Análisis StratforPublicado en inglés por Stratfor Global Intelligence bajo el título Salafism and Arab Democratization. Traducido con autorización especial. Por Kamran Bokhari. El estallido de la primavera árabe en el 2011 trajo una atención considerable a los grupos – conocidos como islamistas – que intentan establecer estados islámicos en los países antiguamente gobernados por autócratas seculares. La mayor parte de esta atención fue hacia los grupos políticos ya establecidos, como la Hermandad Musulmana en Egipto, que causó consternación en Occidente cuando su Partido Libertad y Justicia obtuvo el control del parlamento de Egipto y también la Presidencia.

Sin embargo, se prestó mucho menos atención a los principales competidores islamistas de la Hermandad, miembros del ultraconservador movimiento salafista, a pesar de su segundo puesto obtenido en las elecciones parlamentarias de Egipto. Esto cambió a finales de septiembre, cuando algunos salafistas jugaron un papel clave en los disturbios en respuesta a un video anti-islámico en internet.

Desde entonces, el salafismo se ha convertido en objeto de debate público — aunque, como suele suceder con los temas desconocidos, las preguntas son mucho más numerosas que las respuestas. Esto se ve agravado por la rapidez de su ascenso desde un fenómeno apolítico de relativamente menor importancia a un inlfluyente fenómeno islamista.

Orígenes y objetivos del salafismo

El salafismo moderno se basa en una reinterpretación austera del Islam, convocando a los musulmanes a regresar a las enseñanzas originales que describe el Corán y en las prácticas del profeta Mahoma, tal como lo entiende la primera generación, es decir, los Compañeros del Profeta. Desde la perspectiva salafista, durante siglos el pensamiento no islámico ha contaminado el mensaje del “verdadero” Islam y este exceso debe ser expulsado de la forma de vida islámica.

Los salafistas son una minoría entre la población musulmana mundial e incluso entre los islamistas. A diferencia de los Hermanos Musulmanes, los salafistas no pertenecen a una organización en particular. En cambio, el movimiento comprende una difusa aglomeración de predicadores de barrio, grupos sociales y – sólo muy recientemente -partidos políticos, ninguno de los cuales están necesariamente unidos ideológicamente.

En muchos maneras, el salafismo se puede ver como un rechazo de la ideología política de los Hermanos Musulmanes. Durante la mayor parte de la existencia del movimiento, se abstuvo de la política – y por lo tanto del islamismo – prefiriendo en vez un enfoque en la moralidad personal y la piedad individual, argumentando que un Estado islámico no podría existir sin que los musulmanes regresaran antes a los principios “verdaderos” del Islam. Esto significa que salafismo también estaba en desacuerdo con el concepto del yihadismo – en sí misma una rama violenta del salafismo – en la interpretación que practican grupos como Al Qaeda que intentaron usar la fuerza para manifestar su ideología islamista.

El movimiento salafista también pudo darse el lujo de permanecer lejos de activismo político, en gran parte porque tenía un respaldo político en el gobierno de Arabia Saudita. Mientras que muchos salafistas no estuvieron de acuerdo con algunas de las políticas de Riad, su papel histórico como el lugar de nacimiento del salafismo y el papel como el mecenas de la propagación mundial del pensamiento salafista mantuvo el movimiento dentro de la órbita de Arabia Saudita.

Esto siguió así hasta la Guerra del Golfo de 1991, en la que Arabia Saudita se vio obligado a permitir que unos 500,000 soldados estadounidenses ingresaran dentro del reino para protegerse de Irak Baathista, durante la breve ocupación de este último de Kuwait. La medida causó un alboroto sobre la legitimidad religiosa al permitir a que tropas no-musulmanas pisaran lo que muchos consideran tierra santa, y también dio lugar a un debate más amplio sobre el estado político del reino saudita. Prominentes eruditos comenzaron a pedir públicamente la reforma, lo que llevó a los salafistas en general a sumarse al discurso político y, finalmente, al concepto del salafismo como una filosofía islámica.

