Juan-Manuel-2En el artículo 278 del proyecto de reforma al POT de Bogotá aparece la siguiente perla: “para los usos relacionados con la prostitución y actividades afines, el centro comercial debe restringir el acceso de menores de edad, debe estar ubicado en áreas de actividad de integración o actividad económica intensiva, no debe presentar exhibiciones de la actividad exterior y cuando se mezcle con otros usos, los accesos deben ser independientes”.

Este tema será seguramente mejor tratado por expertos en temas de prostitución y trabajo sexual como mi amigo Machicho a quien no le da ninguna pena definirse como putólogo.

Con él hemos tenido muy interesantes intercambios sobre la evolución de lo que los mojigatos llaman la profesión más antigua del mundo.

La base de nuestros intercambios es que compartimos experiencias profesionales, él en su calidad de investigador muy serio sobre temas de violencia y pandillas, que se cruzan con frecuencia con la explotación y el comercio sexual, y yo por mis trabajos en prevención de ETS y VIH/SIDA en los años 90.

Me refiero a la noticia del día de ayer que seguirá dando que hablar por un rato, según la cual el Gobierno Distrital incluyó en la propuesta de Plan de Ordenamiento Territorial un artículo para regular la prostitución.

El titular de El Tiempo, ayer en la mañana, señalaba que el POT incluía una norma que permitiría llevar la prostitución a los centros comerciales.

Y la que se armó.

Es muy divertido como el morbo invade, inmediatamente, toda discusión que tenga que ver con este tema.

Y las expresiones que resultan.

Sobresale por inteligente y llena de humor la de Felipe Zuleta Lleras en Blu radio, que he adoptado como título de este requesón.

Pero oímos mucha estupidez desinformada.

Según el Secretario de Planeación, responsable de presentar el POT, la idea es crear una especie de concentraciones del putas, perdón, de trabajadoras sexuales, que prestarían sus servicios en unos centros comerciales especializados en determinadas zonas de la ciudad.

Lo que aduce el pobre señor es que la redacción del artículo les quedó mal.

La posibilidad de que en los centros comerciales se permitiera y reglamentara el ejercicio de la prostitución sonaba sumamente divertida.

Al llegar al centro comercial uno encontraría un aviso que más o menos diría: “zona roja, cuarto nivel a la derecha del patio de comidas, prohibida la entrada a menores de edad, servicio de guardería” o algo así.

O habría un corredor llamado el “camellón de las damiselas” donde las trabajadoras ofrecerían sus encantos y servicios.

A la entrada del corredor habría un vigilante mal encarado que se haría millonario dejando pasar a  los menores de edad.

La verdad es que mientras quienes se quemaron las pestañas  preparando el POT pensaban en cómo aplicar la ley que ordena reglamentar el ejercicio de la prostitución, quienes participan de ese comercio, clientes, prestadoras y  prestadores del servicio, y administradores han ido definiendo las modalidades.

Con la expansión del Internet, el negocio se ha vuelto más informal.

Hoy en día hay un gran número de “pre-pagos” que ofrecen sus servicios sin recurrir a la calle ni al burdel.

Para atender esa “clientela” aparecen hoteles de paso, que se van concentrando en ciertas zonas de las ciudades y en algunos lugares los hoteles “normales” toleran el uso de sus instalaciones por parte de sus clientes.

Al mismo tiempo las verdaderas profesionales, aunque utilizan el ciber-espacio para ofrecer sus servicios, recurren al burdel para atender a los clientes desconocidos. Cuando se vuelven habituales van con ellos a otros lugares o los llevan a sus apartamentos.

Esos burdeles tienden a ubicarse en zonas específicas de las ciudades que van invadiendo, protegiendo, cuidando. Decía ayer una periodista de Blu radio que la zona que concentra los burdeles en el barrio Santa Fé en Bogotá es de las más seguras de la capital.

En Yakarta, Indonesia, tuve la oportunidad de realizar un trabajo de sensibilización de administradores y trabajadoras en una serie de prostíbulos que estaban en un claramente demarcado distrito rojo. Desde una perspectiva de salud pública tenía la ventaja que era posible controlar las condiciones de prestación del servicio.

En ese mismo viaje me hice llevar por un chófer de taxi contactado a través del “conserje” de mi hotel a un burdel más secreto. Ahí había menores de edad ofreciendo sus servicios. Estaba fuera del radar de las autoridades sanitarias, y seguramente protegido y explotado por las de policía.

Tendería a suponer que Bogotá no es diferente.

Los lugares públicos, de dirección conocida y que no esconden su actividad comercial son más controlables y más seguros, para los clientes y para quienes allí ofrecen sus servicios. Las trabajadoras sexuales que trabajan en las calles conocidas por todos, seguramente también están bajo el radar de las autoridades, tanto las que las quieren proteger y ayudar, como las que pretenden explotarlas.

Mientras tanto, quienes ejercen las actividades de forma semi-profesional, estudiantes que se cuadran el mes o la semana con uno o dos clientes conseguidos a través del Internet, son mucho menos controlables y controladas. Ellas y sus clientes asumen más riesgos.

Podría uno concluir que la propuesta incluida en el nuevo POT, una vez corregido el error de redacción que nos hizo creer que los centros comerciales se iban a volver del putas,  tiene su lado amable.

La reacción inicial de las comunidades sin embargo es negativa.

Pese a que la prostitución florece como negocio porque hay un aumento de la demanda, las comunidades siguen estigmatizando su ejercicio. A nadie parece interesarle que le instalen un Centro Comercial El Metiro en su barrio.

Con toda franqueza a mí me daría más susto que al lado de mi casita pusieran un edificio de oficinas especializado, para que allí se instalaran los contratistas del Estado colombiano, que cien burdeles y uno que otro sex shop, pero así soy yo.