Análisis StratforPublicado en inglés por Stratfor Global Intelligence bajo el título Character, Policy and the Selection of Leaders. Traducido con autorización especial. Por George Friedman. El fin de semana del Día del Trabajo en EUA tradicionalmente ha representado el inicio de las campañas presidenciales, aunque en estos días la campaña parece ser algo perpetuo. En cualquier caso, los estadounidenses irán a las urnas en dos meses para elegir su presidente y surge la pregunta, ¿sobre qué base se debe elegir?

Muchos observadores quisieran ver un intenso debate sobre los temas, empujando asuntos de la personalidad a un segundo plano. Pero la personalidad también se puede ver como carácter, y en algunos casos el carácter es más importante que la política para elegir el dirigente de un país.

Política y personalidad

Es natural que un candidato presente sus planes en caso de que gane las elecciones. Esos planes, que pueden derivarse de una ideología o de sus valores personales, representan su presentación pública de lo que haría si fuera a ganar la elección. Una ideología es un sistema de creencias ampliamente compartido — un movimiento intelectual identificado con posiciones específicas sobre una variedad de temas. Los valores personales son más idiosincrásicos que aquellos derivados de una ideología, pero ambos representan el deseo de gobernar en base a principios y políticas.

Como todos sabemos, en muchos casos, la presentación de las intenciones tiene menos que ver con lo que el candidato realmente hará que con lo que piensa que va a convencer a los electores a votar por él. Pero tal candidato, que posee ambición personal más que principios, no se opone a hacer lo que ha dicho ya que se ajustaba a la opinión pública. Él mismo no tiene planes más allá de permanecer en su cargo.

Luego están aquellos candidatos que creen profundamente en sus políticas. Ellos poseen la intención sincera de gobernar en base a lo que han dicho. Así es muchos piensan que las elecciones deben ser: sobre ideas, políticas, ideologías y creencias. Así, en el caso de la actual elección estadounidense, muchos están intentando saber que es lo que los candidatos creen y se preguntan si en realidad quieren decir lo que dicen.

En EUA y otros países, expertos en políticas condenan el hecho de que con frecuencia el público parece ignorar o ser indiferente a las políticas que los candidatos representan. Los votantes pueden ser impulsados por consignas simples o simplemente por su percepción del tipo de individuo que es el candidato. El “concurso de belleza” para las elecciones presidenciales enfurece a los ideólogos y expertos en políticas que creen que la elección no debe convertirse en asuntos tan insignificantes como la personalidad. Ellos reconocen la dimensión personal de la campaña, pero lamentan que sea una distracción de los verdaderos problemas del día.

Pero ténganse en cuenta las relaciones entre las intenciones y los resultados en las presidencias estadounidenses. Durante la campaña de 2000, George W. Bush argumentó que la guerra estadounidense en Kosovo, llevada a cabo por el presidente Bill Clinton, era un error, ya que obligó a EUA a la construcción de una nación, una política difícil que por lo general termina en fracaso. Existen todas las razones para creer que en el momento en que articuló esa política, no solo creía en ella sino que tenía plena intención de seguirla. Lo que él cría y pretendía resultó significar muy poco. Su presidencia fue determinado no por lo que se proponía hacer, pero por algo que no esperaba ni planificó: el 11 de septiembre del 2001.

Bush no ha sido el único caso. La presidencia de John F. Kennedy, en términos de política exterior, fue definida por la crisis de los misiles en Cuba, la de Lyndon Johnson por Vietnam. La presidencia de Jimmy Carter por la crisis de los rehenes de Irán. Ninguno de estos presidentes esperaban que su presidencia se centrara sobre estos cosas, aunque tal vez debería haberlo hecho. Y estos fueron únicamente los temas principales. No tenían políticas, planes ni directrices ideológicas para las cientos de asuntos y decisiones menores que constituyen la fibra de una presidencia.

