Juan-Manuel-2Se cumplen 12 años desde que Al Qaeda destruyó las Torres Gemelas del World Trade Center en NYC.

Por esos tiempos, entre mayo y septiembre de 2001, por razones de oficio, viajé varias veces a NYC.

Me impactó la destrucción de las torres. Me asustó, como a todos en eso que llamamos “Occidente”, la constatación de la vulnerabilidad del imperio.

Tuve reacciones banales como la de pensar que de este golpe la ciudad de Nueva York no se levantaría.

Vinieron otros atroces actos de terror, en Londres, en París, en Madrid. Todos inspirados o cometidos por afiliados o franquicias de Al Qaeda.

Entre 2003 y 2010 me fui a África. No volví a pisar ninguna de las metrópolis de occidente.

He tenido la suerte de regresar a cada una de las ciudades víctimas de los atentados en los últimos dos años.

Están como nunca de prósperas.

Se siente y se nota la riqueza y la pujanza. Londres organizó unos magníficos juegos olímpicos. Nueva York inauguró la Freedom Tower.

Recuerdo que uno de los primeros actos públicos después del nine eleven fue un partido de los Yankees en el viejo estadio. El fin de semana pasada mi más cercano amigo surafricano, de paso por los Estados Unidos fue a ver un partido entre los Yankees y Boston, que ganó Boston, en el nuevo Yankee Stadium.

¿Qué tanto impacto les causaron esos actos a NYC, a Londres, a París?

Salvo la paranoia desplegada por los Gobiernos que justifican toda clase de restricciones a los viajeros y toda clase de violaciones a nuestra privacidad, no mucho.

En cambio al otro lado, en eso que llamamos el “Medio Oriente” los efectos de los ataques han sido devastadores.

Irak no se recuperó de su “liberación”.

Sadam Hussein era un tirano, más los iraquíes que no se metían con él vivían más o menos tranquilos.

Las falsas acusaciones sobre su arsenal de armas de destrucción masiva constituyen uno de los más deleznables actos de la Special Relationship entre los Estados Unidos y el Reino Unido.

No pasa una semana sin que se produzca un atentado sectario, en esa guerra fratricida entre Sunitas y Chiitas. Tanto así que los atentados de Irak ya no aparecen sino en un rincón de las páginas internacionales o al final de los noticieros.

Y los muertos se acumulan.  Y la miseria no cesa.

Ni que hablar de Afganistán, o de Paquistán.

Puede que en Afganistán se viva un poco mejor que en la época del régimen Talibán, pero están sumidos en el terror y la guerra y no se les ve salida.

A Occidente la brillante idea de Osama Bin Laden y sus estrategas le produjo nuevas obras de arquitectura y renovación urbana.

A los gobiernos que pretendían castigar, más excusas para meterse en la vida de las personas.

A los negociantes de la guerra billonarias ganancias.

A los pueblos que pretendían liberar con sus actos terroristas más opresión, más violencia, más sangre y más extremismo y obviamente más miseria.

Para eso sirven la violencia y el terrorismo, para hacer más miserables a los miserables y más ricos y poderosos a los ricos y los poderosos.