Reflexiones de Juan Manuel UrrutiaMADAGASCAR — Ayer mientras regresaba de una reunión con la directora de Salud, Población y Nutrición de la Agencia para el Desarrollo del Gobierno de los Estados Unidos, USAID, sumido en una especie de nostalgia mezclada con y algo de placer estético, estaba observando una “miscelánea malagache”, un puesto atendido por una mujer en el que, con su hijita aún en brazos, ofrece desde cebollas y tomates hasta ropa. Verdadero documento que muestra la pobreza y precariedad de Madagascar.

Madagascar en el mapaVolteo la mirada y veo a tres niñas descalzas, con sus impecables uniformes, regresando del colegio. Otra vez. Esa es la imagen que tengo grabada de mi primer despertar en 1993 en Antananarivo.

Nunca lo olvidaré. Eran cerca de las seis de la mañana. Oía voces de niños y niñas conversando, cantando, jugando, solo las voces. Creí que era parte del sueño y me esforcé por despertar. Ya despierto sentado en el borde de mi cama la lógica me decía que generalmente esos canticos y esas voces se acompañan con los sonidos de los pasos y los brincos de esos niños juguetones.

Entonces ¿por qué sólo las voces?

screen-shot-2016-11-07-at-7-05-48-amMe asomé a la ventana. Efectivamente la calle, que debía ser una calle central de Taná, estaba llena de niños y niñas que iban al colegio. Con uniformes impecables, las niñas con moños y trenzas y colitas también impecables. Pero iban descalzos, todos. No tenían zapatos. Entonces era como si estuviesen caminando en el vacío.

Veintitrés años después la imagen no tiene nada del romanticismo que le di la primera vez. Esta vez, mi trabajo es mirar que ha pasado en los últimos cinco años. ¡No logro apartar la recurrente idea de que Madagascar no ha mejorado para nada en 23 años!

Cambiado, sí, mucho. Cuando vine en 1993, Antananarivo era una ciudad pequeña, construida en las colinas que rodean el lago de las Jacarandas. En medio de arrozales extensos, llenos de patos y gansos que se convertían en un delicioso foiegrass. Tenía cierto orden, cierta belleza. Ahora tiene 3 millones de habitantes, el 70% muy pobres. Muchísimos desempleados que deambulan por las calles en el rebusque.

screen-shot-2016-11-07-at-7-06-12-amSe ha ido desarrollando o desordenando, dejando muchos espacios todavía ocupado por arrozales, con pocas calles y muchos carros. El desorden del tráfico es infinito. El mismo recorrido toma quince minutos o dos horas, nunca se sabe.

Casi siempre al lado de la calle pululan pequeños comercios, muy pequeños comercios, de ropa vieja, de zapatos usados, de frutas que no se antoja comer. Y gente caminando y sentada en el andén, si es que lo que hay al lado de la calle se puede llamar andén.

Las ciudades dejan recuerdos en la mente. Tana para mi era una ciudad de arquitectura colonial francesa, con muchos árboles, y muchas flores y olía a eso, a árboles y flores. Ahora huele a agua estancada en canales llenos de basuras. El cuarenta por ciento de la población de Antananarivo no tiene baños. Como dicen en ciertos lugares de Colombia, ensucian en la calle. Y eso huele.

Llegó la hora de salir al campo. Me voy con una colega malagasy, experta en evaluación y seguimiento, para la región de Itasy, en el altiplano.

Los primeros 80 kilómetros los hacemos en hora y media por una carretera pavimentada, estrecha. Mucha gente caminando por la carretera, el conductor tiene la costumbre de pitarles, lo que hace que cada dos minutos zas el claxon. Me siento en la calle noventa con carrera once en Bogotá, mientras trato de adormilarme en mi asiento.

screen-shot-2016-11-07-at-7-39-49-amLlegamos a Arivontimamo, la cabecera urbana de la región. Ahí visito el consultorio de un médico que pertenece a una franquicia del programa que estamos evaluando. El doctor Bernard me recibe muy amablemente y se sorprende cuando le digo que atienda a sus pacientes, un hombre y tres mujeres, que esperan sentados en una banca al lado de la puerta del consultorio. No hay sala de espera, ni enfermera que le diga a uno con voz militar de mando, siéntese y espere su turno. El doctor los saluda a todos por su nombre.

