Juan-Manuel-2Se completan ya cinco días de “paro agrario” en Colombia.

Lo que el lunes en la tarde parecía una situación controlable y controlada se ha ido saliendo de madre.

Pese a los anuncios de los líderes del movimiento, la fuerza del paro ha radicado en la violencia, en la violación de los derechos, en los bloqueos de las carreteras en más de 30 puntos neurálgicos.

Ya se han presentado los tradicionales actos terroristas de los “enmascarados” de las universidades Pedagógica y Nacional de Bogotá.

Sigo pensando que detrás del paro hay mucho oportunismo.

Pero hay que aceptar que hay algo más.

Las ideas neo liberales, que se han ido imponiendo desde el “norte”, han alimentado una concepción inhumana del desarrollo y del Estado.

Tengo un vívido recuerdo de un viaje a la Hacienda Suescún adelante de Sogamoso, en Boyacá.

El paisaje era una colorida colcha de retazos en la que se alternaban los colores de la cebada, del trigo, de la papa, del maíz, de la cebolla y de los pastos.

Eso ya no se ve.

Me produce una profunda depresión ver a los campesinos boyacenses enardecidos, recurriendo a la violencia, porque ya no pueden cultivar ni trigo, ni cebada, porque ya no pueden vender la leche.

Porque como lo  único que pueden cultivar es papa y cebolla, hay demasiada papa y demasiada cebolla, los precios son irrisorios.

Abandonados por el Estado neo liberal, no les queda más camino que la protesta.

Se convierten en la carne de cañón de los oportunistas de turno, de izquierda o de derecha.

No entiendo qué sentido tiene el modelo que le permite de las multinacionales del agro arrasar con la milenaria tradición de los agricultores que año tras año guardaban lo mejor de su cosecha para sembrar la del año siguiente.

No logro explicarme las imágenes de los funcionarios del Instituto Colombiano Agropecuario, que debería defender y promover el agro colombiano, desarrollando operativos policiales para destruir las semillas de arroz almacenadas por los cultivadores del Huila por orden de alguna multinacional que exige que le compren la semilla y le paguen regalías.

Uno se pregunta:

¿Por qué el propietario de una finca de 10 hectáreas en al altiplano cundi-boyacense o en Nariño apenas sobrevive, mientras el propietario de 10 hectáreas en Francia es millonario?

¿Tendrá eso algo que ver con la durísima posición de los países europeos en defensa de sus agricultores?

Recuerdo los bloqueos que los agricultores franceses desarrollaron con sus tractores hace algunos años para defender sus intereses.

Con este pensao, como dicen en Boyacá, de pronto se me ocurre que los campesinos tienen razón para sus protestas. Me sigue pareciendo injustificada e inaceptable la violencia.

Me parece tibia la respuesta del Gobierno.

Me parecen sumamente desacertados los comentarios que le he oído al Presidente Santos.

Me parece de una infinita hipocresía que el Uribismo, los grandes defensores del modelo neo liberal a ultranza, apoyen el paro.

Se me revuelven mis entrañas cuando veo que el pensamiento “democrático” defiende el modelo neo liberal imperante.

Me hace falta la concepción de un Estado Social de Derecho.

Un Estado pequeño que interviene para proteger a los más desfavorecidos, no a las multinacionales con mayor poder de lobby.

Un Estado en el que el Instituto Agropecuario protege al campesino y promueve prácticas que garantizan la seguridad alimentaria y no la seguridad del dividendo de los accionistas de Monsanto.

Un Estado que promueve la agroindustria allá donde es la única solución sostenible, pero que hace los mismos esfuerzos para proteger el minifundio sustentable y sostenible allí donde es posible.

Hoy amanezco, muy temprano, pensando que estamos mal gobernados.

No los colombianos, sino los humanos.

Se me ocurre que Siria, Egipto, España, Grecia, Colombia, África entera sufren las consecuencias de un modelo errado.

Un modelo en donde se privilegia la concentración de la riqueza por encima de la creación de riqueza.

Qué deprimente, que angustia pensar que ese es el mundo que le vamos a heredar a nuestros nietos.

Las papas explosivas, las pedreas en las carretas, las marchas de los indignados, las protestas violentas son los síntomas de una compleja enfermedad.

Hasta ahora la respuesta de los gobernantes ha sido la peor medicina imaginable.