Juan-Manuel-26-300x270Esa es una de esas frases cuya validez nadie puede negar.

La toma un extremista y chao.

El secuestro de 276 niñas en un internado del norte de Nigeria ha puesto de nuevo en primera página a ese país.

Los que no lo conocían se espantan con la frialdad del líder de Boko Haram – -que traduce “la pretenciosidad es anatema” y no “la educación occidental está prohibida” como dicen algunos medios occidentales– cuando lo ven anunciar que las va a vender. Que esas niñas no deberían estar educándose sino casándose.

En medio de la indignación hace un par de días asistimos a la masacre que el grupo terrorista llevó a cabo en el pueblo de Gamboro Ngala, en la frontera con Camerún, en donde mataron a más de cien personas y posiblemente más de 300, en el día de mercado.

201212811924596580_20Cuando en desarrollo de los programas de prevención de SIDA, en los años 90, recorríamos las carreteras africanas vendiendo condones, siguiendo las tácticas de las empresas comercializadoras de cigarrillos visité muchísimos mercados africanos en lo que llaman el Sahel, que está al norte de la frontera de Nigeria con Niger. Tengo grabadas en mi mente las escenas de esas multitudes: colores, olores y sonidos, en medio de un descampado arenoso.

Luego ya en el siglo veintiuno participé en la planeación de una campaña de distribución masiva de mosquiteros en los estados del norte de Nigeria, que es donde operan esos asesinos. Por ahí tengo un video de esas jornadas

Se me pone la piel de gallina imaginando el ruido de la metralla y los alaridos de pánico y de terror.

Luego imagino un silencio desgarrado por el grito de una madre o de una esposa al lado del cadáver de su ser querido.

La primera vez que fui a Nigeria aterricé en Lagos, por allá en 1996, después de un viaje vía Amsterdam, con pérdida de conexión y todo. Pese a que me prometí que no volvería, me tocó tragarme mis palabras y volví tres veces entre 2004 y 2008.

En ese primer viaje me secuestraron el pasaporte a la llegada y la maleta a la salida, en ambas ocasiones tuve que pagar rescate.

En efecto, al llegar, después de hacer fila un buen rato le entregué mi pasaporte al señor de inmigración que estaba sentado en un pupitre, no había ventanilla.

El señor procedió a entregarle mi pasaporte a otro que estaba parado detrás de él y, en un inglés que me costó entender, me dijo que me hiciera a un lado. Pasó un rato, dos ratos, muchos ratos. Pasaron muchas personas.

Se estaba desocupando la zona y yo seguía “a un lado”, se me acercó un tercer señor que me dijo “give me fifty dollars if you want to see your passport back”. Simultáneamente un policía me preguntó que en donde estaba mi pasaporte e insinuó que me iban a tener que detener y deportar.

Le di los cincuenta dólares al tipo, pasé inmigración, recogí mi maleta, me metí a un baño a confirmar que no, que no me había cagado del susto, y salí en taxi para el hotel. Ese recorrido en taxi no lo recuerdo. En esa ocasión me hospedé en un hotel de lujo en la isla Victoria, que es donde viven los ricos de Lagos, que son muy ricos.

No salí de la isla pues el propósito de mi viaje era explorar las posibilidades de encontrar apoyo del Gobierno nigeriano para un programa de mercadeo social de anticonceptivos. De Lagos volamos a Abuja, la capital en donde todo fue más placentero, salvo las conversaciones con el Secretario General del Ministerio de Salud, quien sin empachos preguntó que a él cuanto le tocaba.

A la salida la cosa fue parecida pero no tan asustadora.

A todos los pasajeros nos hacían reconocer las maletas que estaban enfiladas en la plataforma, eso me pasó en varias ocasiones en mis viajes por África. Cuando me tocó el turno no encontraba la mía. Me preguntó un agente ¿cómo es su maleta? Le expliqué y me dijo “tranquilo deme veinte dólares y se la traigo, pero apúrese que ya va a salir el avión”. Tuve que volver a pagar.

En ese primer viaje se me ocurrió decir que Lagos era el caos organizado.

Luego me di cuenta de mi estupidez, Nigeria es el caos, punto.

Esa percepción nunca cambió.

Tengo miles de anécdotas. Tengo queridos amigos nigerianos. Tengo queridos enemigos nigerianos. Me gusta el fútbol de Nigeria. Me gusta mucho la música nueva nigeriana. Nunca las entendí bien, pero he de confesar que las telenovelas nigerianas tienen un éxito arrollador en África.

En una ocasión se perdió un barco nigeriano lleno de petróleo, iba para Brasil y terminó en el sureste asiático, el ministro de petróleo le había vendido el crudo a unos mafiosos de por allá.

En uno de mis viajes, a llegar a registrarme en el hotel Intercontinental, el tipo de la recepción me pidió plata para respetar mi reserva pues tenían “sobrecupo”.

Esa es Nigeria.

El país más corrupto del mundo.

No me sorprende entonces que en semejante caos de país aparezca, perdure y se fortalezca un movimiento terrorista como Boko Haram. Lo demás es horriblemente anecdótico. En medio del desgreño de la clase dirigente nigeriana, surgió en 2002 el norte pobre de un país rico, pero en el sur un movimiento terrorista llamado Boko Haram.

El Gobierno de Nigeria le había puesto mucho más bolas a la insurrección del Delta del río Níger, que es la zona rica en petróleo, en donde los insurgentes pusieron en aprietos a las petroleras.

Lo del norte empezó a preocuparlos en 2012, cuando ya el movimiento se había fortalecido suficiente para convertirse en el dolor de cabeza que estamos presenciando.

imagesTodo parece indicar que el secuestro de las niñas le ha hecho ver a la comunidad internacional lo que hace años quienes algo hemos tenido que ver con Nigeria y sabíamos.

Ahora vendrán toda clase de promesas y de intervenciones.

Yo sólo subrayo que ni es el primer secuestro ni es la primera masacre que comenten esos dementes.

 

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