Juan Manuel UrrutiaEste fin de semana se me alborotó la pensadera.

He querido entender ¿qué es lo que nos está pasando? El cuento tiene de largo lo que tiene de largo lo que tiene de ancho porque va desde pequeñas cosas hasta cosas muy gordas.

Tuve una serie de encuentros y de desencuentros relacionados con la ética de las personas.

Dos lecturas me impresionaron mucho: 1 y 2

Los dos escritos se refieren desde ángulos diferentes a un mismo problema, y ahí mi pensadera.

¿Hacia dónde vamos?

Los dos artículos se refieren a un mismo país en donde la falta de autoridad y la debilidad del Estado han llevado a la gente del común a no creer en la autoridad, a tomarse las cosas por sus manos, a resolver los problemas y sobre todo los conflictos sin recurrir al Estado.

¿Qué puede uno esperar de la gente del común que ve la cínica cara de “aquí estoy y aquí me quedo” del presidente de la Corte Constitucional y de paso al que se inventó la frase defendiendo la democracia del maduro en Venezuela?

¿Qué ejemplo está proponiendo el “abogado” que dice que el derecho está por encima de la ética, cómo así?

¿Para qué respetar la ley si los que tienen con qué siempre se salen con la suya?

¿Siempre? Me dirán. Bueno, casi.

¿Para qué respetar las señales de tránsito? Eso más bien se lo delegamos al amigo del fiscal que está en Miami gozándose la que se robó. Respetando, allá sí, las leyes que aquí se pasó por la faja.

Me produce angustia la actitud de las élites que se rasgan las vestiduras cuando uno de los suyos hace manifiesta la cultura imperante del ¿Usted no sabe quién soy yo? Mientras ellos se sienten por encima de la ley.

Acaso ellos no están diciendo ¿Usted no sabe quién soy yo? cuando le ordenan a “su conductor” y a “sus escoltas” que estacionen las camionetas 4X4 negras blindadas debajo de la señal de prohibido parquear en una vía de alta circulación y le dicen “Usted de aquí no se me mueve”.

Acaso ellos no le están anunciando a los demás “quién manda aquí” cuando se meten en doble fila para saltarse la cola de una cuadra para ingresar al estacionamiento de la iglesia a donde tienen que ir a pararse en el atrio a hablar de negocios, o de lo mal que va el proceso de paz, mientras adentro se celebran las honras fúnebres de fulano o de sutana, y terminan interrumpiendo el tráfico de una de las calles con mayor circulación de la ciudad, en donde por coincidencia están estacionadas las camionetas de los que no tienen que meterlas al estacionamiento porque el conductor los espera.

Hay qué verlos tan aconductados apenas aterrizan en Nueva York o en París en sus frecuentes viajes al exterior.

Me espanta ver la foto de los colados en Transmilenio con los demás pasajeros mirando pasivos o ¿impávidos?

Acaso no entienden que los sobrecostos que genera el abuso de los que no pagan terminarán afectando las finanzas, el servicio y las tarifas futuras.

Hoy hace cien años, unos señoritos bogotanos acabaron presos por calumniar al gobierno.

 

Hoy un señorito golpea e insulta a la policía y lo mandan par la casa a que pase la rasca.

Hace cien años decir que el ministro de Gobierno era el que tenía la plata era calumnia. Hoy lo que sería calumnia sería decir que ciertos alcaldes y magistrados, y banqueros y contratistas, no tienen plata, ni fincas, ni casas, ni nadita que comer, como la pobre viejecita.

Entonces todos a una como Fuenteovejuna, a violar cuanta ley y norma se nos atraviese por el cómodo camino que queremos recorrer y como decía mi madre “el que venga detrás que arrié”.

Stampede