Juan-Manuel-2Habemus papam me dijeron al llegar a mi casa el martes a la hora del almuerzo, me angustié.  Carajo me dije, no alcancé a ver quiénes eran los papabiles, y ya nombraron a uno que desconozco totalmente, ahora cómo hago para criticarlo.  Mi hija estaba hablando de unas papas gratinadas deliciosas que estaban en el horno y que ella quería que nos sirvieran de inmediato, por eso dijo habemus papa y no Habemus Papam.

La angustia sin embargo me puso en modus pensanti.  La pregunta ¿y del Papa qué? Merece una respuesta.

Por andar dedicado a tratar de entender a Chávez poco o nada conozco a los “papabiles”.

Empiezo por confesar que a mí el Papa, en principio, me gusta mucho menos que la Iglesia.

Alcancé a pensar en una iglesia sin Papa, una Iglesia que tendría unos líderes espirituales y muchos sacerdotes y monjas trabajando con y por las comunidades y menos sacerdotes y monjas, conspirando y adulando, en el Vaticano.  Una Iglesia con menos pompa y circunstancia y con más humanismo.

He sido durante ya casi cuarenta años un decidido promotor de los métodos anticonceptivos modernos, sigo creyendo que el condón ha sido elemento fundamental en la lucha contra la pandemia del VIH/SIDA.

Creo en el derecho que tienen las mujeres a decidir sobre su cuerpo aunque no me gusta le aborto per se.

Creo que las parejas del mismo sexo son parejas y que como cualquier pareja tiene, en principio, derecho a adoptar.  Obviamente en estas circunstancias soy un excelente candidato a la excomunión.

Me parece que el Vaticano es una institución arcaica que se ha ido alejando de la espiritualidad y cuyo propósito central es el ejercicio del poder.  La institución papal es una de las que menos me gusta de las instituciones eclesiásticas, como que concentra todo lo malo de la Iglesia, la pompa, la riqueza, la falta de transparencia, el poder.

Pero había que aceptar que habría Papa.

Entonces pensé que me hubiera gustado un Papa que se pareciera a los sacerdotes que trabajan con las comunidades en el programa de Desarrollo y paz del Canal del Dique.

Un Papa que se inspirara en la hermana Rosa que trabaja en Aguablanca en Cali  y que debería ser candidata al Nobel de la Paz.

Un Papa al que le pareciera más importante el trabajo de la Pastoral Social y de Caritas que la oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo.

En fin un Papa que lidere una Iglesia al servicio de sus fieles, un Papa que sea el líder espiritual de la mayoría de los católicos y no de los más reacios extremistas.  Que no les guste al procurador colombiano ni a sus colegas del Opus Dei, ni a los Caballeros del Santo Sepulcro.

Me gustaría un Papa que lleve a la Iglesia a entender que el celibato ya no es defendible.

Me gustaría un Papa que acepte que la homosexualidad es una preferencia sexual y no una enfermedad.

Porque ese Papa aceptaría que hay que destapar las ollas podridas de los abusos de los curitas y de los obispos para erradicar la práctica de una vez por todas.  Todavía en nuestros países hay muchos “sobrinos y sobrinas” de los sacerdotes en las casas curales de los pueblos.

Si al sacerdote le gustan las mujeres, que consiga mujer y dé ejemplo de pareja cristiana y si le gustan los hombres que ejerza su preferencia sin tener que esconderse en la sacristía.  Suena crudo.  Yo tengo el más profundo respeto por los sacerdotes y muy poco por lo que se vuelven esos mismos sacerdotes cuando van ascendiendo en la jerarquía.

Admiro profundamente la labor social y humanitaria de las monjas pero creo que es hora que las dejen ejercer su vocación en igualdad de condiciones que a los hombres.  Me gustaría ver muchas monjas haciendo lo que hacen los sacerdotes y muchos sacerdotes haciendo lo que hacen las monjas.

En fin, pensaba, me gustaría un Papa que emprendiera la tarea de completar lo que empezó Juan XXIII, modernizar y humanizar a la Iglesia.

Termino esta pensadera y se me ocurre que quién diablos soy yo para creer que tengo derecho a decir qué tipo de Papa me gustaría, si ni siquiera voy a misa.

Habemus Papam.  Argentino, sorpresivo.  Jesuita que es la comunidad que mejor me cae.  La gran mayoría de los curas admirables que he conocido han sido jesuitas.

Un obispo humilde, que aún como arzobispo de Buenos Aires se iba al trabajo en bus y vivía en un sencillo apartamento en lugar del palacio arzobispal. Habla claro, dice lo que piensa sin rodeos, así lo demostró con los Kitchner a quienes se ha opuesto durante los últimos diez años en varios campos.

En contraste con Benedicto XVI quién fue el guardián de la doctrina antes de ser elegido, Francisco I es conocido por haber modernizado la conservadora Iglesia Argentina.

Ha dicho insistentemente que  “la inequidad es un pecado que social que clama al cielo” y se ha dedicado a enfatizar que la labor de la Iglesia es atender a los pobres y a los marginados.

O sea que el Papa Francisco se parece bastante a lo que yo hubiera querido.

Como habla claro se sabe que se opone abierta y francamente al matrimonio entre parejas del mismo sexo, al aborto y a la planificación familiar con métodos modernos.  No podía tenerlo todo.

Como Jesuita imagino que no es del gusto de los del Opus Dei y eso me cae bien.  La izquierda argentina no lo quiere, les parece excesivamente conservador y lo acusan de haber colaborado con la dictadura en 1976, lo que él ha negado.

De él se espera mucho.

Sobre todo con la curia romana que conoce muy bien y en donde dicen hay serios problemas de gestión, de luchas por el poder y de falta de transparencia.  Se dice que durante las reuniones previas al cónclave le habló claro a sus colegas sobre la necesidad de erradicar los escándalos, la corrupción y las luchas internas vaticanas.

Su primer gran acto público es una audiencia con la prensa que cubre los eventos en Roma.  Se ve ahí la huella de los Jesuitas, expertos en comunicaciones.  Se ve ahí también un claro entendimiento que los problemas de la Iglesia no se arreglan tan sólo con la oración y que el deber del Papa es más que rezar por los pecadores y mantener el statu quo.

Amanecerá y veremos.

Por ahora hay esperanza para unos y resignación para quienes pensamos que la modernización de la Iglesia, y su acercamiento a las comunidades requiere de una revisión de las muy ortodoxas posiciones en todas las materias relacionadas con la sexualidad humana.

Ahora bien, la humanidad puede seguir viviendo en medio de los pecados sexuales pero no tendrá futuro si no elimina el pecado de la inequidad.