Por Juan Manuel Urrutia, Especial para El Molino Online — Me da pena.  Me da pena a la colombiana, es decir vergüenza.  Me da pena a la mexicana, es decir tristeza.

Me da vergüenza de haber sido activo miembro del partido conservador, el de Misael Pastrana, de Álvaro Gómez, de Belisario Betancur y de Andrés Pastrana.

Me da vergüenza de haber sido miembro del mismo partido de Eduardo Enríquez Maya, del motelero José Darío Salazar y del gasolinero presidente del Senado.  Me da vergüenza haber sido amigo de Juan Mario Laserna y de muchos otros.

Me da tristeza haber creído en gente como Simón Gaviria.  Me da tristeza que Juan Manuel Santos a quien admiro haya cometido semejante error u horror. Me da tristeza que pasen los años y la porquería siempre derrote a la esperanza.

¿Qué nos pasó?  El Gobierno del Presidente Santos se propuso una ambiciosa agenda legislativa.  Había que hacer justicia  se promulgaron las leyes de tierras y de reparación.  Había que crear un marco jurídico para la paz y se hizo lo propio, había que reformar la justicia…y ahí caímos.

A los congresistas poco les importaron la ley de tierras o la ley de reparación, las sacaron adelante, le dieron gusto a Gobierno.

Se creó lo que Uribe, con razón, ha llamado la manguala.  Y la manguala le funcionó a Vargas Lleras y al Presidente.  Los congresistas pasaban de agache, de ley en ley, la manguala, la aplanadora de la Unidad Nacional llenaban de regocijo al ejecutivo, la agenda legislativa era un éxito.  El único fracaso, la reforma de la educación, porque la tumbaron los estudiantes, nada que ver con los legisladores.

Y llegó la hora de la verdad, la hora de la reforma que los congresistas estaban esperando para ser lo que siempre han sido, una manga de delincuentes.  Escondidos tras la manguala, encerrados en un club “¿de ejecutivos?”, fueron construyendo, con el beneplácito del ejecutivo, una reforma a la justicia cuyo único propósito era la impunidad para ellos, a cambio le ofrecían a las cortes unas gabelas.

Ha trascendido que uno de los más activos conciliadores prevaricadores es nada menos que el senador Enriquez Maya quien no tiene sino unas tres o cuatro investigaciones en la procuraduría y la fiscalía por su activa participación en el robo de la dirección de estupefacientes y a quien el adefesio le borraría todas, óigase bien todas las investigaciones.

Desde el cuarto debate se sabía que la reforma a la justicia iba por mal camino.  Los congresistas agazapados sabían que todo se resolvería en la última semana del último debate, cuando la reforma o salía como ellos quisieran o se hundía para siempre.  Y demostraron que lo que de verdad saben hacer es componendas para favorecerse.

Ciento setenta y nueve congresistas se pusieron a la altura de su colega Merlano y le recordaron al país que ellos hacen lo que les viene en gana y que se consideran por encima de la ley.  El Gobierno, en cabeza del Ministro de Justicia alabó y promovió el orangutanezco acto legislativo hasta el último minuto y aún  después.  Queda como testimonio el discurso de Esguerra pidiendo que votaran el texto conciliado.  Queda también como testimonio de honestidad intelectual la renuncia de Esquerra.

Da lástima ver que el hijo del Presidente que impulsó la constitución que nos rige haya presidido el proceso de destruirla y tenga como única disculpa “yo no leí con cuidado”.

Me da vergüenza no haber seguido más de cerca el proceso para tener mayor claridad sobre quienes son los responsables de semejante gorilezco esperpento.

Las consecuencias son alucinantes.  La impunidad total hacia adelante y la anulación de un plumazo de TODOS los procesos por parapolítica y corrupción que cursan en la fiscalía y la Corte Suprema de Justicia.  Con un minuto que dure el esperpento vigente se genera un caos jurídico total.

Se ha hablado de un referendo revocatorio del acto legislativo (este nombre debería tener mayúsculas, pero el esperpento no se merece las mayúsculas).  Pero para convocar el referendo tiene que existir el acto legislativo y por ende el referendo se convocaría en medio de caos jurídico y de la impunidad total.

Parece que el Presidente le salió al paso a enmendar la plana.  Ojalá quede enmendada.  Pero el sinsabor no se va.  El país ha sido notificado, una vez más, que sus legisladores, salvo 28 valientes ciudadanos, son unos hampones y no merecen la dignidad.  Los conciliadores deberían renunciar.

Como no lo van a hacer, quienes tenemos en donde guardar sus nombres tenemos la obligación moral de hacer hasta lo imposible por evitar que se vuelvan a relegir.  Pero los que votaron el esperpento también merecen el castigo del electorado.  El Gobierno de Santos, a quien mucho le admiro su compromiso con causas tan importantes como la ley de víctimas y la ley de tierras, nos sale a deber y tiene mucho que explicar.

No basta con la enmienda ni la lavada de manos.  Los presidentes de senado y cámara tienen la oportunidad de la dignidad.  Aprovechar el salvavidas que lanzó el presidente y no publicar el Acto Legislativo y luego renunciar y retirarse de la política.

No lo van a hacer.  Por eso debemos, con el impulso que nos da la indignación de estos últimos días, promover un referendo revocatorio del congreso.

Y con ese mismo impulso denunciar por concierto para cometer el delito de prevaricato a todos los congresistas que votaron el acto legislativo.