Juan Manuel UrrutiaLa Toma: Hacia las 10 de la mañana del 7 de noviembre de 1985 terminaba la trágica toma del Palacio de la Justicia por un comando de guerrilleros del M19. Desde aquel momento, que tuve la oportunidad de vivir con plena intensidad muy de cerca debido a mi cargo como Secretario del Consejo de Ministros, mucho se ha escrito sobre el tema.

Año tras año por estas fechas aparecen comentarios, testimonios, relatos de una historia mal contada. Tan solo ayer el conductor de un programa de radio bastante malo que sigue después del muy bueno Mañanas Blu, afirmaba sin ningún empache que el 6 de noviembre hubo un golpe de Estado.

Babosadas.

Hoy, propongo contar en la medida de mis capacidades y sin violar la confidencialidad del cargo que ocupé, algunos aspectos de la narrativa que se ha tejido sobre el tema, en la que la ficción ha sustituido a la realidad para convertirse casi en una historia no oficial.

No había querido escribir sobre el tema entre otras porque hay cosas que yo no puedo decir porque no puedo divulgar lo que no quedó en las actas del Consejo de Ministros. No me siento el poseedor de la verdad absoluta, hubo conversaciones y reuniones de las que no fui testigo.

Cuento lo que puedo contar y sobre todo lo que creo que debo contar.

Así que si el lector espera encontrar jugosos secretos en este requesón no pierda el tiempo.

Sin más va mi relato de lo que puedo relatar.

Lo primero que digo es que el presidente Belisario Betancur él mismo tomó la decisión de no negociar.

No es verdad que haya habido un golpe de estado ni un vacío de poder.

Como dije yo era el Secretario del Consejo de Ministros y Subsecretario General de la Presidencia de Belisario Betancur. Mi despacho quedaba en la esquina suroccidental de la Casa de Nariño, en el segundo piso. Tenía una ventana hacia la carrera octava y dos hacia la calle séptima, donde están el Ministerio de Hacienda y el Batallón Guardia Presidencial.

Hacia las once de la mañana oí ruidos de gente corriendo, me llamó la atención y me asomé a la ventana. Vi que salían los soldados del batallón en uniforme de diario, corriendo en todas direcciones a tomar posiciones de defensa del palacio presidencial.

Yo salí disparado para donde el Secretario General, Víctor G Ricardo. Desde la ventana del despacho del secretario general que mira hacia la Plaza de Armas y el capitolio se veían los soldaditos acostados en posición defensiva pero no había atacantes. Pensamos que el ataque era contra el capitolio.

BelisarioEl Presidente estaba recibiendo a dos embajadores que presentaban sus cartas credenciales y el doctor Ricardo estaba con el Presidente y el Canciller en la ceremonia.

El edecán del Presidente avisó que aparentemente estaban atacando el Palacio de Justicia.

Terminada la ceremonia, los embajadores que debían salir por la Plaza de Armas salieron por la puerta trasera, la que da a la calle séptima.

El Presidente regresó a su despacho. Ministros y consejeros fueron llegando al palacio y se reunieron en la antesala de la Secretaría General. El primero en llegar fue el ministro de Hacienda cuya oficina queda cruzando la calle, luego llegó el ministro de Gobierno, y los generales Vega Uribe, ministro de defensa y Delgado Mallarino comandante de la policía que gritaban instrucciones por sus radios, en esa entonces no había celulares.

Pasados los primeros momentos, algo caóticos, con informaciones que iban y venían, se tuvo información concreta que la toma era una operación del M19 y que había unas demandas concretas que incluían un juicio público a Belisario Betancur y a su gobierno.

Aquí viene la primera gran mentira. No es cierto que se haya presentado un vacío de poder en ese momento. El Presidente de la República consultó con sus ministros, con los expresidentes, recibió llamadas y ofertas de embajadas y de gobiernos amigos, pero él tomó la decisión de no negociar con los guerrilleros y ordenó la retoma del palacio.

Algunos ministros entraron al despacho del Secretario General en donde tuvieron una reunión con el Presidente. Desconozco los detalles.

De esa reunión hay una constancia escrita que fue leída en el Consejo de Ministros y que se adjuntó al acta correspondiente.

En esa primera conversación se eliminó la opción de la negociación. Las descabelladas demandas de los guerrilleros y la propuesta del “juicio público” mostraban que había un propósito de tomarse el poder. Se ha pensado que se le temía a la propaganda que los guerrilleros esperaban extraer. No es así. La propaganda ya la tenían, se trataba de preservar las instituciones.

