CRÓNICAS — Estaba viviendo en Washington DC en 1995. Etapa de transición entre México y las Áfricas. Ya había tenido algunos roces. Tunes. Madagascar, Nairobi, Suazilandia y cuatro endemoniados días en Johannesburgo.

En una de esas, en Níger, a unos líderes musulmanes muy estrictos les dio por condenar la venta de condones en la “oración del viernes”. Los “creyentes” salieron enardecidos de los sermones y con palos y piedras destruyeron unas lindas vallas que promocionaban le “préservatif Protector”. Los más virulentos atacaron y saquearon las tiendas que vendían los condones.

El programa de mercadeo social de condones y de otros anticonceptivos era financiado por USAID. Obviamente la reacción de la turba enardecida por los molahs produjo una reacción en cadena en la misión de USAID, la embajada de Estados Unidos y finalmente el Departamento de Estado.

La solución, enviar una misión de “alto nivel” a calmar las aguas. A las siete de la noche de ese mismo viernes me montaron en un vuelo de Air France a Paris y luego de dos horas de conexión estaba sentado en la silla 1A del vuelo de Air Afrique que hacía Paris, Ouaga Dougou, Niamey, la capital de Níger.

Todavía atembado con la fatiga de un día normal de oficina que culminaba con empacada a la carrera y siete horas montado en un avión tratando de dormir, me subí al vuelo de conexión. Me estaba subiendo a una aerolínea producto de un esfuerzo de integración y de autonomía los países de la unión de África Occidental. Estaba basada en Abidjan, Costa de Marfil. Habían arrendado por leasing una pequeña flota de aviones no muy nuevos que manejaban pilotos europeos “retirados” acompañados por algunos africanos.

La silla 1A en este Boeing 767, en la clase Ejecutiva, había sido muy confortable años atrás. Ahora era simplemente más confortable que las butacas de la clase económica. Sentado en esa silla me preguntaba ¿qué carajos estoy haciendo aquí? Esa pregunta volvería a aparecer en mis pensaderas una que otra vez durante los 10 años largos de andares africanos.

Luego de tres horas de vuelo bastante normal, nos anunció el piloto que aterrizaríamos en Ouaga Dougou y que íbamos a encontrar alguna turbulencia causada por vientos cruzados. El avión se sacudió cual capacho en joropo rápido, y sonaba tal cual. Aterrizamos más como una roca que cae de las alturas que como una “hoja muerta”.

Ya detenidos en la plataforma, nos indicaron que los pasajeros en tránsito deberíamos quedarnos en el avión. Mientras los afortunados que habían completado su periplo desembarcaban, el piloto, un francés que tenía sus añitos, ante mi cara de ¿qué está pasando? Me miró y me dijo “It iz zi Armatan”. Yo le contesté ¿pardon? “Ah Monsieur parle francais, c’est l’Armatan”

Es el nombre que le dan en el Sahara a las tormentas de arena del desierto. Acabábamos de aterrizar en el medio del desierto en plena tormenta de arena y ahora tendríamos que esperar a que pasara y rogar porque no fuera muy fuerte, de lo contrario tardarían horas limpiando la pista y desarenando el avión.

Resulta que era la cola de una tormenta que avanzaba por el desierto a unos kilómetros de Ouaga Dougou, que no hizo mucho daño y que duró un par de horas.

Seguimos hacia Niamey. Rara vez sufro de miedo en los aviones, ese día, me apliqué dos vasados de whiskey en las rocas sin hielo y quedé noqueado. Dos horas después con un dolor de cabeza que me recorría todo el cuerpo me bajé en el aeropuerto de Niamey.

Una medida del grado de desarrollo de los países puede ser lo largas y estúpidas las preguntas de los formularios de inmigración. Entre más atrasado el país más complejo el pinche formulario.

Así era Níger, uno bien enguayabado y contestando estupideces con letra chiquita para que quepa en la berraca casilla.

Presenté el complejo formulario ante la cara sonriente del funcionario que los recibe en medio del caos. Como iba por cuatro días seguí para el hotel sin pasar por la tortura de tratar de recuperar una maleta chequeada.

Otra medida de desarrollo, en los aeropuertos primer-mundistas todo es muy ordenado, todo muy “eficiente”, pero los funcionarios son en su gran mayoría unos HPs, en los países más jodidos es todo lo contrario, la sala de inmigración es el caos organizado pero los funcionarios son generalmente muy amables.

