La defensa de Trump

Bueno.  Completo tres semanas de preparación y ejecución de un proceso que seguramente tendrá repercusiones en todos los aspectos de mi vida.  Nos trasladamos de Bogotá a una finca lechera en la sabana de Bogotá.  Efecto de la pandemia, estamos en la finca desde marzo de 2020, hemos ido descubriendo los placeres de la vida rural.  Este cuento para explicar la ausencia.

Juan Manuel Urrutia

Se posesionaron Joe Biden y Kamala Harrris.  La inauguración, con todo y Lady Gaga y Jennifer López, me pareció un momento anticlimático.  Hizo falta la gente. La sensación de ver un país al borde de una confrontación civil, con su capital militarizada, me dejó un vacío.

A Biden no se le va a facilitar la tarea.  Vienen semanas complejas para el presidente pues la confrontación entre su partido y los republicanos puede resultar en una parálisis de los procesos legislativos.  

Dos asuntos, que están íntimamente ligados me llaman la atención.

El primero, el juicio (impeachment) de Trump en el Senado.   Es claro, el ataque del 6 de enero al capitolio fue una asonada, perpetrada por una turba enardecida, en buena parte por los inflamatorios discursos y tuits del mal perdedor.  ¿Acto terrorista, planeado y ejecutado por una milicia organizada y dirigida?  No sé. 

He estado mirando las presentaciones de los “administradores” del impeachment, que son miembros de la cámara de representantes que hacen de fiscales en el juicio.  Han presentado videos que no se habían visto del interior del Capitolio durante el “ataque”.  No he visto a una milicia organizada, más bien a una turba de locos enardecidos por las palabras inflamatorias de sus líderes, entre los que, no se puede negar, estaba Donald Trump.

Asombra que en la presentación de dos de los administradores del proceso se presente evidencia de que al presidente Trump le preocupaba más que el conteo de los votos electorales fuera demorado y si posible cancelado, que la seguridad y la vida de los congresistas asediados por la turba.

La defensa del Trump sostiene la tesis que el ataque no fue el resultado de la incitación a la insurrección, ya que el ataque estaba planeado de antemano.

Sostiene en cambio que el impeachment es un acto político para desprestigiar a Trump y para callar la voz de 75 millones de votantes, en realidad 74,22,593. 

A mi limitado saber y entender “papaya” servida por los “administradores” en su acusación.  Centraron la fuerza de sus argumentos en los hechos que sucedieron el 6 de enero, tratando de aducir que el discurso de Trump ese día fue el acto incitador.  Opino que no.  La toma del Capitolio el 6 de enero se empezó a fraguar entre los grupos más extremistas, que fueron quienes la lideraron, con la retórica violenta y agresiva de Trump desde el 20 de enero de 2017. 

Y se fue calentando con el inflamatorio tono del discurso que, desde el verano de 2020, venía utilizando en contra de los mecanismos de ampliación del acceso al voto, a los que el partido republicano siempre se ha opuesto.  Trump había, esencialmente, dicho que si perdía era porque le habrían robado las elecciones.  El último hervor a esa olla de presión se lo dio Trump, no el 6 de enero, sino desde mediados de diciembre de 2020 cuando se rehusó a reconocer la derrota electoral y la derrota en la campaña jurídica que había emprendido en contra de los resultados.  Esa fue la incitación.  El discurso del 6 de noviembre fue un “a sus marcas, listos, ya”.

El mecanismo del juicio de impeachment hace que, independientemente de la culpabilidad del acusado, el resultado final dependerá de cálculos políticos de los senadores.  Y todo parece indicar que, en la coyuntura actual, Donald Trump no será condenado, para lo que se requieren 67 votos en el senado.  Si todos los senadores demócratas, 50, y la vicepresidenta votaran por la condena, se requerirían 16 votos de senadores republicanos, lo que parece muy improbable.  

Y aquí aparece el segundo asunto.  Donald Trump obtuvo algo más de 74 millones de votos en la elección de 2020.  Ganó en 26 estados.  En esas circunstancias es innegable que Trump mantiene y mantendrá un ascendiente sobre el partido Republicano.  Es difícil pensar que haya 16 senadores republicanos que estén dispuestos hoy en día, a someterse al escrutinio de las fuerzas de extrema derecha por un voto anti-Trump en el juicio.   Basta con ver lo que le pasó a la representante Liz Cheney a quien un grupo de representantes pro-Trump trataron de “cobrarle” su voto a favor de impeachment intentando “sacarla” de su posición de liderazgo en la Conferencia Republicana de la Cámara.

Desde antes de los sucesos del 6 de enero, los “trumpistas” más radicales recurrieron a medidas de presión para “asustar” a senadores y representantes que no acogieron la teoría del fraude electoral y reconocieron la victoria de Biden.  Amenazas de llevarlos a enfrentamientos en elecciones primarias para “sacarlos” se hicieron frecuentes.  El mote de traidores ha estado circulando entre los “trumpistas” más radicales.  Recordemos que, en el frenesí del ataque al Capitolio, la turba enardecida por el discurso de Trump pedía la cabeza de quien había sido hasta semanas antes el escudero y mejor aliado de Trump, Mike Pence. “Hang Mike Pence” gritaban.

Hay un grupo, que puede hacerse importante, pero que por ahora es minoritario, que busca devolver el partido republicano a valores conservadores más tradicionales, menos extremistas.  Pero lo que se ve hasta ahora es que el extremismo de los seguidores de Trump es el que marca el paso en el partido republicano.  Así las cosas, es altamente improbable, yo diría que imposible, que Donald Trump sea condenado.  Sueñan mis amigos demócratas que el juicio sea suficiente para exponer a Trump, para que los norteamericanos se den cuenta de qué es capaz el expresidente.  Eso ya se sabía, con o sin el segundo impeachment.

Yo tengo más bien una pesadilla.  Creo que este segundo juicio es nuevamente un error de cálculo político del liderazgo del partido demócrata.  Imagino a Donald Trump declarado inocente cacareando su inocencia a diestra y siniestra, diciendo que el veredicto demuestra que el tenía razón, que le robaron la elección.  La defensa de Trump ha sentado las bases para ese discurso.

El tiempo pasa volando, a la vuelta de la esquina estaremos viendo el desarrollo de las elecciones de 2022 en donde los dos partidos se juegan mucho.  Los demócratas tratarán de consolidar su mayoría en el senado y de mejorar la que ya tienen en la cámara que se vio disminuida en las elecciones de noviembre pasado.  Los republicanos van por el control de senado y cámara.  No me queda duda que un Trump fortalecido por su mal ganada inocencia jugará un papel importante, si no fundamental.