Juan-Manuel-26-300x270Es el más cínico de los nombres para lo que viven los bogotanos hoy en día, la más inhumana de las condiciones.

He aquí una breve descripción de lo que es la capital de la República tras tres administraciones de la gente del Polo, los últimos, los progresistas del M19, electores de Lucho Garzón y de Samuel Moreno de quien posteriormente renegarían.

Salir a caminar es un ejercicio sano, aconsejado, pero en Bogotá se convierte en deporte extremo.

Si uno logra superar las zanjas y troneras que abundan en los andenes, unos ciclistas salvajes que andan por unas “ciclo-rutas” inventadas disminuyendo el espacio de esos andenes y unos conductores y motociclistas  que salen a la calle a practicar el deporte de la cacería de peatones, cuando uno llega a su destino le deberían dar una medalla de los famosos XGames de ESPN.

En todas las ciudades “humanas” la gente anda por las calles tranquila, si necesita comunicarse con alguien o simplemente si le da la regalada gana de mirar un twit, pues saca el celular sin poner su vida en riesgo, pero en Bogotá ¡no!

Caminar y hablar por el celular, o mirar un mensaje se sale aun de los parámetros de los más extremos de los deportes extremos, tal vez comparable con irse a nadar con los tiburones blancos llevando un buen filete de sashimi de atún recién cortado aún sangrante en la mano.

Como no se puede caminar, opta uno por el transporte público.

La solución obvia es el Transmilenio.

Pero no soluciona nada o muy poco.

En amplios sectores de la ciudad no hay alimentadores, hay pues que caminar largas distancias para llegar a la estación y por largas me refiero a 25 cuadras de más o menos cien metros, es decir 2.5 kilómetros de campo traviesa.

O sea que para llegar al Transmilenio primero hay que vivir la experiencia de la caminada.

Ahora bien si se le ocurre a uno trabajar en un horario normal, o sea de 8 a 5, las lleva.

No solo tiene que llegar al Transmilenio sino que tiene que sobrellevar la experiencia que incluye, después de una hora de “cola”, sauna, masaje y si es mujer examen ginecológico.

Ni hablar de los atracos y raponazos.

Qué decir de la alternativa de la tradicional buseta.

Es lo mismo que el Transmilenio pero por calles destrozadas, en busetas destrozadas, que paran en donde les viene en gana.

Toma uno entonces la poco ecológica decisión de sacar el carro. Paqué le cuento.

Entre los huecos de las calles, y los muy educados conductores bogotanos que paran en donde les viene en gana, que han descubierto que el antídoto para las señales de prohibido estacionar no son los estacionamientos sino las luces intermitentes, la más amplia de las calles, que en Bogotá nunca es de más de tres carriles, se convierte en un camino de herradura por el que pasan interminables filas indias de carros que van pitando.

En Bogotá a los que no tienen con qué proteger sus barrios, les toca vivir en casas enrejadas al acecho de malandrines de toda índole, pandillas barras bravas de equipos de fútbol etc.

Los que tienen con qué han cerrado sus barrios con esquemas de seguridad que no afectan a nadie, que en la mayoría de los casos son serviciales y que son la expresión de la máxima que reza que es mejor la prevención que la policía.

Resulta que ahora en tiempos de humanismo, la administración anda empeñada en imponer una visión “diferente”.

Una visión que tacha a sus críticos como corruptosssssss, mafiosossssssssss, miembros de los cartelessssssssssss de la contratacióng.

Esa visión no se ha preocupado por tapar los huecos de las calles porque para qué gastarse la plata para que los ricos anden en sus carros de lujo.

Esa visón ha embolatado el muy importante proyecto de la ALO, la vía que resolvería en buena parte el problema de movilidad porque en los terrenos que administraciones anteriores habían ido adquiriendo con responsabilidad, el humanismo resolvió construir unas universidades que igual ni siquiera están planeadas.

Esa visión arremete ahora contra los esquemas de seguridad de las “urbanizaciones” que se construyeron hace sesenta años como conjuntos cerrados, demoliendo casetas de vigilancia que a nadie estorbaban y que obstaculizaban la labor de los delincuentes y desvalorizando las propiedades, casi todas ellas casas que dado que contaban con la protección de la urbanización, no tienen esquemas propios de seguridad en una ciudad en donde las casas tienen casi todas enrejados que las hacen parecer cárceles.

Esa visión que arremete contra los constructores que desarrollan proyectos para subsanar el déficit de vivienda de la ciudad en sitios donde al visionario humanista no le parece.

Esa visión nos anuncia una valorización de 20% en los avalúos que redundará en un aumento substancial de los impuestos prediales.

¿No será que ha llegado la hora de aplicar la verdadera resistencia civil y negarnos masivamente a pagar los impuestos distritales?

Foto: by carlosf via flickr

Bogota 100 con 15