Juan-Manuel-2Cuando éramos estudiantes a uno lo desbrevaban los problemas matemáticos de difícil solución. No he oído a la generación de mi hija usar esa palabra.

Llevo ya varias semanas desbrevándome tratando de entender qué es lo que le ha pasado al gobierno de Juan Manuel Santos. Finalmente tuve una reveladora conversación con alguien bastante más inteligente que yo.

En efecto si algo pensaban los colombianos que votaron por él era que además de llevar años preparándose para gobernar bien, era en su momento la mejor garantía de continuidad de las políticas de la seguridad democrática.

Desde su posesión le dejó claro al país que Santos no era Uribe y que la seguridad democrática como modelo de gobierno se acababa el 6 de agosto de 2010.

Rápidamente desmontó dos elementos claves que generaban la percepción general de un país gobernado. Los consejos comunitarios y la red de de informantes.

Aún desde antes de su posesión, su estrategia de “buen gobierno” quedó en manos de un grupo de consultores externos con más pinta de banqueros que expertos en gestión pública.

Se crearon matrices e indicadores de gestión.

Los consejos comunitarios fueron reemplazados por un invento de los consultores llamado los Acuerdos para la Prosperidad, los APP.

Cuidadosamente planeados, son unos encuentros del Gobierno con las comunidades totalmente estériles. En efecto todo lo que sucede durante el encuentro está debidamente incluido en un cuidadoso y detallado libreto al que se le liman las aristas.

Desapareció la pregunta sorpresiva, a veces insolente de la líder comunitaria y la inmediata reacción airada del presidente Uribe con regaño a ministro o funcionario con que los colombianos se encontraban cada sábado durante ocho años.

Gobierno en vivo y en directo.

No se imagina uno que al presidente Uribe lo hubiera cogido desprevenido, por ejemplo, el paro campesino en Boyacá.

Es  bien posible que la red de informantes hubiera avisado que algo se cocinaba a lo que el gobierno hubiera respondido con un consejo comunitario en Sáchica o en Socha, en el que un papero airado le hubiera reclamado al presidente por el precio de los insumos y una campesina de cachete colorado y ruana colorida por los bajos precios de la leche.

Críticas a las que Uribe hubiera respondido ordenando a sus ministros de agricultura y de comercio que se ocuparan del tema, ya que “en Sáchica hay 138 finquitas en donde ordeñan 645 vaquitas que producen 6,237 litros de leche diaria, ministro por Dios”.

Los famosos APP son gobierno en vivo y en directo pero sin convicción.

Las intervenciones de los representantes de las comunidades se preparan el día anterior bajo la cuidadosa vigilancia de los funcionarios de la Alta Consejería para las Regiones. El presidente no contesta, no comenta, él llega con un discurso, lo dice y se va.

No pretendo decir que los famosos APP son la forma de gobernar. Pero su ineficacia es un síntoma del problema que me desbreva.

Al gobierno de Santos le ha faltado convicción. A Santos le ha faltado convicción me explicaba mi interlocutor.

Es cierto, salvo el anhelo y la apuesta por la paz y el deseo de la reelección, a Santos no se le ve convicción.

No se le ve un imaginario de país.

Uribe siempre ha soñado un país sin las FARC. Un país con seguridad, sin carreteras, sin salud, pero seguro.

Santos quería carreteras pero sin convicción, van tres años y casi nada de nada.

Santos quería mejorar la salud, pero sin convicción.

Santos quería reformar la justicia pero sin convicción.

Santos quería impulsar la minería, pero sin convicción.

Lo malo es que yo creo que la paz y la reelección requerían y requieren más convicción, menos improvisación.