Han pasado meses, tal vez en el último año he publicado dos o tres comentarios asilados, le he cogido pereza a la mayoría de los temas. Se me ocurre que tiene que ver con una profunda desilusión de nuestras élites gobernantes.
Cada cuatro años se entusiasma uno con un discurso y vuelve a creer para volver a caer. Yo no le creí a Uribe en 2006, estaba convencido que la reelección sería desastrosa, que triste no haberme equivocado. No le creí a Santos en 2010 por las razones equivocadas, no me atraía el “cuidado de los huevitos de Uribe”. Debo admitir que le creí a Santos en 2012 cuando nos presentó el proceso de negociación con las FARC. Ya en 2014, me había desilusionado al ver que el proceso de negociación se convertía en bandera para una reelección que a mi no me gustaba.
De ahí en adelante, cuesta abajo, carajo. Firmaron en Cartagena con bombos, platillos y Maduro un acuerdo que los colombianos rechazaron en un plebiscito. Entonces se inventaron otro que firmaron en el teatro Colón. Y siga depabajo. La implementación ha sido desastrosa. Y de paz, lo que se llama paz poco.
La JEP no funciona sino para avanzar la impunidad del as FARC. Han logrado enredar la extradición de Santrich con leguleyadas. Reciben a las víctimas de los secuestros de las FARC que denuncian toda clase de violaciones del derecho internacional humanitario y no han abierto un solo expediente por esos mismos delitos contra los responsables, el secretariado de las FARC. Unos se pasean mondos y lirondos por los pasillos del congreso e Iván Márquez, el gran negociador, escondido narcotraficando.
Llegamos a 2018 y volví a creer, esta vez en Fajardo, quien por soberbio no quiso medirse en una consulta que lo hubiera mantenido vigente en las parlamentarias. Acabó perdiendo con Petro en primera vuelta, dejando al país en la disyuntiva entre Uribismo y Petrismo.
Queda por demostrarse que afortunadamente ganó Iván Duque.
Por ahora crecen las dudas y la desilusión. Me parece que Duque ha resultado un presidente más preocupado por tocar guitarra, jugar fútbol y echar discursitos que el presidente que necesita Colombia para salir de la encrucijada.
Por segunda vez en poco tiempo, la misma clase política que acompañó a Santos en el “robo” del plebiscito, se las ha arreglado con la complicidad de Duque para pasarse por la faja los más de once millones de votos que produjo la consulta anticorrupción. La más triste es que Duque anunció que sacaría adelante las reformas exigidas por más de once millones de colombianos y las dejó a dormir en manos de los corruptos del capitolio. Ni que decir de la reforma a la justicia o de la reforma política.
Para rematar presentan una “ley de financiamiento” a sabiendas que ese esperpento no pasa.
¿Qué será lo que van a negociar?
No van sino noventa días de gobierno de Duque y ya me empieza a saber a cacho. De hecho, se me ocurre que los colombianos que votamos el plebiscito anticorrupción nos declaremos en desobediencia civil, no volvemos a pagar impuestos hasta que haya una verdadera reforma que ataje la corrupción.
La ñapa: Con el resultado del censo resulta que semos menos. Se me ocurre que los saqueadores del erario se aprovecharon de la inflada proyección del DANE para asaltar los presupuestos de salud y educación con falsos usuarios.