HummingbirdEl privilegio de estar confinado en el campo da unas ventajas incomparables.  Aire, vista, espacio.  No me meto sino con Mónica y de lejos con el trabajador de la finca y su esposa.  Ya me cansé del guasap, borro la mayoría de lo que me llega y he bloqueado dos o tres chats colectivos en donde las babosadas exceden el cariño o amistad que le tengo a quienes en esos participan.  

Reflexiones de Juan Manuel UrrutiaMe impresiona la cantidad de mensajes falsos, mal intencionados y desinformados, que circulan y la poca inteligencia de quienes los reenvían.  Es evidente que las personas tienen más tiempo disponible en sus confinamientos para entregarse al moderno vicio de las pantallitas.  Sería interesante averiguar el aumento en el volumen de mensajes de guasap y si se pudiera, la notoria disminución en el nivel de inteligencia de los contenidos.  La mayoría de los chistes y memes, que fueron muy buenos en un principio, ahora son de una bobería sorprendente.   No tengo tuiter y el Facebook lo miro muy esporádicamente.  En la web hay demasiadas cosas interesantes para andar uno perdiendo el tiempo leyendo babosadas de desocupados o comentarios de los políticos y sus bodegas.

Estaba atrasado de lectura, Tiempos Recios, el libro de Vargas Llosa sobre las porquerías que hicieron en Guatemala es entretenido y se lee rápido.  Flights, el libro de Olga Tocarkzuk, o como dice mi hija Juana la polaca esa de apellido impronunciable es ¿raro?  Bien escrito interesante pero extremadamente denso.  Los artículos de The Economist sobre la pandemia, como siempre inteligentes e informados.  Me he relamido releyendo artículos de Alternativa que inicialmente compré en una tienda en La Perseverancia y a la que luego tuve suscripción hasta que la acabaron, excelente recopilación de Enrique Santos.  Tengo en fila para releer dos libros de John Le Carré que leí hace años, recomendación de mi padre que murió en 2002 y que era un fiel lector del autor.

Nos han ordenado quedarnos en el lugar de confinamiento por tres semanas más.  Como veníamos por cuatro días y pensábamos retornar a Bogotá para reaprovisionarnos, no traje suficiente lectura.  Me arrepiento de mi rechazo al Kindle o a una Tablet que me permitiera cargar con una amplia biblioteca virtual.  Tocará ingeniárselas.

Hace unos meses pusieron un supermercado bien surtido de productos frescos a tres cuadras de casa, rápidamente desarrollamos la costumbre de comprar lo del día lo que le permite a uno variar el menú y siempre con frutas y vegetales frescos.  En la finca el verano diezmó la huerta.  Quedan algunas lechugas y uno que otro vegetal.  En el pueblo que queda a diez minutos hay un super y un bodegón.  Pero confinamiento es confinamiento y no es recomendable estar yendo de compras con mucha frecuencia.  Estamos pues abocados a comer de lo que hay en la despensa y a resurtir con creatividad cada cinco o seis días.  Esos cambios que parecen baladíes hacen de esta una experiencia diferente

La vida sencilla.  La vida sin acumulación.  No tengo un refrigerador repleto de viandas, no tengo una empleada que me cocine el arroz, no puedo ir a la esquina a ver si quiero comer sandía o coliflor por los que ahora que estoy mercando en el bodegón de El Rosal, en Bogotá pagaba precios exorbitantes.   No tengo diez camisas ni seis pares de zapatos para escoger.  Dos bluyines, unas camisetas viejas unos tenis y unas botas finqueras. No hay diez restaurantes en la esquina y cien en el barrio.  No hay restaurantes.  Acá en El Rosal hay un domicilio de pollos que se defiende y pare de contar.  No hay Rappi.  La vida diferente. Hay que planear, los antojos no se pueden antojar.  Y se me ocurre que consumimos mucho más que lo que necesitamos, acumulamos posesiones como si el mundo se fuera a acabar y cuando llega la hecatombe o la pandemia nos encerramos y las posesiones sirven para tres cosas, nada, nada y nada.

Acabo de pasar quince minutos espiando un colibrí.  Hace años no me pasaba eso.  La mente se fue, estuvo en Senegal mirando los baobabs.  Estuvo en el jardín de nuestra casa en Johannesburgo en donde muchas tardes, sentados en la terraza, saboreando un gin and tonic mirábamos por horas a un tejedor construyendo su nido que la hembra revisaría y en muchos casos rechazaría, obligando al tejedor a empezar de nuevo en otra rama.  Estuvo en el “Little Governor´s Camp en el Massai Mara viendo los hipopótamos tomar su último baño del día al atardecer.  En esa ocasión estaba con mi hija Carolina que relata que una noche se despertó pensando que un hipopótamo se había metido a nuestra carpa, para descubrir que eran mis ronquidos. Memorias y pensamientos que son posesiones mucho más valiosas que todo lo que está en el closet.

Me dejo invadir de recuerdos.  Me transporto con mi hermano mayor al mágico jardín de La Aurora la finca de mis abuelos en donde pasamos veraneos inolvidables.  Salíamos con una escopeta de balines a tratar de “cazar” algún pájaro, afortunadamente éramos de un chambón infinito y nunca le dimos ni al árbol.  Mi hermano menor era mucho más inteligente, él nunca quiso matar un pájaro, domesticó pericos, azulejos y copetones que se paseaban sobre su hombro.  Uno de ellos atravesaba el corredor de la casa de mis padres para entrar a comer migas de tostadas al lado de mi mamá que desayunaba en su cama y luego regresaba satisfecho a su jaula que siempre estuvo abierta.  Nostálgicamente recuerdo el aroma de los jazmines.  El jardín de La Aurora olía a jazmín.  

Julio VerneEn uno de esos veraneos, mi mamá nos leía en la noches El Libro de la Selva, luego allá conocí a Julio Verne y las historias de Arsenio Lupín y los libros de Enid Blyton que leí en francés para descubrir años después que la vieja era inglesa.  Aprendí a nadar en una alberca gélida en la que si uno no nadaba rápido se moría de hipotermia.

Hoy se me ha dado lo del confinamiento.  Del pinche virus nada que decir porque no he querido pensar más en eso.  

Creo que el confinamiento más importante es el de dejar de pasar veinticuatro horas al día y siete días a la semana pensando y tratando de resolver un problema que uno no puede resolver.  “Cuando un problema no tiene solución es una situación, no un problema, sencillamente hay que vivir con ella”.  Alea Jacta Est, dijo Julio César.  Así quedamos.