Llegué a mi habitación hacia las cinco de la tarde, más o menos la misma hora a la que había salido de mi apartamento en DC el día anterior.

El “guayabo” de los dos escoceses bebidos fondo blanco en el avión se despejaba y quedaba una pequeña sensación de “me voy a morir”. Mi cuarto del hotel tenía una muy linda vista hacia el occidente. El atardecer se vislumbraba en un intenso rojo en medio de la “bruma” del desierto, que es pura arena levantada por el viento.

De pronto, de entre la bruma surgió un camello, luego oro y otro y otro y más de cien camellos cruzaron a paso lento y rítmico el puente por el que se entra a Niamey, cruzando el río Níger. Llegaba la caravana que venía del norte, del desierto, posiblemente de Timbuktú, desde donde por siglos llegan al sur del Sahara las caravanas de la sal.

Me quedé absorto mirando el tránsito de los camellos por el puente, imaginando historias sacadas del guion de Lawrence of Arabia.

Sonó el teléfono, era un colega al que no conocía, proveniente de Marruecos, que había venido a calmar a los Molahs. Khalid Alioua, se volvería con el tiempo uno de mis más entrañables amigos africanos.

Minutos más tarde nos juntamos en el bar del hotel. Yo pedí un escocés y le pregunté a Khalid que si no le importaba. Ni a mí ni al profeta, me respondió y pidió otro mientras me explicaba que las interpretaciones extremas del Corán eran la causa del naciente integrismo, ese que ha llevado a mundo musulmán a producir los horrores de ISIS. Me dijo que lo que el libro prohíbe son los excesos, que tomarse un traguito no puede ser pecado. Lo que es pecado, me dijo, es no tomarse una copa de vino con una buena porción de jamón serrano en España.

A las ocho de la mañana del día siguiente nos recogió en el hotel Mamadou, el conductor del programa. Fuimos a la oficina donde nos esperaba Monsieur Niandu, un nigerino que dirigía el programa. Algo mayor, experimentado en temas de salud pública, estaba bastante contrariado con la reacción de los molahs. Khalid vestía una chelaba blanca con visos dorados y unas babuchas amarillas impecables, estaba perfectamente compenetrado con su personaje.

Fueron llegando los molahs, todos con cara de pocos amigos. Khalid los recibió amablemente, Salam Aleikoum los saludó y citó en perfecto árabe una frase de bienvenida. Los tipos quedaron flechados. Pasó a explicares los orígenes de su apellido Alioua y les dijo que era descendiente del profeta. Más flechados aún, boquiabiertos, los molahs escucharon atentamente el discurso de Khalid que les explicó que la anticoncepción era un precepto absolutamente aceptable para los musulmanes, les leyó un “sharia” expedida por el consejo de los líderes religiosos de Egipto y los convenció que tenían que reparar el daño.

Batalla ganada, en las oraciones del viernes siguiente se despejó el camino para una colaboración estrecha entre el programa de mercadeo social de anticonceptivos de Niger y los líderes religiosos del país.

Khalid se regresó a Marruecos. Yo me quedé unos días más coordinando detalles de la distribución de los anticonceptivos. Trabajamos intensamente con Niandou y Mamadou me acompañó a todas mis vueltas y revueltas.

Todos los días, al caer la tarde, antes de bajar al bar a aplicarme una ginebra con tónico, miraba tomando café el ingreso de las caravanas por el puente sobre el río Níger.

Un par de años más tarde. Ya estaba yo dirigiendo el programa en África desde Marruecos, hubo un golpe de Estado en Níger y por esas vueltas que da la vida a Monsieur Niandou lo nombraron ministro de salud. Con mi amigo David decidimos llamar a felicitarlo.

Llamamos al ministerio y nos contestó una mujer. Al pedir hablar con el señor ministro, la señora nos contestó “patientez s’il vous plait”. Tras unos minutos un hombre con una voz adusta y seca tomó la llamada, se presentó diciendo que era el jefe de gabinete del ministro y nos preguntó que qué se nos ofrecía.

David contestó “dígale al ministro que lo estamos llamando David y Juan Manuel de SOMARC”.

Silencio. Tras unos segundos la voz adusta se volvió chillona y la respuesta fue “oh la David, Juan, c’est Mamadou comment ca va?”

El conductor del programa de mercadeo social era ahora le Jefe de Gabinete del Ministro de Salud.

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C'est mamadou

C'est Mamadou

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