Sin embargo, los salafistas no se convirtieron en una fuerza política por dos décadas más, simplemente porque se necesita tiempo para que un movimiento religioso apolítico desarrolle una filosofía política. Al mismo tiempo, el liderazgo saudita fue reuniendo las autoridades religiosas del país para contener estos salafistas recién politizados. Los ataques del 11 de septiembre y posteriores acciones de EUA contra el yihadismo hicieron avanzar el pensamiento salafista a medida que — ante la presión internacional liderada por EUA en pro de la reforma — la secta trataba de aferrarse a sus valores fundamentales, distinguirse de los yihadistas y convertirse en una alternativa política viable para a la Hermandad Musulmana.

La primavera árabe

A finales de la década de 2000, el salafismo se había extendido por el mundo árabe, especialmente en Egipto y Túnez, ampliando tanto el número de sus adeptos y su ámbito institucional, que ahora incluía las organizaciones sociales dedicadas a obras de caridad, y labores de asistencia comunitaria. Ellos no llegaron a establecer formalmente grupos políticos, en gran parte debido a los regímenes autocráticos bajo los cuales vivían, pero fueron discretamente desarrollando la infraestructura para tales grupos. Fue bajo estas circunstancias que los salafistas se encontraban al principio de la primavera árabe.

El caso de los salafistas de Egipto es el más revelador. Al igual que la Hermandad Musulmana, que fueron tomados por sorpresa cuando estalló la agitación popular en gran parte liderada por grupos de liberales jóvenes y comenzó a erosionar décadas de regímenes autocráticos seculares. Mientras que con el tiempo alcanzaron a eclipsar a las fuerzas no islamistas que jugaron un papel clave en forzar la renuncia del entonces presidente Hosni Mubarak, carecían de la maquinaria política que la Hermandad había desarrollado a lo largo de unos 80 años. El resultado fue el surgimiento de diversas fuerzas salafistas operando al azar en su intento por afianzar su poder en un Egipto post-autoritario.

Varios grupos salafistas egipcios han solicitado licencias para formar partidos políticos. Dos partidos importantes – al-Nour y Al-Asala – han surgido junto con una amplia gama de individuos, como Hazem Salah Abu Ismail, quien se presentó como candidato independiente a la presidencia. Los dos partidos salafistas se unieron con la recién formada ala política del grupo ex yihadista Gamaa al-Islamiya – el Partido Construcción y Desarrollo – para formar el bloque islamista. La alianza fue capaz de obtener más de un cuarto de los sufragios en las elecciones parlamentarias a finales del año pasado, llegando en segundo lugar detrás de la Hermandad.

Lo más importante de estos salafistas que participan en la política oficial es que aceptaron el proceso electoral después de haber denunciado durante décadas la democracia como anti-islámica. En otras palabras, en última instancia, adoptaron el enfoque de la Hermandad Musulmana, que hasta entonces habían rechazado tajantemente. Esta transformación ha sido más un asunto apresurado y por conveniencia más que una evolución ideológica natural.

Existe la expectativa de que las fuerzas radicales que se unan a la corriente política podrían, con el tiempo, abandonar su radicalización. Eso puede ser cierto en el caso de los estados con fuertes sistemas democráticos, pero en la mayoría de los países árabes – que apenas están comenzando su jornada lejos del autoritarismo – el ingreso salafista de la política electoral puede retrasar y tal vez incluso interrumpir el proceso de democratización y desestabilizar Egipto y por extensión de la región.

Gran parte de este caos se deriva del hecho que al aceptar la política democrática ha llevado a una mayor fragmentación del salafismo. Muchos salafistas todavía no se siente cómodos con la democracia, y los que han adoptado cautelosamente están divididos en varias fracciones. El resultado es que ninguna entidad salafista puede hablar por el grueso de la secta.

Lo que trae el povernir

Claramente, los salafistas están desprovistos de cualquier tradición de la disidencia civil. Al mismo tiempo, han mostrado un fuerte sentido de la urgencia de ejercer su libertad naciente y participar en el activismo político. El resultado de esto fue el motín que se produjo en reacción a la película anti-islámica.

