Pierrot Le FouPor Milagros Amondaray | LA NACION. Por el inminente estreno de El lado luminoso de la vida, recordamos algunas relaciones bastante peculiares que ha dado el cine.

1. ENID Y SEYMOUR ( MUNDO FANTASMA, 2001, TERRY ZWIGOFF)

Los caminos de Enid (Thora Birch), una adolescente que no termina de encontrar su lugar en el mundo (adelantándose a una frase de la posterior de Juno: “No sé qué clase de chica soy”) y Seymour (Steve Buscemi), un misántropo con algunos problemas para controlar su ira, se bifurcan cuando ella decide llevar a cabo una broma con su amiga Rebecca. Su relación no resiste ningún tipo de nomenclatura, pero podríamos decir que son dos personas igualmente desencantadas con todo aquello que los rodea, quienes logran una comprensión mutua (ella con su arte en crecimiento, él con su faceta de coleccionista rabioso) cuando el resto los observa con cierta indiferencia. Sin embargo, lo más importante de Mundo fantasma es que deja el cinismo de lado para mostrarnos cómo ese vínculo entre Enid y Seymour alteró la vida de ambos hasta el punto de ayudarlos a descubrir qué curso darles a sus vidas, por más momentáneo que éste sea.

2. LARS Y BIANCA ( LARS Y LA CHICA REAL, 2007, CRAIG GILLESPIE)

Lo curioso respecto a Lars y la chica real es que, a pesar de que a priori la relación entre un hombre y una muñeca debería provocar desconcierto/distanciamiento en el espectador, genera el efecto contrario. La película de Craig Gillespie es una película con corazón. Los motivos por los cuales nos adaptamos fácilmente a lo inverosímil son muchos y uno al mismo tiempo: el deseo de encontrar una compañía. Partiendo de esa base, partiendo de un hombre (el Lars del título, interpretado por el enorme Ryan Gosling) que no puede lidiar con la pérdida, que no puede enfrentar el mundo exterior, todo su camino hacia el momento de soltarle la mano a esa improbable novia llamada Bianca es encantador más que oscuro. El mérito del guión de Nancy Oliver es, también, el de focalizar en el costado luminoso de la cotidianeidad, aquí muchas veces provista por la solidaridad y comprensión de quienes conocen a Lars y hacen hasta lo imposible para ayudarlo a salir de la zona de seguridad.

3. MELVIN Y CAROL ( MEJOR…IMPOSIBLE, 1997, JAMES L. BROOKS)

Se hace muy difícil establecer empatía con Melvin Udall, pero tanto la interpretación de Jack Nicholson como la manera en la que Brooks y su co-guionista Mark Andrus van narrando su transformación interna logran que, a fin de cuentas, estemos esperando que le llegue su final feliz. En este caso, la cuota freak (aclaro que estoy usando el término sin ninguna connotación peyorativa) la aporta el propio Melvin con su verborragia incontrolable (y casi siempre poco constructiva), aunque lo conmovedor del film es verlo luchar contra su enfermedad (su trastorno obsesivo-compulsivo) pensando que su omnipotencia va a cumplir el cometido. Lejos de eso. Su cambio empieza a volverse notorio cuando en su vida aparece Carol (Helen Hunt), quien paulatinamente consigue de Melvin actos de generosidad (que se hacen extensivos a Simon, un increíble Greg Kinnear) y que son, justamente, lo que van modificando esa rutina que parecía imposible de reestructurar. Como el propio Melvin le confiesa a Carol: “Tú me haces querer ser un mejor hombre”. Todo dicho.

4. ANNA Y SEAN ( REENCARNACIÓN, 2004, JONATHAN GLAZER)

¿Cómo no podría ser freak una historia de amor entre una mujer viuda y un niño que asegura ser la reencarnación de su fallecido esposo? Al igual que Lars y la chica real, estamos partiendo de un relato que podría fácilmente meterse de lleno (e involuntariamente) en el ridículo. Pero como se trata de una película de Jonathan Glazer ( Bestia salvaje ), al ridículo se lo bordea con conciencia y se lo evade cada vez que se puede. ¿De qué manera? Con una cierta solemnidad y grandilocuencia que en la mayoría de las escenas le juegan a su favor y que tienen como referente ineludible a Stanley Kubrick. Sin embargo, Reencarnación también funciona porque todas las obsesiones de Glazer (siendo el karma la principal, como también atestiguan sus numerosos videoclips) recaen sobre los hombros de Nicole Kidman, quien por entonces ya empezaba a elegir un camino interpretativo inusual y desafiante, dos características que este film despliega en más de una ocasión.

5. PIERROT Y MARIANNE ( PIERROT, EL LOCO, 1965, JEAN-LUC GODARD)

El estreno el año pasado de Un reino bajo la luna me remitió instantáneamente a este clásico de Godard. Las similitudes entre este film y el de Wes Anderson (que de todas maneras funciona con sus propios méritos) se vuelven casi evidentes, pero siempre bajo un modelo de homenaje y de algunas decisiones (el estilo de Kara Hayward reminiscente al de Anna Karina, por ejemplo) que son un guiño a la relación entre Pierrot (Jean-Paul Belmondo) y Marianne (Karina). Esta suerte de road movie se va desarrollando con un grado de inmediatez que tiene su correlato con la personalidad de sus protagonistas, dos arrebatados que se juntan por una afinidad inmediata sin un destino en concreto. Dentro de la filmografía de Godard, se trata de una de sus obras más espontáneas y caprichosas, un hermoso delirio donde el presente parece ser lo único relevante.

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