A finales de 1950, el psicólogo Milton Rokeach reunió a tres pacientes psiquiátricos, cada uno con el delirio de que era Jesucristo y durante dos años los observó en el Hospital Estatal de Ypsilanti, Michigan.
Sus experiencias fueron el tema del libro, publicado en inglés únicamente en 1964, “The Three Christs of Ypsilanti” (Los Tres Cristos de Ypsilanti) que reseña Vaughan Bell en Slate.
“Las primeras reuniones fueron borrascosas. ‘Usted debe adorarme a mí, se lo estoy diciendo!’ uno de los Cristos gritó. ‘¡No te adoraré! Tu eres una criatura!’, responde el otro. ‘No hay dos hombres que sean Jesucristo. … Yo soy el Señor’, el tercero intervino, escasamente ocultando su ira”.
El “experimento” (si así puede llamarse al episodio) de Rokeach marca un enfoque nuevo para su época, señala Bell. En aquellos días, se encerraba bajo llave a los pacientes mentales. Pero, al mismo tiempo, el libro es un frío relato de cómo los investigadores, sin ningún tipo de ética ni vacilación, manipularon las vidas de Leon, Joseph, y Clyde en aras de la curiosidad científica.
Rokeach se esforzaba por explicar los trastornos mentales como reacciones comprensibles a los acontecimientos de la vida. Y, por consecuencia, pensaba que era posible el hacerlos comprender sus delirios.
Sin embargo, los autoproclamados Mesías permanecieron aferrados a sus identidades. Debaten, discuten, argumentan, en algún momento llegan a darse golpes, pero nada parece alterar la intensidad de sus convicciones.
“Sólo León parece vacilar, con el tiempo pidiendo que se dirijan a él como ‘Dr. Justo Idealed Dung’ en lugar de su apodo anterior de ‘Dr. dominorum Domino rexarum et Rex, Vixta Christianus Puer mentoniano Doctor, la reencarnación de Jesucristo de Nazaret'”.
Pero, según Rokeach, ello no es más que un intento de evitar el conflicto y no un intento de cambiar su identidad.
Con los año, Rokeach vio la atrocidad de su experimento y se disculpó en un epílogo a la edición de 1984: “Yo realmente no tenía ningún derecho, ni siquiera en nombre de la ciencia, para intentar ser Dios e interferir día y noche con la vida cotidiana de ellos”.
Los tres Cristos de Ypsilanti, concluye Bell, es una jornada en la profundidad de la locura de no tres, sino cuatro, hombres en un manicomio.
“Ya sea científico o paciente psiquiátrico, suponemos que los otros son más propensos que nosotros mismos a estar errados, y damos por sentado que nuestras creencias se basan en un razonamiento y una observación sólidos. Esto puede ser lo más cercano que podamos llegar a la revelación: entender que nuestras convicciones más firmes pueden estar equivocadas”.