Campo concentraciónACTUALIDAD DEUTSCHE WELLE — Hace 75 años los nazis erigieron el campo de concentración Buchenwald cerca de Weimar. Convertido en monumento conmemorativo de las vidas que allí se extinguieron, este lugar atrae a cientos de personas de todo el mundo.

Por lo general, quienes suben a la colina de Ettersberg, en las cercanías de Weimar, no lo hacen para disfrutar del panorama. A la vista está un bosque espeso, un par de pueblitos, un valle verde; en fin, un paisaje tranquilo que podría ser descrito como idílico si no fuera por la imponente y ominosa presencia del campo de concentración Buchenwald. Construido hace 75 años por los nacionalsocialistas alemanes y convertido décadas después en monumento conmemorativo de las vidas que allí se extinguieron, este lugar atrae anualmente a cientos de personas de todas partes del mundo.

Buchenwald fue erigido en julio de 1937 en el corazón de una región que hasta entonces había sido un lugar de vacaciones y excursiones muy frecuentado. La cara sur de este complejo arquitectónico, reservada para los miembros de las SS y los regentes del campo, estaba protegida de las inclemencias del tiempo, mientras que en la cara norte el viento intensificaba el frío al que estaban expuestos los prisioneros. El portón de Buchenwald con la leyenda “A cada uno, lo suyo”, su gigantesco patio central, la alambrada y las torres de vigilancia hacen evidente que esta construcción fue diseñada con fines macabros.

“El campo de concentración no era un secreto”, asegura Ronald Hirte mientras dirige la visita guiada por Buchenwald. El historiador señala que, desde el pie de la colina, todos podían ver lo que ocurría porque el bosque no estaba tan tupido como ahora. Buchenwald está a diez kilómetros de Weimar, pero muy pocos en la ciudad de las artes parecen haber querido saber lo que tenía lugar “allá arriba”. “Con todo y que muchas empresas de Weimar subsistieron gracias al trabajo de los prisioneros”, cuenta Hirte.

Buchenwald hoy, una misión educativa

Miles de personas de todas partes de Europa fueron deportadas y llevadas a Weimar. Desde allí se veían obligadas a subir a pie hasta Buchenwald. Más adelante, una línea de ferrocarril –construida por los propios prisioneros– unió a la ciudad con el campo de concentración en la colina. En el patio central, los reclusos permanecían de pie durante horas, en la mañana y en la noche, mientras las autoridades de Buchenwald los contaban para cerciorarse de que ninguno faltaba. En una hilera de cuartos pequeños, sin luz ni ventilación, muchos de ellos fueron torturados y asesinados sistemáticamente.

El ambiente en Buchenwald es pegajoso, opresivo, espeluznante. Pero eso no amilana a quienes están interesados en conocer directamente las condiciones bajo las que vivieron los perseguidos del nacionalsocialismo alemán. Quien visite el monumento conmemorativo de Buchenwald se percatará de inmediato de la variedad de idiomas que escucha durante el recorrido. Grupos provenientes de distintos puntos del globo, integrados por personas de varias generaciones, se acercan a diario a las instalaciones de Buchenwald.

Eso sí, el objetivo de este centro conmemorativo no es atribuir culpas ni sermonear a nadie. “Nosotros lo que queremos es llamar la atención hacia sucesos del presente, teniendo como referencia lo que ha ocurrido en el pasado”, comenta el historiador Volkhard Knigge, director de Buchenwald, haciendo alusión a fenómenos de gran actualidad como la violación de derechos humanos, la exclusión social, el extremismo de derecha y el nacionalismo. “Esta es una labor educativa con aspectos históricos, políticos y éticos”, enfatiza Knigge.

Autores: Cornelia Rabitz / Evan Romero-Castillo
Editor: José Ospina-Valencia

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