorable conoce los triunfos que jamás podría obtener el pragmático vulgar. Pero cuando las condiciones objetivas se ponen en su contra conoce también fracasos estrepitosos.

El “doctrinario” se aferra a una teoría a la que ha desprovisto de todo espíritu. El “oportunista-pragmático” asimila los tópicos del oficio político, pero cuando sobreviene un transtorno inesperado se encuentra en la posición de un peón desplazado por la adaptación de una máquina. El “ideólogo” de envergadura no se encuentra impotente más que en el momento en que la historia lo desarma ideológicamente, e incluso entonces a veces es capaz de rearmarse rápidamente, asimilar la idea de la nueva época y continuar jugando un papel de primera fila.

Jaurès era un ideólogo. Deducía de la situación política la idea que implicaba y, en su servicio, no se detenía jamás a mitad de camino. Así, cuando se produjo el “affaire Dreyfuss” llevó hasta sus últimas consecuencias la idea de la colaboración con la burguesía de izquierda y apoyó vehementemente a Millerand, político empirista y vulgar que no tenía nada, y jamás lo tuvo, del ideólogo, de su coraje y su grandeza de espíritu. Jaurés se metió en un callejón sin salida y lo hizo con la ceguera voluntaria y desinteresada del ideólogo que está dispuesto a cerrar los ojos ante los hechos para no renunciar a la idea-fuerza.

Jaurés combatía el peligro de la guerra europea con una pasión ideológica sincera. A veces aplicó en esta lucha, como lo hizo en todos las que participó, métodos que estaban en profunda contradicción con el carácter de clase de su partido y que muchos de sus camaradas consideraban cuanto menos arriesgados. Tenía mucha confianza en sí mismo, en su empuje, en su ingenio, en su capacidad de improvisación. En los pasillos del Parlamento, sobrevalorando su influencia, apostrofaba a los ministros y diplomáticos abrumándolos con sólidas argumentaciones. Pero las conversaciones y conspiraciones de pasillo no casaban con la naturaleza de Jaurès y no las utilizaba por sistema pues él era un ideólogo político y no un doctrinario oportunista. Para servir a la idea que le arrebataba, estaba dispuesto a poner en práctica los medios más oportunistas y los más revolucionarios, y si la idea se correspondía con el carácter de la época era capaz como ningún otro de lograr espléndidos resultados. Pero también era el primero en las catástrofes. Como Napoleón, también tuvo en su política sus Austerlitz y sus Waterloo.

La guerra mundial hubiera enfrentado a Jaurès con las cuestiones que dividieron al socialismo europeo en dos campos enemigos. ¿Qué posición habría adoptado? Indudablemente, la posición patriótica. Pero jamás se hubiera resignado a la humillación que sufrió el partido socialista francés bajo la dirección de Guesde, Renaudel, Sembat y Thomas… Y tenemos perfecto derecho a creer que en el momento de la futura revolución el gran tribuno habría encontrado su sitio y desplegado sus fuerzas hasta el final.

Pero un trozo de plomo negó a Jaurès la más grande de las pruebas políticas.

Jaurès era la encarnación del empuje personal. En él lo moral se correspondía con lo físico: en sí mismas, la elegancia y la gracia le eran ajenas. En cambio sus discursos y actos estaban adornados por ese tipo de belleza superior que distingue a las manifestaciones de la fuerza creadora segura de sí misma. Si se consideran la limpieza y la búsqueda de la forma como uno de los rasgos típicos del espíritu francés, Jaurès puede no parecer francés. Pero en realidad él era francés en grado sumo. Paralelamente a los Voltaire, a los Boileau, los Anatole France en literatura, a los héroes de la Gironda o a los Viviani y Deschanel actuales en política, Francia ha producido a los Rabelais, Balzac, Zola, los Mirabeau, los Danton y los Jaurès. Es esta una raza de hombres de potente musculatura física y moral, de una intrepidez sin igual, de una pasión superior, de una voluntad concentrada. Es este un tipo atlético. Bastaba oír tronar a Jaurès y contemplar su rostro iluminado por un resplandor interior, su nariz imperiosa, su cuello de toro inaccesible al yugo para decirse: he ahí un hombre.

La principal baza del Jaurès orador era la misma que la del Jaurès político: una pasión vibrante exteriorizada, la voluntad de acción. Para Jaurès el arte oratorio carecía de valor intrínseco, él no era un orador, era más que un orador: el arte de la palabra no era para él un fin sino un medio. Por ello, el orador más grande de su tiempo -y puede de todos los tiempos- estaba “por encima” del arte oratorio, siempre superior a su discurso como el artesano lo es a su herramienta.

[…]

Jaurès, atleta de la idea, cayó en la arena combatiendo el más terrible azote de la humanidad: la guerra. Y pasará a la historia como el precursor, el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y las caídas, de las esperanzas y la lucha.

Fuentes: AFP

Archivo del marxismo

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El último discurso de Jean Jaurés.

