Izquierda latinoamericana
Manifestación contra el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua. Imagen via New York Times

Apartes de una nota más extensa publicada en español en el New York Times. Por Rafael Rojas — Ciudad de México. La crisis nicaragüense ha abierto un nuevo capítulo en la división de la izquierda latinoamericana. Ya el año pasado la izquierda se había fragmentado en torno a la crisis venezolana.

En el momento más cruel de la represión en Venezuela —en cuatro meses de 2017, 124 personas fueron asesinadas— y luego de la imposición de la Asamblea Nacional Constituyente, que usurpó las funciones del poder legislativo legítimo, muchas voces de la izquierda se distanciaron del régimen de Nicolás Maduro. Ahora, otro acto de represión brutal —en el que han muerto más de 300 personas— del gobierno del sandinista Daniel Ortega en Nicaragua divide posturas en la izquierda regional.

Esta fragmentación de la izquierda, sumada al desgaste natural del movimiento antiorteguista, la represión violenta y sistemática del Estado nicaragüense y la estrategia ineficaz de la comunidad internacional, ha ocasionado que en Nicaragua todo siga igual: el intento de diálogo entre el gobierno y la oposición se hundió en julio, no se han convocado nuevas elecciones, Ortega y Rosario Murillo —su vicepresidenta y esposa— no dan señales de renunciar y el Estado sigue persiguiendo y encarcelando a opositores.

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Esa fractura tiene raíces profundas en los procesos de transición a la democracia de las últimas décadas del siglo pasado y se remonta a las diferencias entre Luiz Inácio Lula da Silva y Hugo Chávez en los primeros años del siglo XXI.

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El exsenador y expresidente de Uruguay José Mujica dijo en el Congreso uruguayo que recordaba los años gloriosos de la Revolución sandinista e invitaba a su líder histórico, Daniel Ortega, a reconocer que, en honor a ese legado, había llegado el momento de dejar el poder. También diversos sectores intelectuales y políticos de la izquierda brasileña y argentina se han sumado a la solidaridad con el movimiento que se opone a la reforma del seguro social en Nicaragua, al canal interoceánico y a la reelección indefinida de Ortega y Murillo.

En Chile, el diputado socialista Gabriel Boric, uno de los principales dirigentes del movimiento estudiantil de 2011, ha exhortado a la izquierda latinoamericana a condenar, con la misma fuerza, los “golpes blandos” de la derecha en Paraguay, Honduras o Brasil y “la permanente restricción de libertades en Cuba, la represión del gobierno de Ortega en Nicaragua […] y el debilitamiento de las condiciones básicas de la democracia en Venezuela”.

En Colombia, el excandidato a la presidencia Gustavo Petro advirtió: “En Venezuela como en Nicaragua no hay un socialismo, lo que hay es el uso de una retórica de izquierda del siglo XX para encubrir una oligarquía que se roba el Estado”. Y en México, el líder moral de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, y un grupo de intelectuales lamentaron la “ambición por el poder” de Ortega y Murillo y demandaron al gobierno saliente del priista Enrique Peña Nieto y al entrante de Andrés Manuel López Obrador fijar una posición frente a la crisis nicaragüense. Tal vez la principal figura de la intelectualidad lopezobradorista, la escritora Elena Poniatowska, escribió que lo que pasa en Nicaragua “no es un golpe de Estado, de lo que se trata es de aplastar la opinión de los nicaragüenses”.

Artículo completo en el New York Times en español 

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