ChicagoCHICAGO (El Mercurio, de Santiago. GDA).- Para McKinley Morganfield, Chicago también era la Tierra Prometida.

Buscando fama y fortuna, había llegado desde el delta del Mississippi, en el sur de Estados Unidos, con una guitarra y un montón de canciones en su cabeza. Pero las cosas no serían fáciles: era plena Segunda Guerra Mundial y él, claro, era sólo un negro más del Sur que venía a Chicago en busca de una vida mejor, tal como lo habían hecho miles de su generación algunos años atrás.

Pero McKinley Morganfield no se rindió. Confiado en su talento, comenzó a tocar y tocar sus canciones en los suburbios del sur de Chicago, donde había llegado. Primero, en las fiestas caseras de amigos y conocidos. Más tarde, en las pequeñas y atestadas tabernas para negros que comenzaban a proliferar en la ciudad.

Un día, McKinley Morganfield tuvo la oportunidad que buscaba: tras deambular por algunos estudios de grabación, logró persuadir a los hermanos Phil y Leonard Chess -dueños de un entonces pequeño y desconocido sello independiente llamado Chess Records- para que grabaran sus canciones.

El éxito fue inmediato. El single I can´t be satisfied , de 1948, golpeó a la escena local como nadie esperaba.

Entonces comenzó la revolución: sin siquiera imaginarlo, McKinley Morganfield -más conocido como Muddy Waters, por haber pasado su infancia jugando en las turbias aguas del río Mississippi- daría inicio a un movimiento que cambiaría para siempre la historia de la música popular: el blues eléctrico de Chicago.

Sesenta y dos años después, el espíritu de Muddy Waters sigue vivo en Chicago.

Esta vez, en la voz de Harmonica Hinds, un bluesman cicuentón que está cantando, en un bar de la ciudad, Hoochie coochie man , viejo clásico de Waters escrito por otro héroe del blues: Willie Dixon. Harmonica Hinds está solo con una guitarra eléctrica, una armónica y un pandero en sus pies. “Everybody knows I’m here!”, canta Hinds y, de cierto modo, el espíritu del viejo Muddy Waters vuelve a sentirse en el escenario.

El local se llama Buddy Guy’s Legends y pertenece a otra leyenda -esta vez, viva- del blues de Chicago: el guitarrista Buddy Guy, inspirador de famosos músicos blancos como Eric Clapton y Stevie Ray Vaughan. Son cerca de las dos de la tarde de un frío día en la ciudad, y sólo somos unas pocas personas viendo el show de Harmonica Hinds.

En el escenario, Hinds toca con pasión. El lugar, lleno de mesas, es oscuro y huele a fritura. De las paredes cuelgan discos de vinilo, guitarras eléctricas (hay una autografiada por Jeff Beck, otra por B.B. King), recortes de prensa y, justo arriba de las mesas de pool, una pintura con cuatro rostros dibujados tal como los presidentes estadounidenses del monte Rushmore, pero esta vez en negro: son los “presidentes” del blues: Howlin’ Wolf, Little Walter, Sonny Boy Williamson y, por cierto, Muddy Waters.

“El blues es mi vida”, dice Hinds cuando termina de tocar, y nos sentamos a una de las mesas del club a conversar. Muddy Waters nos mira desde el fondo. Hinds -alto, arrugado, con boina y lentes oscuros- toca armónica desde los 20 años, y toda su vida ha estado ligada al blues. Nació en Canadá, pero vive hace 30 años en Chicago, su hogar, como dice. “Oh yeah, this is home. Chicago es donde la música está pasando. Aquí en la Ciudad del Viento.”

Uno podría venir a Chicago, a la Ciudad del Viento, a una de las 10 mejores ciudades del mundo según The Times, sólo para admirar su arquitectura y su imponente skyline frente al lago Michigan. También, para caminar al anochecer por la lujosa Magnificent Mile, llena de exclusivas tiendas y restaurantes. Tal vez, uno podría venir sólo para recorrer el Instituto de Arte de Chicago, uno de los museos más importantes del planeta o, incluso, para pasear por Hyde Park y conocer los barrios donde Obama vivió y se formó políticamente antes de ser presidente.