Pronunciado en Vaise, en las afueras
de Lyon, el 25 de Julio de 1914.
Recogido de Le Mouvement ouvrier
pendant la guerre, de A. Rosmer.
Marxist.org (via Asturias Republicana)

Ciudadanos:

Quiero deciros esta noche que nunca hemos estado, que nunca desde hace cuarenta años Europa ha estado en una situación más amenazante y más trágica que esta en que nos encontramos en el momento en que tengo la responsabilidad de dirigiros la palabra. ¡Ah! ciudadanos, no quiero forzar los colores oscuros del cuadro, no quiero decir que la ruptura diplomática de la que hemos tenido noticia hace una media hora, entre Austria y Serbia, signifique necesariamente que la guerra entre Austria y Serbia va a estallar y tampoco digo que si la guerra estallase entre Serbia y Austria el conflicto se extenderá necesariamente al resto de Europa, pero sí digo que tenemos contra nosotros, contra la paz, contra la vida de los hombres en el momento actual, unas previsiones terribles y contra los cuales será necesario que los proletarios de Europa hagan todos los esfuerzos de solidaridad suprema de que sean capaces.

Ciudadanos, la nota que Austria ha dirigido a Serbia esta llena de amenazas y si Austria invade el territorio eslavo, si los germanos, si la raza germánica de Austria hace violencia a estos serbios, que son una parte del mundo eslavo y por los que los eslavos de Rusia demuestran una simpatía profunda, hay que temer y prever que Rusia entrará en el conflicto, y si Rusia interviene para defender Serbia, Austria, teniendo delante de ella dos adversarios, Serbia y Rusia, invocará el tratado de alianza que la une con Alemania y Alemania ha hecho saber que se solidarizará con Austria. Y si el conflicto no permaneciera entre Austria y Serbia, si Rusia se mezclara, Austria vería a Alemania tomar posición a su lado en los campos de batalla. Pero entonces, ya no será solamente el tratado de alianza entre Austria y Alemania el que entrará en juego, sino que será también el tratado secreto, cuyas cláusulas esenciales se conocen, que vinculan a Rusia y Francia, y Rusia dirá a Francia:

“Tengo contra mi dos adversarios, Alemania y Austria, tengo derecho a invocar el tratado que nos vincula, es necesario que Francia venga a ocupar un lugar a mi lado.” En este momento, quizá estemos en vísperas del día en que Austria vaya a lanzarse sobre los serbios, y entonces Austria y Alemania al arrojarse sobre los serbios y los rusos, será Europa en llamas, será el mundo ardiendo.

En un momento tan grave, tan lleno de peligros para todos nosotros, para todas las patrias. Y no quiero entretenerme buscando detenidamente las responsabilidades. Nosotros tenemos las nuestras, Moutet lo dijo y yo certifico ante la Historia que las habíamos previsto, que las habíamos anunciado; porque cuando dijimos que penetrar por la fuerza, por las armas, en Marruecos era abrir la era de las ambiciones, de las codicias y conflictos, se nos denunció como malos franceses y éramos nosotros quienes nos preocupábamos de Francia.

¡Esta es, desgraciadamente nuestra parte de responsabilidad!, y se concreta, si quieren tomar en consideración a Bosnia y Hercegovina que es el motivo de la lucha entre Austria y Serbia, y que nosotros, los franceses, cuando Austria se anexionaba Bosnia y Hercegovina, nosotros no teníamos derecho ni el medio de hacerle la menor reprimenda, porque estábamos haciendo lo mismo en Marruecos y teníamos necesidad de que nos perdonasen nuestro propio pecado perdonando nosotros los pecados de los demás.

Y entonces nuestro ministro de Asuntos Exteriores decía a Austria:

“Vos pasamos lo de Bosnia y Hercegovina, a condición de que vosotros nos paséis lo de Marruecos” y difundíamos nuestras ofertas de penitencia de potencia en potencia, de nación en nación, y decíamos a Italia: “Podéis ir a Tripolitania, puesto que nosotros estamos en Marruecos, puedes robar en el otro extremo de la calle, puesto que yo he robado en la otra parte.”

Cada pueblo aparece a través de las calles de Europa con su pequeña antorcha en la mano y ahora tenemos el incendio. ¡Y bien, ciudadanos!, tenemos nuestra parte de responsabilidad, pero no oculta la responsabilidad de los otros y nosotros tenemos el derecho y el deber de denunciar, por una parte, la cazurrería y la brutalidad de la diplomacia alemana, y, por otra parte, la duplicidad de la diplomacia rusa. Los rusos que van quizá a tomar partido por los serbios contra Austria y que van a decir “Mi corazón de gran pueblo eslavo no soporta que se haga violencia al pequeño pueblo eslavo de Serbia. “Sí, ¿pero quién fue el que golpeó a Serbia en el corazón? Cuando Rusia intervino en los Balcanes, en 1877, y cuando creó una Bulgaria, digamos independiente, con el pensamiento de poner la mano sobre ella, dijo a Austria: “Déjame hacer y te confiaré la administración de Bosnia y Hercegovina.” La administración, ustedes comprenden lo que eso quiere decir, entre diplomáticos, y desde el día en que Austria-Hungría recibieron la orden de administrar Bosnia y Hercegovina, sólo tuvo un pensamiento, que fue el de administrarlas lo mejor posible para los intereses austrohúgaros.”

