Por Olga Behar — Siempre he creído que en la primera vuelta presidencial se vota con el corazón y en la segunda con la razón. Por este motivo, en las elecciones presidenciales de mayo voté por Sergio Fajardo. Me parecía interesante una opción de centro, en momentos en los que el menú eran abundante (cinco candidatos) y muy variado.
Conocidos los resultados, inmediatamente supe que mi única opción sería votar por Gustavo Petro. Siento que es mezquino con el país creerse los cuentos del castrochavismo, o pensar que Petro va a implantar un gobierno dictatorial en Colombia. Por el contrario, una vez conocidas las opciones, quienes quieren hacer trizas el proceso de paz con las Farc y mantener el statu quo se alinearon con el ungido del nefasto expresidente Alvaro Uribe Vélez, Iván Duque. Hoy, por esa candidatura trabajan la derecha, la ultraderecha, los grupos políticos implicados en diferentes casos de corrupción -los más recientes Reficar, Hidroituango y Odebrecht-, que le cuestan anualmente a Colombia 60 billones de pesos.
Pero también tememos — quienes hemos investigado temas como el paramilitarismo en Colombia, en el cual la familia Uribe ha sido señalada desde hace tres décadas — que el ascenso de Duque-Uribe al poder conduzca a represalias contra políticos, defensores de derechos humanos y periodistas.
Pero no voto por Petro solamente por temor al tsunami paramilitar, depredador de los recursos naturales y cercenador de los derechos laborales, pensionales y humanos de los colombianos.
Voto por Gustavo Petro porque -además de preopotente, un rasgo evidente de su personalidad- me parece un hombre brillante, que se ha dedicado a estudiar a fondo las problemáticas sociales y económicas de Colombia, y que tiene un sentido humanista sin precedentes en los políticos que han gobernado a Colombia.
Los contrapesos que tendrá (minoría en el congreso, el poco afecto que despierta entre los militares y la independencia de las altas cortes de justicia) garantizan que tendrá que conciliar y concertar sus propuestas, para hacerls realidad. Adicionalmente, tener a su lado a dirigentes respetables como Antanas Mockus y Claudia López, a economistas como Salomón Kalmanovitz, a más de 350 intelectuales y a grandes científicos, permitirían construir un modelo de manejo del Estado que respetará el medio ambiente, reducirá la brecha entre ricos y pobres y traerá la educación a los jóvenes, sin distingo de procedencia económica o regional.
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