Pero también, como ahora, uno puede venir a Chicago sólo por el blues. Históricamente, Chicago ha sido una de las ciudades más revolucionarias del mundo: aquí se inventaron los rascacielos, aquí se ideó la primera reacción nuclear, aquí abrió el primer McDonald’s… y aquí, por cierto, nació el blues eléctrico, estilo musical que, finalmente, originaría el rock and roll y toda la revolución que vendría después.

Sin embargo, aunque la ciudad reconoce y “vende” al mundo esta historia musical, las huellas del blues de Chicago no están del todo visibles. Es cierto: hay muchos clubes de blues en la ciudad, hay música en vivo todo el año; pero, por ejemplo, no existe ningún “museo del blues” como uno tal vez esperaría (estamos en Estados Unidos) ni sitios históricos muy bien indicados: de The Stroll, por ejemplo, el paseo de la calle State, entre la 26 y 38, que en los años 20 concentró la vida jazzera y blusera de la ciudad, hoy no queda prácticamente nada; la casa donde vivió Muddy Waters, en el sur, y donde seguramente se crearon varios clásicos del blues, ya no existe. Y así la lista sigue.

Arte de negros

El blues es un arte de negros. Y por lo mismo, en una ciudad donde según el propio Times aún hay “comunidades bastante segregadas y algunas áreas claramente rudas”, su legado aún parece esperar el definitivo reconocimiento.

La diferencia racial está presente en Chicago: basta caminar un poco por el centro para ver que los que piden dinero son, siempre, negros. ¿Los taxistas? Casi todos negros. Incluso, en los propios escenarios de los clubes de blues, fotos de Obama-presidente son exhibidas como símbolo de orgullo. Koko Taylor, la llamada Reina del Blues, quien también hizo su carrera en Chicago, explicaba esta situación en el libro I was there when the blues was red hot , del músico y profesor de Columbia College Fernando Jones, una de las figuras de la actual escena del blues de Chicago: “Yo creo que todos los jóvenes, hombres, mujeres, ricos, pobres, blancos o negros, especialmente los negros, deberían apreciar el blues porque el blues es un recuerdo de la esclavitud”, decía Taylor. “De allí es de donde viene y de donde todo comenzó. El blues es nuestra cultura”.

En Chicago podrías leer que el auténtico blues está en la zona sur, en los barrios de los negros. Sin embargo, la mayoría de los clubes están en la zona norte. Es cierto, son más turísticos y el público es mayoritariamente blanco, pero sabiendo elegir bien la experiencia resulta memorable. Y no menos auténtica.

“Nací en el sur de Chicago y estoy feliz de estar aquí. Es un lugar importante para tocar, es cool y reconocido”, dice el propio Fernando Jones en una sala de Columbia College. Jones se crió en una familia de blueseros e incluso tocó con Willie Dixon, su mentor, como dice. “A veces la gente dice que los clubes del norte son comerciales, pero yo no coincido: aunque es un ambiente diferente, a menudo los músicos tocan lo que creen que el público quiere escuchar. Y eso no es necesariamente verdad. ¿No sería mejor que volvieras a casa y dijeras: Man, escuché una canción de Nelly Travis (una artista local) que dice One, two, four, six, y no me la puedo sacar de la cabeza. Eso se vuelve a clásico”.

Jones se refiere a temas clásicos del blues, como Hoochie coochie man o Sweet home Chicago, que tarde o temprano suenan en casi todos los shows de blues de la ciudad. “Como sociedad de músicos de blues necesitamos crear nuevas canciones que sean fáciles de aprender y de tocar, y que las próximas generaciones puedan cantar”.

