Juan-Manuel-26-300x270Maldita reelección.

Como es costumbre en el país del sagrado corazón hoy domingo de Ramos comienza una semana de reflexión y descanso.

Como estamos en Semana Santa comienzo mi reflexión con una confesión: No me gusta la reelección.

No me gusta la reelección porque se convierte en una meta del gobernante desde el día de su posición.

Santos nos mamó gallo cuando dijo que él no quería reelegirse, a menos que fuese indispensable.

Se me ocurre que desde que lo eligieron en junio de 2010, Santos empezó a pensar en la reelección.

Hay dos aspectos que han marcado el gobierno de Santos. Un lamentable fracaso parlamentario y un desteñido proceso de paz.

Esos dos hechos responden la pregunta que se hacía hace una semana la revista Semana: ¿porqué si los resultados son tan buenos a Santos le va tan mal en las encuestas?

Colombia ha tenido un crecimiento económico por encima del de la mayoría de países la región. Hay un notable y notorio incremento en los índices de redución de pobreza. El índice de desempleo ha bajado constantemente desde el comienzo del gobierno Santos.

Pese a esos resultados, la imagen negativa del presidente ha ido creciendo más rápido que la velocidad en que han decrecido la pobreza, la inflación y el desempleo.

Se puede pensar que el constante traqueteo de los trinos del combo uribista tiene algo o mucha responsabilidad sobre la pobre imagen del presidente.

A mi se me ocurre otra explicación.

Santos propuso cinco grandes proyectos legislativos.

Tan sólo dos salieron adelante.

La Unidad Nacional dedicada a repartirse los cupos indicativos de inversión y los cargos de la burocracia del Estado; dejó colgadas la reforma de la justicia y de la educación y le vendió la de la salud a las EPS.

Santos anunció que iniciaba a un proceso de paz express.

Que las negociaciones no durarían mucho más de un año.

Que no habría elecciones en medio de las negociaciones.

Pasó el año, pasaron los meses, llegaron las elecciones y siguen los diálogos. No hay resultados conocidos.

El presidente/candidato desde el primer día estaba trabajando en su reelección.

Transó con la clase política, entregó reformas fundamentales para no correr el riesgo que se le desarmara la coalición, la unidad nacional.

Entendió, o sus asesores le explicaron, que mientras hubiese diálogos con las FARC en La Habana, todo aquel que cuestionara cualquier tema o asunto relacionado con esos diálogos podría ser calificado de enemigo de La Paz (con mayúsculas y todo) y que él sería el candidato de La Paz, por ahí andan él, Tutina, y los niños con palomitas blancas en la solapa.

Su unidad nacional le produjo un “alentador” resultado electoral, pensaron sus asesores.  No importó que los grandes “electores” de su partido hayan obtenido resultados muy cuestionables.

Así las cosas el proyecto que empezó el 8 de agosto de 2010, la reelección, iba viento en popa.

Pero la vaina se enredó.

A la gente no le parece tan chévere una unidad nacional de políticos cuestionados, ni un proceso de paz que se prolonga para que el candidato presidente pueda seguir diciendo que él es el candidato de La Paz y sus aúlicos que él es el único que puede lograr La Paz.

Tampoco gusta que para que su proceso de paz no tenga trastornos el presidente y su canciller respalden las acciones represivas del maduro en Venezuela y se refieran a los opositores que arriesgan el pellejo en las calles del Táchira como “los extremistas”.

No gusta que el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ande ofreciendo impunidad a un terrorista de la talla de Timochenko.

A la gente no le parece que el presidente candidato se aproveche de la tragedia de una mujer atacada con ácido, y de toda su familia, para tratar de sacar ventaja electoral.

La reelección debería ser el premio a un buen gobierno, no el privilegio de un candidato que pone todo, la seguridad del Estado, la acción del gobierno, la inversión pública, la burocracia oficial y la política internacional al servicio de sus intereses personales y de los de sus aliados.

Por ese candidato no voto.