Sedición EUA
Imagen cortesía The Washington Post

La imagen de un miliciano con la bandera de los confederados en la guerra civil, el símbolo del racismo, paseandose por los pasillos del capitolio en Washington lo resume todo.

Desde hace meses el peluquín venía preparando la intentona de golpe de Estado que trató, cobardemente, como todos los actos de los tiranos, de ejecutar el miércoles 6 de enero de 2020.

Juan Manuel UrrutiaNo hay lugar a confusiones ni a interpretaciones.  No vamos a ser tan imbéciles de caer en la trampa de creer que fue una reacción espontánea de un grupo de desesperados votantes que sentían que sus derechos habían sido vulnerados.

No, lo que sucedió ayer en la tarde en el Capitolio, sede del congreso de los Estados Unidos, fue el acto final de un proceso que empezó hace meses.  Desde el momento en que mucho antes de las elecciones el peluquín comenzó a sembrar una serie de dudas infundadas sobre el voto por correo, que se sabía, en tiempos de una pandemia que él se negó a reconocer, aumentaría significativamente.

El peluquín sostenía desde antes de la elección, que los votos por él eran los únicos votos legales, que los votos por su contricante eran ilegales.   

Toda elección presidencial en los Estados Unidos se define en lo que llaman los “swing states”, que son aquellos estados en donde la balanza puede ir para cualquiera de los candidatos.  En esta ocasión se sabía que Estados como Pennsylvania, Arizona, Georgia definirían la elección, y así fue en todos los casos a favor de Joe Biden.

Desde antes de la elección, el peluquín, que sabía que su derrota era altamente probable en esos estados, inció un coqueteo con grupos extremistas de derecha, a sabiendas que de ahí saldría la milicia que él esperaba lo acompañaría en su golpe de estado si el resultado no le favorecía.  A la cabeza los “Proud Boys”.

Desde el día mismo de la elección, el peluquín y sus esbirros encabezados por Ted Cruz, el deshonorable senador facista de origen cubano americano,  y apoyados por el nefasto Rudy Giuliani, iniciaron una campaña para desvirtuar, con falsas acusaciones, el proceso electoral.  Las perdieron todas.

En su deseperación, el domingo 3 de enero, el peluquín llamó al Secretario de Estado de Georgia, que encabeza el colegio electoral del Estado, a implorarle que “consiga 11,780 votos”.

Ante los embates extremistas, el vicepresidente Pence, y el líder del partido republicano el Senador Mitch MCDonnel anunciaron que no cederían ante las presiones del presidente.  El peluquín no podía entender como sus fieles escuderos por años tomaban partido por la democracia.

A los trumpetistas se les acababan las opiciones.  Se sabía que las objeciones  a los conteos de los votos en varios estados serían desestimadas por el congreso en pleno, las mayorías así lo demostraban.  Pero los trumpetistas no cedieron.  Su propósito no era el de cambiar un resultado que ya sabían, no se cambiaría.  Su propósito era ganar tiempo para darle la oportunidad a las milicias organizadas de antemano para llevar a cabo la intentona de golpe.

Contaban además los trumpetistas con una cierta complacencia de las autoridades, las milicias estaban confromadas por niños y niñas blancos, por ende buenos.  Hubieran sido la gente del Black Lives Matter la represión hubiera sido inmediata y violenta, brutal.

Y sucedió lo que se había planeado.  Los milicianos, a quienes la hija del peluquín llamaba valientes patriotas, se tomaron el Capitolio.  Vimos estupefactos como en la sede de la democracia supuestamente más sólida del mundo, se desarrollaban escenas similares a los levantamientos populares que durante las últimas décadas han logrado sacar a dictadores y tiranos.  Escenas como las que ordenó el maduro contra la Asamblea Legislativa venezolana controlada por la oposición.  

El peluquín en un acto de cobardía, luego de haber incitado a sus milicianos a subvertir el orden, les pidió que se fueran a sus casas.   

Las fuerzas del ¿orden? desocuparon el Capitolio.  La sesión, interrumpida por los milicianos de Trump, se reinició.  Las objeciones a los resultados estatales fueron rápidamente desestimadas por mayorías abrumadoras. Tan sólo 8 senadores, encabezados por el deshonorable senador Cruz, apoyaron las objeciones presentadas por representantes.  Siete senadores y varios representantes cambiaron su posición luego del ataque de las milicias de Trump.

A las 3:41 de la mañana del 7 de enero, el presidente del congreso de los Estados Unidos, Mike Pence, (el vicepresidente preside las sesiones conjuntas de las dos cámaras), tal como lo había anunciado, declaró ganadores de las elecciones a Joe Biden y Kamala Harris.  El 20 de enero se posesionan. 

Poco después, el peluquín, por intermedio de un vocero, pues sus cuentas personales fueron bloqueadas por los administradores de las redes sociales, por sus inflamatorios “postings”, anunció que, aunque no estaba de acuerdo con el resultado, habría una transición pacífica el 20 de enero.

Y ¿se acabó?

No.

Al peluquín le quedan 13 días para continuar haciendo de las suyas, que nunca son buenas.

Ya ha anunciado que a partir del 21 de enero encabezará un movimiento que por el carácter del personaje será seguramente violento, apoyado en falsas informaciones y absurdas teorías de conspiración.

Mi pensadera es que el tipo sabe perfectamente que, si pierde vigencia política, lo consumirán sus deudas, sus malos negocios y los actos de corrupción de sus hijos.  Su “cruzada” nada tiene que ver con hacer a los Estados Unidos grandes de nuevo (mala traducción de Make America Great Again, pero no se me ocurre otra).  No, su cruzada es de auto preservación, va a utilizar la política para desvirtuar como falsas y políticamente motivadas todas las acusaciones que sobre él y su infame familia caerán.

En cuanto al deshonorable Cruz y demás trumpetistas espero que estas actuaciones sean el final de sus carreras y que, uno por uno, vayan cayendo como los dos senadores de Georgia derrotados el martes 5 de enero.