Al lahu ákbar.

Después sigue la recitación del Corán, que puede ser muy emocionante.

Dios es grande.

Minar_Baitul_FutuhJuan Manuel UrrutiaEsa frase, conocida como el tekbir, se oye en las ciudades musulmanas, pero también en Londres o ciertos barrios de Paris, desde todos los minaretes, al comienzo de la llamada a la oración, cinco veces al día.

Esa frase la oyen todas las víctimas del terror antes de su sacrificio.

Estoy en proceso de regreso a mis actividades como consultor internacional en el área de la ayuda para el desarrollo.

La primera etapa es en Burundi uno de los diez países más pobres del mundo.

Voy a apoyar un programa de alianzas público privadas para el desarrollo de programas de malaria y de salud materno infantil, prevención de VIH-SIDA y Planificación Familiar con las empresas de telefonía móvil y las cadenas de gasolineras.

Regreso al África después de casi cinco años, salí en Junio de 2010 espantado por la cercanía de un mundial de fútbol que prefería ver en televisión.

En mis andanzas por el continente africano, conocí muchas facetas que hacen de África un lugar a la vez fascinante y aterrador.

En mi primera vida africana, en Marruecos entre 1996 y 1998, conocí la moderación musulmana.

Conocí el caos de Lagos en Nigeria, la pobreza en los países de Sahel, Mali Niger, Bourkina Fasso.

DakarMe fascinó Dakar ciudad inesperadamente cosmopolita, en donde las noches comienzan tarde y terminan temprano. En donde se baila esa música de África occidental que por estos lados llaman champeta, acompasada, lenta, para bailar en un baldosín. Dakar, ciudad de mayoría musulmana en donde sales de las discotecas a oír el primer llamado a la oración desde los minaretes.

Amé las dos caras de la mujer musulmana, rescatada en la calle, apasionada en la entrega.

Como mis amigas católicas de los setentas, con la píldora anticonceptiva, muchos de mis amigos musulmanes que no se tomaban un trago en un bar, se gozaban un jamón serrano con una copa de vino en mi casa o en un restaurante en París. Uno de ellos, filosóficamente me decía: “es que el Patrón no conoce tu casa infiel, sírveme otra copita de vino que nadie me está viendo”. Bebíamos un vino llamado “Vin Gris de Kerouane” que era un rosado seco, maravilloso, producido en Marruecos. Eso si el viernes a la mezquita.

Mi amiga que me hizo conocer a la mujer musulmana llegó a una cena en mi casa, de fin del ayuno, durante Ramadán, portando una linda túnica con bordados espectaculares que la cubría desde el cuello hasta los pies. Siempre la había visto con vestidos occidentales, algunos algo atrevidos. Le dije “estás muy recatada” me respondió “je ne porte rien dessous”, no tengo ropa interior puesta. Las noches locas del Ramadán

El que reza y peca empata.

Conocí el extremismo de los imanes de Mali que mandaron apedrear y quemar unas vallas en las que se promovía el uso del condón.

Los carros con los que distribuíamos los condones fueron apedreados en 1995. Hasta ese entonces para mí la violencia inspirada en la mezquita no era creíble.

En Marruecos tuve un amigo cercano conocedor del Islam. Nos ayudó a resolver la crisis de Mali a donde lo invitamos a que estableciera puentes con los líderes musulmanes a ver si lográbamos apaciguar a los imanes.

Descubrimos que la rabia, la incitación a la violencia era porque no se les había consultado, ellos en principio no se oponían al uso de condón, “los hombres tienen que protegerse, la píldora si era inaceptable porque le permitía la infidelidad a la mujer”.

Karim se llamaba, me explicaba porque el régimen de Marruecos, tolerante con los judíos, cosa rara en el mundo “árabe”, con las mujeres que no tenían ninguna obligación de usar el velo, en donde se vendía alcohol en los supermercados y restaurantes, era tan intolerante con los “integristas”.