Cuando van saliendo los entrevisto. Viven en el pueblo. Cerca. Conocen al doctor hace años, es el médico de la familia. Una mujer de 25 años, con tres hijos, me dice que el doctor la está viendo desde la adolescencia. Tuvo su primero a los 19. Le pregunto si planifica, bien sur me dice. El doctor le pone la inyección cada tres meses. Y ¿porque tres niños, tan joven? Es la costumbre acá me responde. Las niñas se casan jóvenes para irse de la casa y el primer bebé llega rápido. Su marido es latonero, ella profesora y tienen gallinas y dos bueyes. Son acomodados. Viven con unos 150 dólares al mes.

Completo otras tres entrevistas de paciente y le toca el turno al doctor. Siguiendo el instrumento que sentados en nuestros escritorios de cucarachos internacionales desarrollamos, cuya primera pregunta era observe la sal de espera, cosa que por estos lados no existe, la gente espera en una banca cuando hay banca o acurrucada en el piso; le pido al doctor que me muestre una historia clínica. Se supone que deben llenar una historia clínica y actualizarla cada vez que ven al paciente.

screen-shot-2016-11-07-at-7-06-28-amSonríe, me mira, y me dice “los conozco a todos”, se toca la cabeza y agrega “aquí están las historias”. Chao instrumento, a conversar. Obtengo la información. Buen médico, trata de todo, entiende a la gente, aconseja y cobra, el equivalente de 15,000 pesos colombianos por consulta. Y eso es mucho para algunos. Da crédito y si no hay plata pues la consulta sale gratis.

De ahí pasamos al centro de salud, en Colombia sería un hospital de distrito de nivel 2. Mucha gente, muchas mujeres jóvenes con sus bebés. Esperan horas, no tienen con qué pagar 15,000 pesos por una consulta, así que esperan. Se arma una barahúnda. Hay que evacuar un paciente grave para Antananarivo, la ambulancia tiene las cuatro llantas pinchadas y parecería que hace varios años que está así.

Un enfermero sale en su moto a la carrera y regresa con dos camionetas. La gente aconseja, discute. Todo mundo tiene algo que decir. Después de varios intentos de ingeniería de transporte logran instalar al pobre tipo en la parte de atrás de una de las camionetas y arrancan para Taná. Me dice el conductor de nuestro carro, “ojalá no se muera en el camino, en esa camioneta duran por lo menos 3 horas y cuando leguen a Taba les toca e trancón, y sin sirena, le pauvre dice.

Y ahora el rodeo, dice el chofer. Salimos para Miarniravo, que es donde está la ora clínica. Son 20 kilómetros. Calculo que estaremos allá en 45 minutos. Nos tardamos 3 horas por una trocha llena de grietas. Los locales nos pasan en sus bicicletas, sonrientes.

Así paso siete días en el altiplano de Madagascar. El paisaje es casi siempre el mismo, preciosas montañas deforestadas y en plana erosión. En los valles, los arrozales de ese intenso verde esmeralda, o ¿será que las esmeraldas son verde arrozal? Eso tendría más sentido porque hay más arrozales que esmeraldas.

Hablando con la gente. Conociendo la pobreza y la resignación y dignidad con que la viven estas gentes siempre amables, siempre sonrientes. Exceptuando las letrinas que de vez en cuando hay que usar, los olores son agradables. Hay patos y gansos, foiegrass caminante, por todas partes. Pocos perros.

Ni Alex ni los pingüinos ni el rey Julien aparecen por ninguna parte, mis nietos no me la van a perdonar, tocará seguir buscando.