Los salafistas no sólo están sufriendo de faltas en su desarrollo político, sino que enfrentan también una discrepancia intelectual. Por un lado, desean formar parte del nuevo orden democrático y jugar un papel político oficial. Por otro lado, se suscriben a una agenda radical que dicta la imposición de su interpretación severa de la ley islámica en todo el mundo árabe y musulmán.

El orden que buscan no es sólo un problema para laicos, cristianos, judíos y otras minorías, sino también para los islamistas más moderados, como la Hermandad Musulmana. La Hermandad perdió su monopolio sobre el islamismo hace casi cuatro décadas, pero en aquel entonces no importaba porque la Hermandad era un movimiento de oposición. Ahora que el grupo ha ganado el poder político en Egipto, los salafistas representan una amenaza para sus intereses políticos.

Algunos de los salafistas más hábiles políticamente, especialmente los partidos políticos, están dispuestos a trabajar con la Hermandad Musulmana hacia los objetivos comunes de impulsar la transición democrática y contener las tendencias radicales y militantes. En última instancia, sin embargo, tratan de explotar el pragmatismo de la Hermandad con el fin de socavar el apoyo al principal movimiento islamista entre los votantes religiosos. Además, los salafistas también están tratando de hacer uso de su papel como mediadores entre el gobierno encabezado por la Hermandad y los yihadistas que operan en la región del Sinaí para mejorar su poder de negociación y disminuir el de la Hermandad.

Se puede esperar de los salafistas – así operen a través de medios legales o mediante el poder crudo en las calles – la creación de problemas para el nuevo gobierno de Egipto, encabezado por el presidente Mohamed Morsi, sobre todo en lo relativo a la política exterior. Un buen ejemplo es el reciente caso de la violencia relacionada con la película, en la que Morsi ha tenido un momento difícil intentando equilibrar la necesidad de aplacar a las masas en su país y mantener una relación de trabajo con los Estados Unidos, en el que Egipto depende para su bienestar económico. Si bien la ira por la película es un fenómeno pasajero, la dinámica subyacente persiste.

Tampoco hay escasez de temas que exploten los islamistas de extrema derecha. Los imperativos de EUA en la región continuarán colocando al gobierno Morsi en una situación difícil y proveerán motivos para que los salafistas se opongan a las políticas de El Cairo. Un tema aún más volátilque las relaciones entre la administración Morsi y Washington serán las relaciones entre Israel y Egipto.

Hasta el momento, Morsi ha logrado evitar el trato muy directo con Israel. Pero el presidente egipcio y la Hermandad no pueden evitar esto durante mucho tiempo. Ellos saben que enfrentarán situaciones en las que puedan verse atrapados entre la necesidad de mantener relaciones pacíficas con Israel a la vez que abordan la situación en que los salafistas aprovechan el amplio sentimiento anti-israelí entre los egipcios. Esta es una de las razones Morsi y su equipo han estado hablando de revisar el tratado de paz con Israel, que es un intento de manejar la reacción inevitable en el frente interno.

Las dificultades de Egipto son particularmente pronunciadas dado el estatus del país como líder del mundo árabe, pero diversas tendencias salafistas poco a poco van emergiendo como actores políticos en toda la región, especialmente en Libia, Túnez, Yemen, Gaza, Líbano, Jordania y Siria. La democratización por su propia naturaleza es un asunto sucio en cualquier contexto, pero en el caso de la primavera árabe, se puede esperar de las entidades salafistas que compliquen las transiciones políticas y socaven la estabilidad y la seguridad en el Oriente Medio.

El mayor reto a la estabilidad en el mundo árabe, por lo tanto, se encuentra sólo parcialmente en la transición de la autocracia a la democracia. Mayor que ello es el reto que enfrentan los islamistas por parte de un movimiento salafista complejo y dividido.

Artículo en inglés

Kamran Bokhari es Vice Presidente de Asuntos del Medio Oriente y Sudeste Asiático de Stratfor