En un par de semanas desadaptados de los más diversos orígenes han cometido actos de terror que no podemos comprender. Las bombas de Boston y la carnicería de Woolwich son la misma expresión de una nueva y monstruosa interpretación de la religión. Los medios sin mayor consideración bautizan a estos desadaptados como “yihadistas”, nada más falso.
Pasé un par de años, asistiendo a una que otra conferencia en las medersas, escuelas islámicas en Rabat, aconsejado por un cercano amigo, fiel creyente de la religión del profeta. Conocí el poder de los mullah en Mali, en donde mandaron quemar unas vallas de promoción de uso del condón en el marco del programa de prevención de VIH/SIDA.
He leído extensos pasajes del Corán, llenos de belleza, de espiritualidad. También he leído cortos momentos de menos brillantez que son los que permiten a los extremistas las interpretaciones más radicales y más monstruosas. Las que someten a las mujeres a los peores vejámenes, en países “civilizados y pro occidentales” como Arabia Saudita. Las que en ciertos países africanos llevan a que se le siga haciendo la circuncisión a las niñas, o condenando a ser apedreadas a las víctimas de violaciones.
Ese conocimiento, aún superficial, del Islam, me permite, en cierto modo, comprender el fenómeno de las “yihad”. Como esto sigue siendo un requesón me voy con la definición corta.
En el Corán, la palabra yihad aparece 41 veces.
Mi guía en las lecturas del libro me explicaba que “yihad” no significa guerra santa, como lo quieren hacer entender los extremistas de ambos lados, musulmanes y enemigos del Islam.
Yihad es “esfuerzo en el camino de Dios (al-jihad fi sabil Allah)”. Sin embargo hay vastos sectores radicales del Islam que consideran que la yihad es la guerra santa.
El cristianismo y el Islam son las dos religiones más practicadas en el mundo. En ambos casos encontramos sectas y tendencias extremistas, integristas.
Las dos religiones o más bien corrientes del pensamiento monoteísta, han pasado por épocas de expansión y por épocas en que los extremistas promueven y ejecutan actos de barbarie.
Durante las cruzadas y la inquisición se cometieron crímenes monstruosos en nombre del catolicismo.
Las guerras religiosas europeas y la persecución de los huguenotes en Francia en los siglos XVII y XVIII fueron “Yihad” católicas.
Las tres grandes expansiones del Islam también.
La guerra santa del Estado de Israel también.
El concepto es el mismo.
Para quienes pensamos que la única religión posible y plausible es la relación espiritual entre uno mismo y un ser superior que explica lo inexplicable y que da la esperanza la única Yihad aceptable es la que los sunitas llaman la “gran yihad”, la lucha individual por ser mejor musulmán, en contraste con la “pequeña yihad” que es la lucha física por defender o expandir el islam.
En fin es más fácil promover entre los jóvenes desadaptados de los suburbios de las grandes ciudades europeas un islam combativo y dispuesto al terrorismo que una actitud que lleve al crecimiento espiritual y a una mayor integración con una sociedad que no ha sido especialmente grata para ellos.
Tiene más popularidad y mayor audiencia en esas barriadas marginadas el discurso de la violencia y el terrorismo, la “pequeña yihad” que el de la perseverancia y la tolerancia, la “gran yihad”.
Los promotores de esa yihad son unos “clérigos” que se pretenden buenos musulmanes y que se esconden tras las paredes de mezquitas perdidas en los barrios marginados y en la clandestinidad del internet para manipular a jóvenes desencantados y llevarlos a cometer los actos que ellos en su inmensa cobardía no son capaces de cometer.
Están más cerca de satán que de la iluminación que prometen a sus marionetas.
Desafortunadamente la expresión de violencia, verbal y física es más fácil que la introspección.
Es más fácil derrotar a satán atacando a los infieles que a nuestros propios demonios. Es más fácil perseguir a los homosexuales en nombre de la religión para sentir que defendemos la moral que asumir y vivir conductas personales apegadas a los mismos rigurosos principios morales que exigimos de otros.
Es más fácil obligar a mi mujer a que se tape y sea “pudorosa” que dominar el demonio de los celos y el de la posesividad.
Mi “gran yihad” consiste en entender que las religiones, con las que no tengo buenas relaciones, son mejores que las “pequeñas yihad” que emprenden algunos de sus líderes.
Consiste en entender que quienes practican la religión, los creyentes, quienes respetan sus dogmas, en su gran mayoría viven una “gran yihad” continua y sufren tanto como yo con la barbarie de las “pequeñas yihad” que los líderes promueven, muchas veces para imponer, para dominar, para ejercer el poder.