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Carlos F. Torres, Director El Molino Online

Si arrastré por este mundo
La verguenza de haber sido
El dolor de ya no ser
Bajo el ala del sombrero.
Cuántas veces, embozada,
Una lágrima asomada yo no pude contener.

Dedico ese tango de Carlos Gardel a un Brasil derrotado, humillado y destruido en un mundial que en opinión de este bloguero tuvo pocas sorpresas.

Las cifras son impresionantes.

Desde la Estación Espacial Internacional, hasta el rincón más apartado del mundo, se calcula que unas mil millones de personas sintonizaron la final.

Es una cifra superior a hace cuatro años porque ahora el público tiene acceso a tabletas, teléfonos, y servicio Wifi de internet.

Unos 100,000 argentinos fueron a Rio de Janeiro, viajando hasta 14 horas en caravanas, para estar cerca de su equipo.

En Copacabana, se congregaron 70,000.

Los alemanes celebraron el triunfo de su país.

Los brasileños celebraron que Argentina perdiera — así fuera ante el verdugo de ellos. Screen Shot 2014-07-14 at 10.59.21 AM

La prensa argentina habló de una “celebracion por segundo lugar”, como tratando de endulzar la amarga píldora de la derrota, y otros porteños decidieron quemar  la zona del Obelisco.

La victoria de Alemania, dicen los expertos, muestra que el equipo es superior a la estrella.

Verdad.

Este mundial trae otra lección: En el fútbol se han quebrado para siempre las fronteras nacionales — aquellas mismas que pretenden empaquetarse en una camiseta, una bandera y un himno.

Me atrevo a decir que ni Messi es argentino, ni Neymar brasileño, ni James colombiano.

Son todos unos magníficos atletas. Multimillonarios que visten la camiseta de un club europeo que no vacilan en cambiar si otro les pagan, y otro día se ponen la de su país.

Claro, a Messi le gusta su bife de chorizo; igual que a Neymar una feijoada; o a James un sancocho. Pero el deporte ha puesto a sus pies fama, millones, status de celebridades. Ello les aisla del cotidiano de sus hinchadas.

En la época de la multinacional, el fútbol es la versión moderna del panem et circenses.

Magnífico espectáculo que no deja de ser espectáculo.

Producido. Y lo que se arregló tras bambalinas jamás sabremos la gente común y corriente.

Por seguir tras de sus huellas
Yo bebí incansablemente.
En la copa de dolor

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