Considere el caso de Barack Obama. Cuando empezó su campaña, su tema principal fue la necesidad de poner fin a la guerra de Irak, pero poco después del Día del Trabajo en 2008, la cuestión de Irak había adquirido importancia secundaria ante la crisis financiera mundial. No está claro si Obama tenía una mejor idea que nadie sobre cómo manejar la situación, y para el momento en que asumió el cargo, la manera de tratar con ella había sido establecida por la administración Bush. El plan era evitar que el mercado castigara a las principales instituciones financieras debido a las consecuencias más amplias; y redefinir el mercado inundándolo con dinero destinado a estabilizar estas instituciones. Obama continuó e intensificó esta política.

Con frecuencia, los documentos políticos de una campaña política parecen dar a entender que el líder sencillamente controla los acontecimientos. Con demasiada frecuencia, los eventos controlan al líder, definen su agenda y limitan sus opciones. A veces, como con los ataques del 11 de septiembre, es una cuestión de que lo inesperado redefine la presidencia. En otros casos, son las consecuencias imprevistas e inesperadas de una política que las que cambian la presidencia. La presidencia de Johnson es tal vez el mejor de los casos ilustrador de esto: la situación de Vietnam creció mucho más allá de lo que se anticipaba y lo abrumó. Ningún presidente ha tenido un conjunto más claro de intenciones políticas, ninguno ha sido más eficaz inicialmente en adherirse a estos propósitos y pocos han tan perdido control tran rápido de la presidencia con consecuencias inesperadas en el momento que tomó su cargo.

Fortuna y virtud

En El Príncipe, Maquiavelo sostiene que la vida política se divide entre fortuna, el acontecimiento inesperado que debe ser tratado, y y la virtud, no la virtud religiosa — que es la abstinencia del pecado — sino la virtud del hombre astuto que sabe cómo hacer frente a lo inesperado. Nadie puede basarse por completo en la fortuna, pero algunos se pueden controlarla, configurarla y mitigarla. Estos son los mejores príncipes. Los peores sencillamente quedan abrumados por lo inesperado.

Las personas que establecen las políticas asumen dos cosas. La primera es que el panorama político es benigno y permitirá al líder el tiempo para hacer lo que quiera. La segunda es que si hubiera un cambio de circunstancias, el líder tendría tiempo para planificar, reflexionar sobre lo que se debe hacer. Idealmente, éste sería el caso, pero con frecuencia lo inesperado debe ser tratado en su propio marco de tiempo. Las crisis con frecuencia obligan a un líder a dirigirse en direcciones distintas de las que pensaba o incluso opuestas a lo que quería.

Las políticas – y la ideología – son testimonios de lo que los líderes desean hacer. La fortuna determina el grado en el que logran hacerlo. Si quieren aplicar sus políticas, su virtud política — entendida como la astucia, la voluntad y la capacidad para hacer frente a lo inesperado — son mucho mejores indicadores de lo que sucederá bajo un líder que sus intenciones.

Las políticas y la ideología son, en mi opinión, el lugar equivocado para evaluar a un candidato. En primer lugar, el candidato astuto es el menos propenso a tomar en serio sus declaraciones de política e ideología. Él está diciendo lo que cree que tiene que decir para ser elegido. En segundo lugar, es baja la probabilidad de que vaya a tener la oportunidad de implementar sus políticas — que son algo más que una lista de deseos casualmente unida a la realidad. Esté de acuerdo o no el votante con la ideología y las políticas del candidato, es poco probable que el candidato convertido en líder vaya a tener la oportunidad de llevarlas a cabo.

Bush quería centrarse en la política interna, no la exterior. Fortuna le dijo que no iba a tener esa opción, y las creencias que él tenía sobre la política exterior — como la construcción de naciones — se tornaron irrelevantes. Obama pensó que iba a reconstruir la estrecha relación con los europeos y fomentar la confianza con el mundo árabe. Los europeos tuvieron problemas mucho mayores que su relación con EUA, y la objeción del mundo islámico a EUA no fue susceptible a las intenciones de Obama. Al final, ambas presidencias tenían pocas semejanzas con las posiciones articuladas durante las campañas. Seguía una conexión, pero el mundo no siguió el curso que se esperaba.