La coincidencia de la operación con una sesión de la Corte Suprema que escucharía la ponencia de cuatro magistrados con relación a la extradición de colombianos a Estados Unidos despertó inmediatamente sospechas.

Más adelante varios testimonios indican que “los extraditables”, conocidos narcotraficantes buscados por la justicia estadounidense, encabezados por Pablo Escobar algo tuvieron que ver. No hay pruebas. Los cuatro magistrados cuya posición se suponía favorable a la extradición fueron asesinados.

Personalmente, siguiendo instrucciones del Presidente me comuniqué con el magistrado Alfonso Patiño Roselli.

El Honorable Magistrado, en un acto de valentía que no se le vio a otros, me dijo “dígale al señor Presidente que no se puede negociar con estos facinerosos que han venido dispuestos a matarnos”. Si hoy en día tuviéramos magistrados así, nuestra justicia no sería el circo que conocemos.

Alguien se ha preguntado ¿Qué hubiera pasado con nuestra justicia, si personas como Reyes Echandía o Patiño Roselli hubieran podido, como era tradición, formar y dejar a sus sucesores?

Ordenada la retoma vino la chapuza.

La Chapuza: La Real Academia Española da como significado de chapuza “obra hecha sin arte ni esmero”. Belisario Betancur demostró su entereza cuando tomó la decisión de poner a salvo las instituciones y de no negociar con los bandidos. Puso la razón de Estado por encima de aspiraciones o veleidades personales.

Betancur es un hombre de paz, siempre lo ha sido.

Para él no hubiera sido difícil organizar una negociación, tenía el espíritu y la gente para hacerlo. Pero estaba íntimamente convencido que ceder un milímetro era debilitar la institucionalidad y poner en riesgo la gobernabilidad. Consultó, escuchó opiniones y decidió convencido que lo hacía por el bien de la nación cuya Constitución había jurado cumplir y defender.

Cometió un error garrafal: confió en la capacidad de las fuerzas militares y de policía del momento. Les comió cuento a Vega Uribe y a Delgado Mallarino.

Me decía un oficial retirado de la policía que por esos tiempos se especulaba que el que mandaba era el general Delgado, que Vega Uribe era bastante blandengue.

Mandara el que mandara esos dos, Vega Uribe y Delgado, nunca fueron muy leales que digamos a Betancur.

Lo que siguió no puede ser descrito sino como la gran chapuza.

Los generales trataban de dar la impresión que tenían todo bajo control. Que sabían lo que estaban haciendo.

Engañaron al Presidente y todos los que allí estábamos.

La primera operación era la toma por el techo, a cargo de la policía. Según las informaciones que tenían había una puerta en la azotea del palacio. Por ahí iba a llegar un comando de élite de la policía, hélico-transportado.

Todo funcionó bien hasta que los pobres policías que dejaron en la azotea descubrieron que la famosa puerta no se podía abrir. “Tumben la hijueputa puerta gritaba enloquecido por su radio el General Delgado”.

Como no pudieron abrir la puerta le abrieron un boquete y empezaron a entrar. Los esperaba una guerrillera con una ametralladora de alto calibre que fue fetecuando a los agentes cuando de uno en uno caían enfrente del cañón.

Derrotados por la hijueputa puerta, los generales resolvieron que iban a derrotar a la otra puerta y se le mandaron con una tanqueta a la principal del Palacio de Justicia.

images-1Así se fue la tarde. Entrada la noche lograron entrar. Vino el incendio, yo no sé quién lo provocó.

A las seis de la tarde el presidente Betancur nos llamó a una reunión formal del Consejo de Ministros, de la que hay un acta que es del dominio público hoy en día.

En 1985, el Consejo de Ministros tenía funciones administrativas y de contratación mucho más detalladas que hoy en día. Los actos y contratos de la nación debían ser aprobados por el Consejo.

La ley establecía que las deliberaciones eran secretas. Por tanto en las actas que siempre trascienden por mucho cuidado que se tenga no se incluían sino las decisiones y las opiniones expresadas por los miembros del gabinete que fuesen consideradas significativas.

Durante el tiempo que estuve en la Secretaría del Consejo de Ministros nunca se grabó ninguna reunión.

Yo pienso que en muchos consejos de ministros se dijeron muchas cosa que yo estoy obligado a llevarme para el más allá o el más acá, cuando atraviese el río según los egipcios o me vuelva un zancudo o un elefante según otras religiones. Así fue en el caso de ese consejo de ministros.

