imagen cortesía Epa Ogie Eboigbe

Por estos días hace un año, quienes seguimos de cerca las informaciones de China, buscando noticias sobre la evolución de la persecución a los pueblos Uigur, nos topábamos con las primeras noticias sobre la aparición de un nuevo virus, parecido al H2N2 o algo así, en Wuhan. 

A ningún analista, ni siquiera a los más avisados expertos se le pasó por la mente que ese virus fuera a poner patas arriba, si patas arriba, al mundo.

Juan Manuel Urrutia

Empezó 2020.  Los chinos primero y la OMS después, quisieron ser cautelosos o simplemente esconder la verdad y cuando volteamos a mirar, ya en febrero el virus empezaba a causar desastres en Europa, primero Italia y España, luego el Reino Unido y lo que siguió.  Suspensión del tráfico aéreo, cierres, cuarentenas, quiebras.

Las industrias y las empresas que dependían de la intensa movilidad de los seres humanos generada por el avance de la globalización se vieron, de la noche a la mañana, al borde de la catástrofe.  Mientras tanto aquellas industrias y empresas que entraron a llenar el vacío de lo “presencial” vieron un acelerado crecimiento de sus negocios y de sus utilidades.

Para el verano las sociedades habían, a las malas, aprendido a vivir con el virus.  Unas mejor que otras.  Asuntos como la disciplina social, el cuidado esencial, el distanciamiento social se volvieron pan de cada día.

Como cada año, comunicadores y analistas hacen el balance.  Y el de 2020 es, por decir lo menos, negativo.  Ahí están las cifras.  Ahí están los muertos y también los que no, los que lograron sobrevivir.  

En mi caso he preferido hacer otro tipo de balance.

El 17 de marzo de 2020, mi esposa y yo nos salimos de Bogotá para instalarnos, mientras duraba la cuarentena, en una casa de fin de semana en la sabana de Bogotá.  Aquí seguimos, la casa de fin de semana se ha ido convirtiendo poco a poco en vivienda permanente, con todos los cambios que ello implica.  De una vida totalmente urbana hemos pasado a una vida eminentemente rural.  Con todas sus ventajas y desventajas. 

El virus nos puso la vida patas arriba.  Ni mal ni bien, sólo patas arriba.

Inicialmente en marzo cuando mandaron a los niños y niñas a estudiar a sus casas me ofrecí transitoriamente para apoyar las clases virtuales de mis dos nietos.  Nada más permanente que lo transitorio.  Durante lo que restó del año, cada mañana en un comienzo y luego cada tercer día, mi mañana se dedicó a acompañar esas clases virtuales.  Debo decir que ha sido una bendición.  Me acerqué inmensamente a los dos, hoy somos más amigos, más compinches y sobre todo los conozco mucho mejor, en una forma que las visitas semanales a almorzar y a aprovechar de la complicidad de los abuelos no lo hubieran permitido.

De esa experiencia entendí cuán complicada puede ser para un niño o una niña la virtualidad.  Entendí que el efecto de la pandemia puede haber sido devastador para muchos de ellos que no tienen el acceso privilegiado a la tecnología.  

Si, la pandemia destapó las desigualdades y la inequidad de una sociedad que en el progreso y la globalización nunca se preocupó por los que se iban quedando atrás. 

En el mejor de los casos, se pretendió palear esas inequidades con medidas asistencialistas.

Así llegamos al final de 2020.  Con las imágenes, que los medios realzan, de la iniciación de las “campañas” de vacunación en los países ricos y con los países menos ricos haciendo cola.  La aparición de tres, o cinco, vacunas contra el Covid-19 nos muestra dos caras.

Una cara muy positiva, la velocidad con que se llegó a una vacuna, algo nunca antes visto.  Se prevé que en el primer semestre de 2021 la mayoría de los países severamente afectados por la pandemia estarán desarrollando programas masivos de vacunación. 

Una menos positiva a la que llego tras 20 años de haber dedicado mi trabajo a luchar contra otras dos enfermedades que han causado estragos, a saber, el VIH Sida y la malaria.  La OMS reporta que en 2019 hubo 229 millones de casos de malaria, la gran mayoría en países de África subsahariana.  El mismo informe reporta 409 mil muertes, la mayoría de ellas en niños y niñas menores de cinco años y de nuevo concentradas en países pobres.  Hay, de nuevo según la OMS, 75.7 millones de personas viviendo con HIV y la pandemia ha matado a 32 millones de personas desde que comenzó.  

Se pregunta uno:

 ¿Qué hubiera sido de esas dos enfermedades asesinas si en su momento la comunidad internacional hubiese dedicado los mismos esfuerzos a producir una vacuna, como se hizo para el Covid-19?

¿Hubiera sido diferente la respuesta si el VIH Sida y la malaria hubieran causado los mismos estragos en los países ricos, predominantemente blancos, que los que han causado en los países africanos?

Un deseo final para el año que viene.  Esperemos que en tanto que la humanidad avanza en su lucha por detener la pandemia del Covid-19, quienes toman las decisiones en materia de salud pública y de ayuda internacional utilicen los aprendizajes para combatir y erradicar de una vez por todas otras enfermedades que causan terribles estragos y que ponen enorme presión sobre los sistemas de salud pública de los países más pobres.

A mis lectores gracias por seguirme con paciencia este año y mis deseos para un 2021 definitivamente mejor que el año que termina.