Juan Manuel UrrutiaEntre 1989 y 1994 estuve encargado de la dirección regional para América Latina y el Caribe, de un proyecto de mercadeo social de anticonceptivos y de prevención de SIDA.

Unos de los países en que se llevaba a cabo el proyecto era Haití a donde viajaba cada seis semanas.

En 1990 ganó las elecciones el sacerdote salesiano Jean Bertrand Aristide, radical exponente de la teología de la liberación.

Rápidamente, en 1991, la élite haitiana organizó un golpe de Estado. Se decía en ese tiempo que de no haber sido por la intervención del Embajador del os Estados Unidos al tipo lo matan.

No lo mataron y tras toda clase de incidentes se llegó a una intervención de los marines en la operación “uphold democracy” que culminaría con la reinstalación de Titide, como le decían sus seguidores, en 1994.

MRE_No._23_(cropped)Llevaban los marines sus raciones de comida marcadas “Meals Ready to Eat” y las iniciales MRE, se volvieron parte del léxico local pero con dos significados, el de ración y el de “Most Repugnant Elite”, la élite más repugnante.

La historia la conocí en el hotel Montana en donde siempre nos hospedábamos los empleados de las ONGs y los periodistas de las cadenas internacionales, era un hervidero de radicalismos.

Años después sería el centro de operaciones de Naciones unidas destruido por un terremoto en el que murió el representante rediente de la ONU.

En honor a la verdad si era una élite repugnante que cenaba steaks recién llegados de Paris en el vuelo de Air France acompañado con vinos cuyos precios harían sonrojar a uno que otro millonario en un restaurante de un belga llamado Gérard a donde “se reservaban el derecho de admisión”.

Excluyente como pocas la élite blanca y mestiza haitiana.

Vivían en Petionville donde había agua, luz, calles pavimentadas, casas con jardines y piscinas y cercas y sirvientes y desde allá miraban a un tugurio donde se apeñuscaban tres millones de negros con un ingreso promedio de cincuenta centavos de dólar por día sumidos en la miseria y la desesperanza.

Esos fueron los que votaron por Aristide.

El loquito que nos gobierna en Bogotá resolvió que para eliminar la desigualdad en Bogotá, en lugar de hacer las 75,000 viviendas, los mil jardines y los colegios que había prometido, iba a construir trescientas viviendas para víctimas del conflicto armado de estrato uno en unos lotes que posee el Distrito en el barrio del estrato seis por excelencia, el Chicó.

En ese momento yo alcancé a pensar la idea no es mala.

Luego me di cuenta que la idea es buena pero la forma y el fondo de la propuesta del loquito es pésima. Así es el loquito coge cada idea buena y se la tira.

El debate sobre la propuesta del loquito mostró de todo.

Sobresale una cara poco amable de la “gente bien” cuyo argumento de ¿cómo se le ocurre a Petro mandar a esa gente a vivir en nuestro vecindario? Pelaron el cobre de la segregación social.

Decían: “Esa gente no tiene con qué hacer compras en nuestros supermercados, no comen lo mismo que nosotros, sus hijos no están preparados para ir a los colegios de nuestros hijos”.

La propuesta era, como todo lo del loquito, una cortina de humo que se esfumaría.

No tuve tempo de comentar cuando el viernes me encontré la siguiente perla en El Espectador, en una nota que lamenta la discriminación por los colegios privados a un niño de ocho años bajo la protección de Ecosueños.

“No todos son cervantinos. No todos son para un tipo de educación. Hay instituciones que ofrecen el estilo en el cual el niño puede salir adelante sin inconveniente”, manifestó su rector, el sacerdote Nelson Gallego Orozco, quien agregó que, al asignar un cupo, el colegio tiene en cuenta la prueba académica y la formación integral (la parte social y afectiva), requisitos que Carlitos no cumplía. Fue reiterativo en que el niño no se sentiría bien y que en su plantel tendría un proceso abrupto de adaptación.

“El niño, lógicamente, al venir de un ambiente donde son poquitos niños y pasar a un colegio grande, se impacta. Y la parte familiar también importa. Que el niño tenga familia y que ésta esté pendiente de ese proceso”, añadió. Por último manifestó que “si el estudiante responde a ese perfil íntegro que exige la institución, podría entrar. Hay que ser honestos con las personas. Nosotros jamás les creamos falsas expectativas”, precisó Gallego.

Las declaraciones del rector del colegio Cervantes muestran el mismo comportamiento clasista intolerable.

Si los que nacimos privilegiados en esta Colombia anhelante de paz no somos capaces de superar el clasismo y el elitismo y nos comportamos como una repugnante élite podríamos acabar como Raciones listas para Consumir (MRE) por radicalismos extremos como el que llevó a Venezuela las locuras de Chávez y el maduro.