Mito y peregrinación

Miércoles. Nueve de la noche. Llueve en la ciudad. Unas veinte personas hemos llegado al Blue Chicago, club de la calle Clark, para ver al guitarrista Linsey Alexander, que tocará con la cantante Nelly Travis, dos créditos locales. El viejo Linsey Alexander comienza a cantar. Su voz suena dura y desgarrada. “¡No quiero a una mujer que aspire cocaína todo el día!”, canta Alexander y Nelly Travis -negra, rubia, gorda-, agrega: “You don’t want that shit, baby”. De pronto, el segunda guitarra, un veinteañero blanco de boina, comienza a hacer un solo. Sus notas, pulcras y precisas, sacan aplausos. La audiencia no despega los ojos del escenario.

“¡Nada mal para un white boy!”, dice Linsey Alexander, mirando de reojo a su guitarrista. El público, casi cien por ciento blanco, lanza una risotada.

Es irónico, pero fueron los blancos los que hicieron mundialmente famoso a los blueseros negros de Chicago. Es decir, conocimos a Muddy Waters y compañía, sobre todo, por los Rolling Stones (quienes se llaman así en honor a una de sus canciones), por Eric Clapton y los Yardbirds, por Led Zeppelin, por todas las bandas de rockeros ingleses que un día descubrieron a todos estos grandes músicos y los discos que grababan, sobre todo, en los hoy legendarios Chess Records.

La sede principal de Chess está, todavía, en South Michigan Avenue, una de las arterias principales de Chicago, específicamente en el número 2120, dirección inmortalizada por el tema homónimo que los Rolling Stones grabaron aquí en 1964. Sin embargo, ya no funciona: tras la venta final del sello en 1975, el edificio estuvo abandonado por años, hasta que en 1993, fue comprado por la viuda de Willie Dixon para crear aquí la Blues Heaven Foundation, una fundación, museo y centro cultural dedicado no sólo a contar la historia del blues, sino también a proteger a los músicos locales.

Aunque pequeño, escondido y de bajo perfil (lo atiende sólo una persona), hoy es el único lugar de Chicago que permite revivir todo este mito. Un sitio al que, cada año, fanáticos del blues, del soul y del rock and roll llegan casi como una peregrinación.

Salgo de Chess Records y camino por la legendaria South Michigan Avenue. Dejo atrás el número 2120 y reviso mi libreta: hoy, a las nueve, toca Toranzo Cannon en el B.L.U.E.S., en el 2519 de N. Halsted Street. Ya es de noche, y aún está lloviendo en Chicago. Entonces no puedo evitarlo: los versos del clásico Same old blues, de Freddie King, comienzan a sonar en mi cabeza: “Es la lluvia. Es el mismo viejo blues”.

Sonrío. Todavía lo están haciendo.

LOS MEJORES CLUBES

Buddy Guy’s Legends: propiedad del guitarrista Buddy Guy, los propios músicos de Chicago lo valoran por el buen trato que reciben. Esencial. 754 S. Wabash Ave.;

B.L.U.E.S.: abierto en 1979, es tan pequeño que los músicos suelen tocar al lado de las mesas. Y el repertorio es casi siempre original: temas para turistas como Sweet home Chicago o The thrill is gone rara vez suenan. 2519 N. Halsted St.;

Lee’s Unleaded Blues: no es fácil dar con él: está en un sitio poco conocido de la zona sur. Pero el viaje, por la onda y la música, vale la pena. 7401 S. South Chicago Ave.

Rosa’s Lounge: algo alejado, su dueño es un simpático baterista italiano. Obama hizo actos de campaña senatorial aquí: una gran foto en las paredes lo demuestra. 3420 W. Armitage;

Blue Chicago: un oscuro pasillo, un pequeño escenario, una barra de cervezas y pocas mesas. Buenos shows de blueseras locales, como Nelly Travis. 536 N. Clark St.;

LA MEJOR DISQUERIA

Jazz Mart: dice ser la disquería de jazz y blues más grande del mundo. Basta una mirada: hay miles de cedés y vinilos. 27 East Illinois;

EL MEJOR LIBRO

Today’s Chicago Blues: de Karen Hanson, aborda la escena actual del blues de Chicago y lista cada uno de los clubes de la ciudad. US$15,95 en Amazon.

Foto cortesía bryce edwards via flickr

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