BOGOTA. ESPECIAL PARA EL MOLINO — Uno de esos lugares comunes, que son más comunes que lugares, es la frase “el mundo que le vamos a heredar a nuestros nietos”.  Frase que usamos aún si no hay nietos.

Resulta que hace tres semanas he tenido la bendición de tener una nieta a quien adoro.  Y resulta que el lugar común dejó de ser lugar y común, y se volvió pensadera.

En efecto, me ha dado por pensar un poco más en la dirección que lleva la sociedad del siglo veintiuno.

Trato de imaginar como será el mundo en unos veinte años, digamos, cuando Julia, mi nieta, comience a enfrentarse a la vida.  Asumo que así será, que en el año 2032 una mujer de veinte años tendrá que tomar decisiones y supongo, estadísticas en mano, y si no me da alguna chiripiolca previa, que yo por ahí andaré diciéndole “Julia, cuando yo tenía tu edad…” y ella andará pensando “ qué cansón el abuelo con sus rollos”.

Pienso entonces en lo que vivimos en los tiempos que corren.

Veamos algunos ejemplos. Los Estados Unidos se montaron en una guerra sin sentido en Irak, se suponía que para liberar a los iraquíes. En vez liberaron un monstruo de violencia sectaria, y liberaron unos billoncitos de dólares para que se los ganaran contratistas del Departamento de Defensa, extrañamente cercanos al vicepresidente de turno. Pero los iraquíes están tal vez peor que antes de que el señor Bush resolviera liberarlos.

Los Estados Unidos también montaron a eso que llaman Occidente en una guerra esa con algo más de sentido, en Afganistán, pero como estaban ocupados en Irak ganándose unos pesitos, no le pusieron tantas bolas a Afganistán y esa guerra también es hoy en día un sinsentido.  Es decir, las guerras del siglo veintiuno no han servido sino para enriquecer a los vendedores de armas, a los contratistas de defensa y a uno que otro gobernante inescrupuloso.

Si miramos la economía mundial, la Unión Europea, que se inventó el Euro para convertirse en potencia competitiva, está que se derrumba.  Salvo la economía alemana, los demás países que se metieron en el cuento del Euro tienen su futuro bastante comprometido.

Los bancos nunca habían estado tan cuestionados, ni sus actuaciones habían sido tan cuestionables.  Los banqueros nunca habían hecho tantas pilatunas, pero tampoco habían ganado salarios tan jugosos ni bonificaciones tan indignantes.

Sin embargo, pretenden resolver la crisis del Euro en una operación de salvamento de los bancos y banqueros inescrupulosos. ¿Con qué? Con los recursos ahorrados por medio de draconianas medidas de austeridad que generan más pobreza y más desempleo.

Es decir, el salvamento de las economías europeas servirá para enriquecer a los banqueros a costa de los demás.

¿Esto para donde va?  La tesis que he empezado a ver, cada vez con más claridad, es que hay un lugar común entre las guerras, las crisis y la falta de escrúpulos de gobernantes, banqueros y empresarios.  Ese lugar común nace del modelo de sociedad que se basa en la acumulación de riqueza por encima de la creación de riqueza.

Un modelo que promueve la acumulación de los recursos por encima de su defensa y de su creación. Un modelo económico predador, de los recursos naturales y de los recursos humanos.  La guerra de Irak se la inventó el señor Bush para favorecer a su vicepresidente y a los socios de aquel con multibillonarios contratos de “defensa”.

Esa guerra estuvo basada en dos enormes mentiras: una, que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva, y dos, que Hussein apoyaba a Al Quaeda.  Mintieron para lograr el objetivo.

¿Le suena?  A mí me suena, me suena a Barclays que mintió para cuadrar la tasa de interés interbancaria, el famoso LIBOR.  A mi me suena, me suena a JP Morgan Chase cuyo CEO mintió para esconder pérdidas de más de siete billones de dólares.  A mi me suena a GlaxoSmithKline, que mintió para promover algunos de sus medicamentos, tanto así que le clavaron una multa de tres billones de dólares.  Me suena a falsos testimonios, que en su momento pretendieron demostrar que el calentamiento global era una invención de los ecologistas, con el fin de proteger la acumulación de ganancias de las empresas que no quieren controlar los gases de efecto invernadero.

También me suena a los falsos positivos del Gobierno de Uribe en Colombia, en donde militares inescrupulosos mataron a jóvenes de los estratos más bajos y los disfrazaron de guerrilleros para cumplir con la metas de la “Seguridad Democrática”. Me suena a falsas desmovilizaciones, y me suena a los falsos programas de subsidios agropecuarios que se utilizaron para favorecer a los amigos y conseguir recursos para financiar campañas.

Es todo lo mismo.

¿En qué momento la sociedad aceptó que se puede mentir para lograr objetivos de acumulación?  Cuando el concepto de que el resultado es más importante que el proceso se volvió la ética de los negocios y de la política.  Cuando enriquecerse desmedidamente es objeto de admiración, y quien lo cuestiona es tildado de extremista cuando no de terrorista.  La sociedad admira y emula a quien tiene y muestra mucha plata, nadie se pregunta de donde la sacó.

Cuando yo estaba chiquito a uno le decían que la esposa del Cesar no solo tiene que ser sino que tiene que parecer.  Ahora la máxima es hay que ser, y cuando no se puede ser hay que parecer, así sea mintiendo.

Nadie pregunta ¿y esa persona qué ha hecho, qué ha construido? La pregunta es ¿cuánto tiene, cuánto ha acumulado?  Y el que tiene no tiene que explicar cómo lo obtuvo.  Y cuando tiene que explicar se consigue a unos voceros que mienten y tergiversan porque ellos también quieren tener, acumular, sin importar el cómo.  Entonces todo se va desvirtuando.  Claro me dirá el alto ejecutivo de HSBC o de cualquier multinacional farmacéutica, “usted le va a dejar a su nieta mucha pensadera, yo prefiero dejarle platica así haya que cortar algunas esquinas y decir unas mentiritas”.