Juan-Manuel-2Decidí tomarme unos días de descanso de verdad.  Me fui a mi amada Cartagena.  Menos Internet, menos televisión y muy poco  radio.  Mantenerme aislado de la noticia por unos días.

Regresa uno y lo atropellan tantas noticias. Entre ellas unos novelones en desarrollo de temas a los que ya me he referido  que me tienen en éxtasis.

El primero es el novelón del soplapitos o soplón, (whistleblower) Edward Snowden.  Resulta que el tipo se anda paseando por el mundo con tres computadoras llenas de información.

Y eso ha dado para toda clase de absurdos y menos absurdos.

Los gringos están verdaderamente furiosos y han caído en uno que otro absurdo.

Le han llamado traidor a la patria y han amenazado con encanarlo de por vida en venganza por habernos contado que todos los ciudadanos que usemos el teléfono o la interné estamos sujetos  la vigilancia del Imperio.

Con ello han afianzado su estatus de héroe, luchador contra el imperio.

Acto seguido, Rafael Correa, uno de los peores enemigos de la libertad de opinión y persecutor de cualquier medio que se atreva a disentir se convierte en adalid de los derechos humanos y anuncia que Ecuador está estudiando la posibilidad de ofrecerle asilo al soplapitos.

Creen que con eso limpian con el codo lo que hacen cada día con la mano.

Para completar, la gente de wikileaks, que por obvias razones apoya a Snowden, sale a defender el record en materia de libertad de prensa del gobierno ecuatoriano y a condenar a los grupos que han denunciado la despiadada persecución de que son objeto los medio ecuatorianos.

Esto ya es de Ionescu, teatro del absurdo.

Me he divertido montones con el cuento de los periodistas, más bien paparazis, que compraron boletos en un vuelo de Moscú a la Habana, para tan solo producir una foto de una silla vacía.

Le han debido preguntar a un expresidente colombiano lo que significa una silla vacía.

Me muero de la risa con el cuento de Putin que dice que Snowden está en plena libertad en el área de tránsito del aeropuerto de Moscú, si estuviera en plena libertad, estaría en un hotel de Moscú, o en un vuelo hacia el descubrimiento de la verdadera libertad en Quito.

Apuesto a que el tipo va al baño acompañado de un amable ruso a quien lo único que le falta es ofrecerle que se lo sacude.

Los gringos siguen con su retórica vengativa y demostrando que ya no son tan poderosos como ellos creen y que a muchos países sus pataletas les valen huevo. Que por el contrario les dan oxígeno a los gobiernos emproblemados.

Se especula que Snowden podría hacer escala en el templo de la libertad que han convertido a Venezuela el maduro y el podrido, no faltaba sino esa.

El novelón esconde dos crudas realidades.

Una que los Gobiernos sienten que en aras de proteger la seguridad del Estado pueden secretamente espiar a sus ciudadanos y que la tecnología de hoy permite que le espíen a uno hasta los muñequitos que pone en el aifon.

Dos que en nombre de la libertad de opinión se pretenda tolerar la sustracción de información clasificada por las agencias de seguridad.

Cualquier juicio que hagamos sobre la conducta de Snowden o de cualquier soplapitos o soplón como se le diría en español debe tener en cuenta una muy fina raya que limita lo aceptable y necesario con lo condenable.

Ni los excesos del Gobierno americano en su sed de venganza ni los elogios de tiranos como Correa y otros a la ejemplar conducta de Snowden contribuyen a un debate serio.

Si lo miramos con mesura; los americanos deben explicar ¿por qué necesitan, para descubrir a sus enemigos, saber todo lo que dicen y hacen todos?

Los defensores de Snowden tienen que entender que una cosa es alertar sobre los excesos de un Gobierno y otra sustraer documentos sometidos a la reserva.

Lo primero se lo agradece la humanidad, lo segundo lo persiguen todos los Estados.