El Presidente le informó a su gabinete las consultas y opiniones que había recibido y nos explicó por qué la negociación con los bandidos no era una opción posible.

El Ministro de defensa explicó “el operativo”. Yo me miraba con mi vecino con escepticismo, por decir lo menos. Tenía grabada la imagen de la tanqueta tratando de forzar le entrada al Palacio de Justicia.

En ese consejo de ministros se dio la dinámica normal en esos casos. Estábamos todos cargados de sentimientos confusos. Rabia, dolor, estupefacción, indignación. La reacción lógica era rodear al presidente con quien llevábamos años o meses trabajando. Belisario Betancur era como presidente un buen hombre, exigente, trabajador pero “muy buena ficha” dirían los cachacos.

Cuando uno trabaja cerca del Presidente de la República hay un efecto de “investidura”, el tipo es El Presidente. Belisario siempre despertaba buenos sentimientos entre los que estábamos con él. Nos trataba con cariño y con deferencia. Nos regañaba, duro, pero con deferencia.

En esa reunión del Consejo de Ministros en plena chapuza, nosotros estábamos rodeando a nuestro Presidente, apoyábamos sus decisiones y sus acciones.

Cargados de sentimientos no notábamos la chapuza.

Los militares y los policías que veían como fracasaban estruendosamente los planes iniciales, por falta de preparación, por falta de inteligencia reaccionaron “a lo bestia”, metiéndole más gente, más bala y por ende más sangre al proceso.

Chapuceaban y comenzaban a tapar.

Era tal la falta de preparación y de inteligencia que en un momento de la tarde alguien sugirió que se mirara en los planos del Palacio de Justicia como se debía realizar la operación de retoma. Mandaron a por los planos y planos no había. Las fuerzas de seguridad del Estado no tenían los planos del lugar en donde trabajaban unos tipos que estaban amenazados de muerte por los enemigos del Estado. Las fuerzas de seguridad de Estado no sabían que la puerta de evacuación del Palacio estaba sellada.

Lo peor es que en lugar de reconocer su impotencia, tapaban y aseguraban que era cuestión de tiempo y que tendrían la situación bajo control.

Entre las actitudes de los ministros yo recuerdo con especial admiración la de Jaime Castro, ministro de Gobierno, cuya esposa estaba en el Palacio de Justicia cuando lo atacaron y no había salido, y quien fue uno de los más recios defensores de la decisión de no negociar del Presidente. Contrasta esta actitud valiente y desprendida con la de quienes clamaban por una negociación para salvar su pellejo.

Y vino el incendio.

Recuerdo haber derramado lágrimas de impotencia mirando el brillo que producía el incendio del Palacio de Justicia en la noche bogotana.

Hacia las diez de la noche nos informaron que habían logrado rescatar a un grupo de rehenes sanos y salvos.

No recuerdo si fue en la noche del 6 o en la mañana del 7 pero en medio de una sesión en la que los ministros se turnaban para expresar su respaldo y solidaridad con el Presidente, entró al salón del Consejo de Ministros Clarita, la esposa de Jaime Castro, con la cara tiznada, la imagen de los sobrevivientes del holocausto.

A ella la reconoció alguien y no se la llevaron para la caballería a interrogarla, lo que si les sucedió a muchos otros.

Dormimos unas horas y de madrugada volvimos a continuar con la sesión del Consejo de Ministros. La ideología irresponsable de los guerrilleros, aunada a su desprecio por la vida, se encontraron con la incapacidad y la indolencia de los altos mandos militares. El resultado un holocausto.

Ya operaba la Casa del Florero como centro de operaciones. Y empezaron a Tapar

A Tapar: La reunión del Consejo de Ministros comenzó en el mismo tono de la noche anterior con un gabinete y un equipo de consejeros y secretarios mostrando total cohesión y apoyo a la decisión del Presidente.

Adoloridos y sorprendidos con el resultado del operativo, se esperaban noticias a ver si por milagro aparecía algún sobreviviente.

Los informes de las fuerzas armadas y de la Cruz Roja indicaban que los magistrados habían sido sacrificados por los bandidos. Yo desde ese momento hasta hoy siempre he pensado que a la mayoría los iban a matar, negociación o no.

Al salón del Consejo de Ministros llegaban informaciones sobre sobrevivientes y quejas del delegado de la Cruz Roja porque los militares a cargo de las ruinas del Palacio y de la Casa del Florero no los dejaban actuar.