Resulta que desde finales del siglo pasado el rey Hassan II estaba convencido que el fanatismo y el extremismo musulmán era la gran amenaza para el mundo árabe. En Marruecos todo se toleraba menos el frente Polisario y los integristas. Cuánta razón tenía Hassan II.

Visité, en 1996 y 1997, El Cairo en donde viví un mundo árabe diferente, laico, caótico. Conocí a Maät una diosa que me encanta. Supe de la hermandad musulmana, reprimida por el régimen de Mubarak. Estuve paseando por el templo de la reina faraona Hatshepsut cuyo nombre nunca olvidaré desde que mi hija, de 19 años entonces, me dijo “fácil pá, piensa en hot shit soup”. En ese templo, en 1997, Occidente descubriría la monstruosidad del extremismo basado en el Corán, que yo todavía me niego a llamar musulmán.

Salí de esa África predominantemente musulmana en 1998.

Luego vinieron Afganistán Irak y Septiembre 11 en New York.

Regresé al otro lado de África en 2005, basado en Johannesburgo tuve mucha actividad en los países de África del Este, Kenia, Uganda, Etiopía Zambia Malawi.

En todos esos países hay presencia musulmana, que aumenta hacia el norte. Pero son países de mayorías cristianas.

Desde esa África viví las bombas en Madrid en 2004, en Londres en 2005, luego en París, todas ligadas con Al Qaeda. Occidente amenazado, la guerra contra el terror, la cacería de Bin Ladden y de la cúpula del movimiento terrorista.

En esa ocasión y durante seis años conté con el consejo sabio de una maravillosa mujer musulmana. Nunca se quitó el “hiyab” pero nunca se tapó la cara. Cerraba a puerta de su oficina para orar tres veces al día, ayunaba todos los viernes, y era dueña de la más envidiable calma y espiritualidad. Experta como pocos en malaria, la doctora Halima Mwenessi, musulmana hasta el tuétano, casada con cristiano. Keniana.

Desde siempre, Somalia fue “problema”.

En 1992 los Marines norteamericanos desembarcaron. En 1993 tras la batalla de Mogadishu y el famoso episodio de Black Hawk Downsalieron con el rabo entre las patas. Somalia se volvió territorio ingobernable. Surgieron los piratas somalíes que sembraron el terror en los mares occidentales del óceano índico. Etiopía, Uganda, Kenia y luego a Unión Africana han tratado de imponer el orden el Somalia. Ahí nació Al Shabab.

Trabajando en un programa de distribución de mosquiteros para prevención de paludismo, en 2006 conocí de las andanzas de Boko Haram en el norte de Nigeria, a donde n podíamos ir.

He seguido de cerca el crecimiento del fenómeno del califato de IS.

Hace apenas unas semanas comentaba con mi esposa, “tranquila, no me voy a meter con ningún país con presencia musulmana”. Apenas hice ese comentario, me sentí mal. Estoy discriminando. El terrorismo basado en el Corán no es musulmán pensé. No hay razón para evitar a los musulmanes.

Pero me muero de miedo.

Boko Haram, IS, o Al Shabab son capaces de matarme a mí que soy agnóstico, porque les parezco cristiano. Mi amiga musulmana moriría apedreada y lapidada. Mi amigo Karim, el que defendió siempre la moderación, seguramente sería decapitado. En cuanto a mi maestra Halima, imagino el dolor que tiene en el alma a ver que en su amada Kenia, pretendidos musulmanes asesinaron a 146 jóvenes, por ser cristianos:

No, no me atrevería a irme a pasar tres o cuatro semanas a Kenia, ni a Mali, ni a Niger, ni a Nigeria, países en donde ya pasé más tiempo.

El terror se está apoderando de nosotros.

Mis pensamientos están con tantos amigos musulmanes que conocí en África, gente buena, todos.

Mis sentimientos están con mis amigos cristianos de Kenia y de Nigeria y de Etiopía y de Uganda. Y con todas las mujeres del mundo musulmán, las creyentes y las de otras religiones.

Porque todos están amenazados por los extremistas.

Infieles ellos.

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