Juan-Manuel-2Le semana pasada murió José Rafael Videla.  Yo recuerdo, hoy con repugnancia, la emoción con que yo, que era hincha de la Argentina de Menotti, veía a semejante asesino celebrando los goles de Kempes, en Argentina 78, con los brazos en alto en su palco del Monumental. Me doy asco.

Me doy asco porque yo era un ser pensante en 1978, había participado en movimientos estudiantiles en Francia, después del 68 y en Colombia. Había distribuido folletos y había manifestado contra la CIA enfrente de la embajada gringa. Tenía amigos que habían sido detenidos en Chile, y la habían pasado mal.

Mal de muchos, consuelo de tontos.

Fuimos muchos los que gozamos ese mundial y celebramos la victoria de un gran equipo argentino en una maravillosa final contra Holanda.

El 11 de Septiembre de 1973, con el apoyo de la CIA, por lo menos, y de varias multinacionales, Augusto Pinochet y su junta dan el golpe de Estado en el que muere asesinado Salvador Allende.

Ya tenía América del Sur un par de dictaduras militares bastante salvajes, en Paraguay desde los 50s  y en Brasil desde los 60s.

Ya en Uruguay había ocurrido otro golpe de Estado, en Junio de 1973. El panorama se completó con el golpe militar de 1976 en Argentina.

Así como hoy en día son frecuentes los tiranillos de izquierda, la década de los años setenta y el comienzo de la de los ochenta, están marcadas por la presencia de dictaduras militares, de extrema derecha, apoyadas por los Estados Unidos, en todos los países del cono sur de nuestro continente.

Los dictadores brasileños y paraguayos ya tenían la sartén por el mango desde los sesentas y  habían sofisticado el arte de la represión.

Esas eran dictaduras maduras y se habían forjado en procesos de menor confrontación.

En Argentina, en Chile y en Uruguay al tomarse el poder los militares enfrentaban una población civil radicalizada y adversa a sus propósitos de extrema derecha, enmarcados en la doctrina de la seguridad nacional desarrollada en la Escuela de Guerra de las Américas en Washington y en Panamá.

De paso a  mí lo que me asusta del cuento de la Doctrina de la Seguridad Democrática es que se parece mucho a la de la Seguridad Nacional, al “enemigo” hay que aniquilarlo.

En efecto los militares que regían los destinos de las tres naciones estaban convencidos que la única solución posible era la aniquilación de la “sedición”.

Nunca les preocuparon los derechos humanos.

Nunca pensaron que serían juzgados y condenados por los crímenes de lesa humanidad que cometieron.

Entre esos miserables sobresalieron Pinochet y Videla, ambos igualmente soberbios y ambos convencidos que hacían una tarea de salvación, ambos convencidos que redimían a sus naciones de las monstruosidades del comunismo.

La muerte de Videla no me produce ningún sentimiento de alegría pero el que haya muerto pudriéndose en una cárcel, condenado a cadena perpetua si me produce una inmensa paz interior, la misma que me produjo la muerte de Pinochet.

Su muerte sucede en la misma semana en que una corte ha condenado a 80 años en prisión, en Guatemala, a Rios Montt. Otro monstruo, dictador del mismo corte de extrema derecha, por el delito de genocidio.

También en Colombia han condenado a César Pérez, político liberal antioqueño por la autoría intelectual de la masacre de Segovia.

Me refresca pensar que la justicia, cojeando inmensamente, llegó.

La primera condena de Videla llegó en 2010  y la de cadena perpetua por el secuestro de miles de niños y niñas, en 2012.

¿Qué tal que se hubiera muerto antes?

Aún así son muy bienvenidas, esas tres codenas me hacen pensar en la impunidad.

El que Videla, Ríos Montt, y en Colombia César Pérez  hayan sido condenados más de 25 años después de que cometieron las atrocidades por las que fueron juzgados, me preocupa.

Durante todos esos años gozaron de cierto nivel de impunidad, de hecho el señor Pérez fue elegido representante a la Cámara por el partido Liberal Colombiano a sabiendas que había sido el gestor de las masacres de los miembros de la UP que lo habían derrotado en el nororiente antioqueño.

Necesitamos mejor y más justicia.

Los paramilitares perdonados en El Ralito por Uribe no han sido juzgados por los delitos de lesa humanidad que cometieron, por ahora pagan condenas negociadas en cárceles gringas.

Los líderes de las FARC aspiran seguramente a similar tratamiento.

En el debate sobre el fuero militar en el congreso de Colombia, la agresividad de los militares retirados y de la extrema derecha hace pensar que también creen que atrocidades como la complicidad en las matanzas de los paramilitares y los falsos positivos deben ser juzgadas con menos severidad.

Las historias de Videla, de Ríos Montt y de César Pérez nos recuerdan que todos los que ordenaron y organizaron las barbaries, todos esos victimarios, cualesquiera que hayan sido sus ideales, tienen que someterse a la justicia.

Deben ser juzgados con plena vigencia de todas las garantías y sin miramientos. Si son culpables deben ser condenados y sentenciados. Ya verá cada sociedad qué es perdonable y qué sentencias son conmutables.

Por ahí dicen que errar es humano, que perdonar es divino.

Yo agregaría que la impunidad es inaceptable justamente porque no hay reconocimiento del error ni posibilidad de perdón.

Un proceso de paz que no asegura el reconocimiento de las todas las faltas, sobre todo las peores, no la generará.

Un proceso que no abra la puerta al perdón por las faltas reconocidas y aceptadas, tampoco.