Juan Manuel UrrutiaEntre el 5 y el 10 de Junio hemos descubierto, que todo, inclusive estos inofensivos requesones, va a dar a unos enormes archivos de información que tiene la Agencia Nacional de Seguridad, la NSA, del gobierno de los Estados Unidos. 

El Guardian y el Washington Post nos fueron contando como la agencia ha desarrollado la capacidad de acceder, por una puerta trasera, a todos los records de tráfico de las nueve empresas que controlan la red.  Igualmente obtienen todos los días los archivos metafiles de la firma Verizon que procesa la mayoría del tráfico de llamadas internacionales de y hacia los Estados Unidos.

Dichos archivos contienen los números de teléfono y la duración de las llamadas no su contenido.

Y se armó la “grossatota bronca” como dirían los extraterrestres de las pesadillas de Mafalda.

Los medios de comunicación, defensores a ultranza de la libertad de expresión y de la privacidad, sin las cuales se quedan sin razón de existir, gritaron foul.

El New York Times, en su editorial del 6 de Junio cuestionó la credibilidad del Presidente Obama quien durante su primera campaña electoral había sido un fuerte crítico del plan Patriota, creado por el gobierno de Bush después de 9-11, justamente por las invasiones a la privacidad de los ciudadanos.

Parece ser que el plan criticado por Obama se quedó en pañales en comparación con el programa PRISM que es el que le permita a NSA conocer todo lo que circula por la red.

Ante la indignación, el Gobierno de los Estados Unidos entró inmediatamente en modo de defensa.

Obama explicó que había que escoger entre seguridad y privacidad y que todo lo que la NSA hacía era legal y estaba autorizado por el congreso y las cortes.

El Gobierno británico, salpicado por el “escándalo” ya que la NSA comparte la información con los espías del M16 hizo la misma aclaración.

Este fin de semana apareció Edward Snowden en Hong Kong.

Nos cuenta que no aguantó más ver como las agencias de seguridad norteamericanas abusan de sus poderes y espían a todos los ciudadanos gringos y extranjeros también.  Entonces decidió “cantar”.

De inmediato los medios masivos pasaron al modo de novelón.

Ya no importa cuáles son las implicaciones del hecho que el Gran Hermano, en el más puro estilo Oweliano, pueda conocer nuestros secretos, nuestros pasos, aún los Faux Pas, o deslices que llaman.

No, lo que importa es en donde está Snowden, quién es este tipo, como se llama su novia, en donde vive su mamá y qué hace.

Traición gritan congresistas norteamericanos y demandan su inmediata extradición.

Perdón exigen miles de ciudadanos a través de las redes sociales.

La Casa Blanca es cautelosa. Se le ha pedido al Departamento de Justicia que trate el asunto como una investigación criminal.

Mientras, las cadenas de televisión explotan la noticia.

Especulan sobre el paradero de Snowden.

Entrevistan abogados “expertos” que explican el tratado de extradición entre Hong Kong y los Estados Unidos y el derecho de veto que tiene sobre tales acciones el gobierno chino.

Aparecen los analistas de siempre, especulando sobre si la China esconderá a Snowden.

Novelón de espionaje de primera categoría.

La esencia, la que llevó al NYT a rasgarse las vestiduras el día mismo en que se conoció la noticia, se va diluyendo.

Se vuelve más importante, por su valor de chisme, el devenir de Snowden.

Más lo importante en este caso es la discusión de fondo. Yo tengo unas preguntas.

¿Hasta dónde los ciudadanos del común estamos dispuestos a sacrificar la privacidad en aras a asegurar la seguridad?

¿Qué tanto la seguridad se convierte en disculpa para que las agencias de seguridad aprovechen para invadir la privacidad de los ciudadanos?

¿Es necesario el secreto, o estamos todos mejor sabiendo que nos miran, nos leen y nos oyen?

Los Estados siempre han tenido secretos.

La población siempre ha respetado el que los Estados tengan secretos.

A la prensa en general no le gustan los secretos de Estado porque huelen a noticia escondida. A la oposición o a los contestatarios tampoco les gustan los secretos de Estado por las mismas razones.

Los atentados del 11 de Septiembre, de los trenes en Madrid y del metro de Londres pusieron en alerta máxima a los Estados. No podemos negar que el extremismo individual mostrado por los bombarderos de Boston  o por los asesinos del soldado Inglés ha exacerbado la sensación del riesgo permanente.

Contra este tipo de amenazas los Estados no tienen más respuesta que extremar las medidas preventivas.

Todos esperamos que el Estado nos proteja. Los Gobiernos saben que cada vez que se presente un acto terrorista, los medios y las comunidades se van a preguntar ¿Si se hizo todo lo que se debía hacer para prevenirlo?

Todos esperamos que los Gobiernos y las agencias de los Estados tomen las medidas necesarias para obtener la “inteligencia” que les permita adelantárseles a los terroristas y prevenir sus acciones.

La respuesta de las agencias de seguridad es obvia, información, información, información.  Y para ser eficientes recogen toda la información que puedan y luego la filtran.

Y como les gustan los secretos, lo hacen en secreto.

Que cada cual se haga su propia opinión.

De ahí resultará la respuesta a la pregunta que se hacen los medios hoy ¿Es Snowden un héroe o un traidor?  Pregunta que nos podemos hacer a propósito del soldado Manning a quien están juzgando por los Wikileaks.

Yo tengo una respuesta algo simplista. Lo malo no es que vigilen, lo malo es el secreto con que nos vigilan. Y como lo malo es el secreto, divulgarlo es  más un acto heroico que criminal.