El tema del carácter

Cuando Hillary Clinton estaba compitiendo con Obama por la nominación presidencial por el Partido Demócrata en el 2008, ella produjo un anuncio de televisión que representaba una llamada telefónica a la Casa Blanca a las 3 a.m. acerca de una crisis externa inesperada. La afirmación que Clinton estaba haciendo era que Obama no tenía la experiencia para contestar el teléfono. Sea o no válida la acusación corresponde al votante responder. Implícito en el anuncio se escondía un punto importante: que el carácter de un candidato esmás importante que su posición política. Cuando en medio de la noche le despierta una crisis, las políticas son irrelevantes. El carácter lo es todo.

No voy a hacer un esfuerzo serio por definir lo que es carácter, pero en mi opinión consta de la capacidad de analizar un problema con velocidad extrema, para tomar una decisión y vivir con ella y tener principios (en vez de políticas) que no pueden ser violados, pero la sangre fría y voluntad ferrea de cumplir con su deber frente a esos principios. Para mí, el carácter es la dinámica interna de un líder que quiere tanto el poder como algo más. Su posición exacta sobre el Fondo Monetario Internacional no es realmente relevante. Su sentido subyacente de la decencia lo es, junto con una comprensión de cómo utilizar el poder que logró.

Si esto suena vago y contradictorio, no se debe a que no haya no he pensado sobre. Más bien, de todos los problemas políticos que existen, la naturaleza del carácter y la forma de reconocerlo es el menos claro. Es como el amor: ineludible cuando lo encuentres, frágil en el tiempo, indispensable para una vida plenamente humana. Reconocer el carácter en un líder parece a mí la responsabilidad fundamental de un votante.

La idea de que se debe votar por un líder basado en sus intenciones políticas es, creo, inherentemente defectuosa. La fortuna altera las ideas políticas más profundas y es posible que el mejor líder no puedarevelar sus intenciones. Lincoln escondió sus intenciones relativas a la esclavitud durante la campaña de 1860. La canciller alemana, Angela Merkel nunca imaginó la crisis que enfrenta cuando se postuló para el cargo. Las intenciones son difíciles de discernir y en escasas situaciones determinan lo que sucede.

Las cuestiones con que tuvieron que lidiar George W. Bush y Barack Obama no fueron lo que esperaban. Por lo tanto, prestar atención a sus intenciones nos dijo poco lo que cualquiera de los habría hecho. Esta es una cuestión de carácter, de hacer frente a lo inesperado y buscan profundo en su alma la fuerza y la sabiduría para hacer lo que se tiene que hacer, abandonando que él pensaba que iría a hacer. La dignidad y la resolución con la que un líder hace lo define.

Creo que aquellos que se obsesionan con las políticas y las ideologías no están errados, pero siempre terminarán decepcionados. Ellos siempre van a sentirse abandonados por el candidato que apoyaban — y cuanto mayor sea su entusiasmo inicial, más profunda será su inevitable decepción. Es necesario darse cuenta de que un líder de cualquier tipo no obtener el éxito a través de la política y la ideología únicamente y mucho menos gobernar a través de ellos a menos que sea extraordinariamente afortunado. Pocos lo son. La mayoría de los líderes gobiernan como deben, y identificar a los líderes que saben lo que deben hacer es esencial.

Estudiamos la geopolítica, y la geopolítica enseña que la realidad es a menudo terca, no sólo por la geografía sino por la condición humana, que está llena de fortuna y desgracia, y rara vez permite que nuestras vidas sigan el curso que esperamos. La expectativa subjetiva de lo que va a pasar y la realidad objetiva en la que vivimos están constantemente en desacuerdo. Por lo tanto, la tendencia a votar por el candidato que parece tener un carácter más profundo, en el sentido más amplio del término, me parece menos frívola que votar sobre la base de la ideología y la política. Estas últimas siempre decepcionarán.

En cuanto a la cuestión de quién tiene el mayor carácter en esta elección, no tengo ninguna experiencia superior a la de ninguno de mis lectores. No hay hay especializaciones sobre carácter en ninguna universidad, ni una sección sobre carácter en los periódicos. La verdad de la democracia es que sobre este asunto, ninguno de nosotros es más sabio que el otro.