200-2En días pasados en una tertulia con mis amigotes del colegio y mi esposa tuvimos una larga conversa sobre la prostitución entre estudiantes de las universidades. Cinco por ciento de estas señoritas cuadran sus ingresos con algún trabajo sexual. Es lo que los expertos llaman el trabajo sexual esporádico consensual.

Juan_Manuel_UrrutiaNo hay proxenetas que exploten a las trabajadoras. Se ofrecen por medio de las páginas de internet. Una googliada con la palabra clave universitarias/prepagos produce más de 5 páginas de referencias. La primera, famosa hace unos 15 años, se llamaba polvos.com, gran nombre.

La idea de mi amigo es impulsar una “cruzada moral” contra la prostitución en las universidades. El discurso básico es “o te ganas la vida con tu cabeza o te la ganas con tu cuerpo”.

Antes de prohibir el trabajo sexual es necesario eliminar toda relación entre profesores (as) y alumnos (as). Si un, o una, estudiante quiere venderse por fuera de la universidad, allá él o ella.

En el departamento de biología de una prestigiosa universidad, cuentan estudiantes graduadas en la década pasada, eran muy frecuentes los “romances” entre profesores y sus estudiantes mujeres que, en muchos casos, generaban mejores calificaciones. Esto en medio de inacción de las directivas que veían el fenómeno como una situación y no como un problema.

Otra fuente relata que, en las facultades de derecho de varias universidades, es muy común el intercambio de favores sexuales por favores académicos. Los exámenes orales son una especie de coto de caza. A los exámenes orales se va con minifalda y escote. Los hombres con corbata y si posible pantalón apretado.

En las universidades norteamericanas, la práctica, frecuente en el pasado, fue erradicada con un régimen de sanciones concretas. Esas relaciones son hoy en día mal vistas y sancionadas.

¿Cómo confiar en la transparencia del, o la, profesional cuyo grado incluyó el paso por el catre del profesor o de la profesora? ¿Qué pensar de un juez o jueza cuyo título universitario se compró con el cuerpo?

La tristemente famosa comunidad del anillo y las casas de citas especializadas en atender a altos magistrados y otros dignatarios del Estado son ejemplos aberrantes, esos sí, de una inmoralidad infinita, que yo llamo la corrupción de la carne. Es frecuente la presencia de la señorita que, enviada por algún político o contratista que necesita un favor, se pone al servicio del ministro o director cuando este llega a las regiones.

Está desvariando, dirá Usted querido lector. Pues no.

No había transcurrido un mes desde mi posesión como director general del ICBF. Me fui a un departamento de la costa a visitar una regional cuyo director, que había hecho sus pilatunas, no se quería retirar.

En lugar del director en el aeropuerto me esperaba una joven de unos 25 años, muy atractiva y bastante escasa de ropas. Yo le abrí la puerta trasera de la camioneta, de alta gama, en que había ido a recogerme y procedí a abrir la delantera, al lado del conductor, para subirme. “Ay docto, no sea tímido súbase aquí atrá” me dijo y se deslizó en el asiento con un movimiento que la dejó bastante más descubierta, si eso era posible en ese momento.

Obedecí, haciéndome el pendejo y tratando de mirar para otro lado, lo que no lograba, le pregunté “¿y Usted qué cargo tiene en la regional?”.

Con una desparpajada carcajada dijo, “no hombe qué va, yo soy amiga de director y me pidió que te atendiera bien hoy. Él ejtá ocupao y no pudo vení a recogedte”.

Ajá pensé. Me preguntó que a donde quería ir a cenar y fingiendo un enorme bostezo le respondí “estoy como cansado y mañana tengo que salir a las 6:30”.

“Uy docto, acá la gente no madruga tanto, me dijo mi acompañante, a esa hora ni laj calles han puesto”.

No sé cómo resistí a la tentación. Mi cuerpo entero clamaba por seguirle la corriente a la señorita. Pero entendí que, si caía, al día siguiente por algún lado el director que iba a “sacar”, me cobraría el favorcito.

Me despedí de la joven que me dijo “eche docto udte si é muy cachaco”.

La escena se repitió varias veces durante cuatro años. No necesariamente para sacarme algo, en muchos casos era parte de la amabilidad local.

“Doctor déjese atender” me dirían los contratistas, refiriéndose a una invitación a cenar “bien acompañado”.

No por mojigato en materia sexual, no lo era, sino para protegerme nunca accedí, siempre pensé que sacar partido de una de esas situaciones era exactamente igual a recibir una coima.

Salí del ICBF, como todo funcionario público, con una docena de investigaciones en la procuraduría y una acusación en la fiscalía. Todos los casos de la procuraduría fueron archivados, fui llamado a juicio y absuelto del delito de celebración de contrato sin el debido cumplimiento de los requisitos. Salí con mi cuenta de ahorros raspada. Seguramente la historia sería otra si hubiese caído en las tentaciones.

He hecho toda clase de locuras en mi vida, que incluyen el haber sucumbido a la tentación de la carne, pero nunca a cualquier tentación de corrupción.

¿Cuántos de quienes se enriquecen con los recursos de los colombianos pasaron por universidades en donde la corrupción de la carne es tolerada y por eso les parece una práctica normal?

¿Cuántos nombramientos, promociones y contratos se deciden en noches de pasión?

¿Cuántas sentencias se acuerdan en la Piscina o en la Mansión, los dos burdeles más famosos de Bogotá?

Nada de eso se arregla prohibiendo el trabajo sexual. Mucho, en cambio, eliminando prácticas que riñen con la ética fundamental, como los devaneos entre profesores y sus alumnos o alumnas.

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