Diferentes testimonios cuentan del caos que fue la “evacuación” de las ruinas del Palacio y el “operativo” de la Casa del Florero.

El Gobierno tenía que seguir gobernando. Había que enterrar a los muertos.

Había que atender a las familias de los magistrados, muchas de las cuales culpaban desde entonces al Presidente y no a los bandidos de M19.

Los altos mandos militares organizaron la operación A Tapar.

Había que tapar la verdad. Había que callar a testigos que contarían cosas que no se deberían saber.

Y había que vengarse de los bandidos que habían puesto en evidencia la incapacidad de los altos mandos de unas fuerzas armadas y de policía corruptas, mal preparadas e incapaces.

Desaparecieron testigos y testimonios.

Murieron muertos que no habían muerto en el Palacio y que aparecieron muertos en el Palacio.

images-3La operación de retoma del Palacio no fue el resultado de un vacío de poder. Lo que sucedió a partir de las diez de la mañana del 7 de noviembre fue una traición a la patria por parte de los altos mandos militares que se lavaron las manos y se fueron de agregados a las embajadas.

Dejaron a los oficiales que le pusieron el pecho a las balas para que asumieran culpas, responsabilidades y la persecución de un sistema jurídico que perdonó a los bandidos, trató de enlodar a un Presidente gallardo y valiente y ni siquiera cuestionó las acciones del Ministro de la Defensa, del Comandante de las Fuerzas Armadas y del Comandante de la Policía.

Los altos mando militares que organizaron y dirigieron la chapuza, se dieron cuenta del tamaño de la tal chapuza y resolvieron tapar.

Con la misma inteligencia con la que se mandaron a retomar un Palacio del que no tenían ni los pinches planos, resolvieron tapar.

Tapar las causas del incendio, por ejemplo.

Tapar los nombres de los guerrilleros y guerrilleras capturados.

Saber cuántos infiltrados había. Determinar quién mató a quién. Los generales, no el coronel Plazas, sabían, que las respuestas posiblemente delatarían su insubordinación y su decisión de mentirle al Presidente.

La verdad no se podía conocer.

Cualquier testigo era peligroso, había que declararlo guerrillero, matarlo y enterrarlo en una fosa común. Acaban de aparecer los cadáveres de dos presuntas guerrilleras. ¿Por qué matarlas? Sus testimonios hubieran ayudado a aclarar mucho.

No estuve presente en las discusiones ni en las reuniones que pudo tener el Presidente con los Ministros responsables, Gobierno, Justicia y Defensa. No imagino al Belisario Betancur que conocí tapando.

Si, desbordado y desilusionado, miró para otra lado, es esa una culpa y una responsabilidad que él se llevará consigo.

A Destapar.

Han pasado veintinueve años y los colombianos creemos saber pero no sabemos.

Hubo una comisión de la verdad, que estableció la versión que al M19 más le conviene: que el Presidente fue desbordado, que las fuerzas armadas se excedieron y que los que se tomaron el Palacio de Justicia merecían mejor suerte.

La tal comisión no averiguó si Popeye y Virginia Vallejo tienen razón y Pablo Escobar estaba detrás de la operación.

La tal comisión no averiguó quién quemó el Palacio de Justicia. Incineraron los expedientes. ¿Sería esa la razón por la que quemaron el Palacio?

La tal comisión no averiguó si los magistrados asesinados murieron porque el Presidente no quiso someterse a un juicio público o si murieron porque Pablo Escobar había mandado matarlos.

Tal vez después del holocausto del 6 y 7 de noviembre, el gran crimen que se ha cometido con el Palacio de Justicia es un crimen contra la verdad.

Han pasado 29 años. Varios procesos de paz. Desmovilizaciones amnistías. Los líderes de la guerrilla que causó el holocausto que quedan vivos están en el congreso, en alcaldías. Unos lo han hecho muy bien, otros realmente mal.

El coronel Plazas y el general Arias Cabrales pueden haber sido los responsables de acciones inaceptables para las fuerzas del Estado. El silencio sobre sus jefes y el carácter vengativo de sus sentencias los hacen ver como chivos expiatorios.

Seguirán apareciendo versiones.

Se dice que las sociedades que desconocen su historia corren el riesgo de repetir los mismos errores.

Para que la construcción de paz a que estamos abocados sea exitosa es indispensable que evitemos repetir los mismos errores. De nada le sirve a Colombia una versión amañada y revanchista de la historia.

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