En la entrevista que el ministro de Asuntos Exteriores ruso tuvo con el ministro de Asuntos Exteriores de Austria, Rusia le dijo a Austria: “Te autorizaré a anexionarte Bosnia y Hercegovina a condición de que me permitas establecer una salida sobre el Mar Negro, cerca de Constantinopla.” El Sr. D’Ærenthal hizo una señal que Rusia interpretó como un sí, y ella autorizó a Austria a tomar Bosnia y Hercegovina; luego, cuando Bosnia y Hercegovina estaban ya en los bolsillos de Austria, dijo a Austria: “Ahora es mi turno en el Mar Negro.” “¿Qué? ¿Qué es lo que os dije? ¡Nada de nada!”, y desde entonces viene el conflicto entre Rusia y Austria, entre el Sr. Iswolsky, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, y el Sr. D’Ærenthal, ministro de Asuntos Exteriores de Austria; pero Rusia había sido el cómplice de Austria al entregar a los eslavos de Bosnia y Hercegovina a Austria-Hungría y de haber herido el corazón de los eslavos de Serbia. Es lo que la compromete en las vías donde se mueve ahora.

Si desde hace treinta años, si desde que Austria tiene la administración de Bosnia y Hercegovina, hubiera hecho el bien a estos pueblos, no habría hoy dificultades en Europa; pero la clerical Austria tiranizaba Bosnia y Hercegovina; quiso convertirla por fuerza al catolicismo; y al perseguirla en sus creencias, levantó el descontento de estos pueblos.

La política colonial de Francia, la política hipócrita de Rusia y la voluntad brutal de Austria contribuyeron a crear el estado de cosas tan horrible en el que estamos. Europa se debate en medio de una pesadilla.

¡Y bien, ciudadanos!, en la oscuridad que nos rodea, en la incertidumbre profunda en la que estamos sobre lo que será el mañana, no quiero pronunciar ninguna palabra temeraria, espero todavía a pesar de todo que a causa mismo de la enormidad del desastre que nos amenaza, en el último minuto, los gobiernos se contendrán y no tendremos que estremecernos de horror pensando en el cataclismo que implicaría hoy para los hombres una guerra europea.

Ustedes vieron la guerra de los Balcanes; un ejército casi entero sucumbió en el campo de batalla o en las camas de hospitales, un ejército formado por trescientos mil hombres, que yacen en la tierra de los campos de batalla, en las zanjas de los caminos o en las camas de hospitales infectados por el tifus cien mil hombres de los trescientos mil.

Hay que pensar lo que sería un desastre semejante para Europa: no sería ya, como en los Balcanes, un ejército de trescientos mil de hombres, sino cuatro, cinco y seis ejércitos de dos millones de hombres. ¡Qué masacre, qué ruinas, qué barbarie! Y es por esta razón, cuando la nube de la tormenta ya está sobre nosotros, por lo que todavía quiero esperar que no se consumará el crimen. Ciudadanos, si estalla la tempestad, todos, nosotros los socialistas, tendremos la preocupación de salvarnos lo más pronto posible del crimen que los dirigentes habrán cometido. Esperemos, si nos queda algo, si nos quedan unas horas, para redoblar los esfuerzos para prevenir la catástrofe. Ya, en el Vorwaerts, nuestros camaradas socialistas de Alemania se levantan con indignación contra la nota de Austria y creo que nuestra oficina socialista internacional ha sido convocada.

Sea lo que fuere, ciudadanos, y digo estas cosas con una especie de desesperación, no hay ya, en el momento en que nos amenazan de asesinato y de salvajadas, más que una oportunidad para el mantenimiento de la paz y la salvación de la civilización, y es que el proletariado una todas sus fuerzas que cuentan con un gran número hermanos: franceses, ingleses, alemanes, italianos, rusos, y que pidamos a estos millares de hombres que se unan para que el latido unánime de sus corazones aleje la horrible pesadilla.

Me daría vergüenza de mí mismo, ciudadanos, si hubiera entre vosotros uno sólo que pudiera creer que pretendo utilizar en favor de una victoria electoral, tan valiosa como pueda ser, el drama de los acontecimientos. Pero tengo derecho a deciros que es nuestro deber, el de todos vosotros, no desperdiciar una sóla ocasión de poner de manifiesto que estáis con este partido socialista internacional que representa en estos momentos, bajo la tormenta, la única promesa de una posibilidad de paz o del restablecimiento de la paz.