CRÓNICAS — La cara digna de la pobreza — He venido a Buyumbura, capital de Burundi, a liderar una iniciativa que busca encontrar y desarrollar alianzas entre empresas líderes del sector privado y un programa de servicios integrados de salud que se concentra en la prevención y atención de VIH/SIDA y del paludismo, la atención de niños y niñas infectados (portadores) o afectados (huérfanos) por el VIH. El programa tiene componentes de salud materno-infantil, de salud sexual y de planificación familiar. Burundi es un país pobre. A causa de una guerra civil que duró 12 años, Burundi, como casi todos los países de la región de los grandes lagos, no pudo aprovechar las bonanzas que les permitieron a otros países africanos empezar a superar el infierno de la pobreza.
Buyumbura es una ciudad pobre. Pero es una ciudad limpia, digna. En Buyumbura circulan pocos carros, mucha gente. Burundi atraviesa por una seria crisis de petróleo, los años de vacas gordas para nosotros los productores llevaron a estos países consumidores a quedarse sin con qué comprar petróleo, así esté barato. Entonces la gente camina o anda en bicicleta. Tienen la fortuna que todavía sus calles no han sido invadidas por las motos. El mototaxismo existe en la periferia pero está terminantemente prohibido en el centro del a ciudad. Yo no he visto policías persiguiendo a los mototaxistas, pero respetan la norma.
Buyumbura es entonces una ciudad silenciosa. Corrijo, en Buyumbura se oyen conversaciones, carcajadas, trinos de pájaros, de cuando en vez una sirena, rara vez un pito y claro a las doce y a las cuatro los gritos de los niños que salen del colegio.
En la mañana en ciertos lugares claves ve uno mujeres barriendo las calles, añoro los “escobitas” que recorrían las calles de una Bogotá limpia con sus canecas de ruedas y su escoba grande.
Buyumbura no huele a carro ni a industria. Buyumbura huele a gente, huele a carbón quemando, a especies y guisados.
Buyumbura anuncia la lluvia, con olores y ruidos y ventiscas. Y cuando pasa la lluvia Buyumbura huele a mojado. Cuando pasa la lluvia las aves cantan y se oyen. Cuando pasa la lluvia los micos, hay muchos en Buyumbura, se toman los tejados, las calles, hacen visita en los jardines de las casas, debajo de los árboles de mango.
La primera iniciativa que vamos a desarrollar focaliza la población del Estado de Kirundo en la frontera con Ruanda, el más afectado por las matanzas entre Tutsies y Hutus.
Comparada con Kirundo, Buyumbura es rica. La mayoría de la población del Estado vive o sobrevive de actividades agrícolas de pancoger y algo de comercio. En Kirundo no hay electricidad, salvo en el casco de la cabecera del Estado. En Kirundo tan sólo el 10 por ciento menos pobre de la población puede mandar a los niños al colegio, y los niños que van al colegio no tienen zapatos.
En Kirundo hay cinco mil huérfanos del SIDA y de la guerra. Viven en la chozas de otros miembros de la comunidad que los cuidan.
Pese a todo, la gente de Kirundo es amable, sonríe, agradece. Los miembros de la comunidad se ayudan y quieren ayudar.
Muchos pensarán, ¡qué deprimente tanta pobreza! A uno no le queda más remedio que ver oportunidades y comprometerse aún más, montarse en un carro y arrancar para Kirundo.
Cerca de Kirundo hay Gorilas, de verdad.
Me espera una sorpresa, Kirundo se quedará esperando.
Lo que parecía un mal chiste, el intento de Pierre NKURUZISA de hacerse reelegir para un tercer mandato, tiende a convertirse en una pesadilla.
Llevo una semana en Bujumbura. En todas las conversaciones de pasillo en la oficina hay desconcierto y descontento.
Burundi superó una guerra civil de 12 años mediante los acuerdos de Arusha, una ciudad en Tanzania, al lado del Kilimanjaro. Allá estuve hace años visitando una fábrica de mosquiteros montado por el fondo ACUMEN y uno inversionistas locales de origen indio.
Como resultado de esos acuerdos, NKURUZISA lleva diez años en el poder. Hace unas semanas el presidente trató de reformar la Constitución para que se le autorizara un tercer mandato. Esa le salió mal.
Ayer, el partido de NKURUZISA desafiando los acuerdos de Arusha y la constitución, oficializó su candidatura para un tercer mandato. A la mierda los pastores…se acabó la navidad.
La oposición convocó a una marcha de protesta en Bujumbura hoy. La marcha debería ir de la Catedral a la Plaza de la Independencia.
El Gobierno se apresuró a organizar la represión. La policía y las milicias del Partido intervinieron en la periferia para evitar que la gente se fuera al centro. Hubo pedrea, gases, balas de caucho y finalmente balas de verdad, un muerto reportado.
Como de costumbre en estas situaciones, en los hoteles en donde estamos hospedados los cucarachos internacionales, consultores de todos los pelambres, jóvenes emprendedores enviados por sus bancos y empresas a buscar negocios, se forman corrillos. El mejor informado es mirado con aire de respeto y admiración, el gurú de la situación. Se comparten opiniones, llamadas a embajadas. Que no salgan, que se queden, que no se ha dado instrucción de evacuación alguna.
Como es costumbre en estas ocasiones, los corillos se medio disuelven, y todo mundo a pretender que no está paniqueado. Los que ya hemos vivido más de una de estas en más de un país, nos vamos al bar, una excelente ocasión para dedicarse a hartar trago y a compartir anécdotas de manifestaciones, pedreas, golpes de Estado.
Mientras tanto los locales toman partido. La gente discute, sube el tono.
Estas situaciones son supremamente peligrosas en estos países donde mucha gente siente que tomándose las cosas por sus manos tiene poco que perder, porque no tienen nada, y mucho que ganar, poder.
La guerra civil terminó hace 10 años, los niños milicianos de entonces ahora son jóvenes adultos que recuerdan cuán poderosos llegaron a sentirse cuando “mandaban” y cuán poco han obtenido con la paz negociada en Arusha y ahora irrespetada por sus líderes.
Las zonas sociales del hotel están vacías, cada quien en su cuarto trata de pretender que nada pasa, que mañana todo se calmará.
Yo me hago pocas ilusiones. Esto no se queda así, como decía un amigo mío, esto se hincha
El domingo era domingo. Día de ir a misa. La catedral, generalmente llena en la misa de ocho y media se veía vacía. La gente, respondiendo al llamado de los líderes de la “sociedad civil” salía de las comunas de la periferia a unirse a la marcha que empezaría, después de misa, en la catedral. (Usted está en el hotel, o sale a las calles?)
La policía reprimió con violencia las marchas que se formaban para bajar al centro. Supongo que pensaron que no se notaría. Pero la gente no llegó a misa ni a la marcha. Las fotos llegaron.
La tarde del domingo como cualquier tarde de domingo estuvo silenciosa. Las calles cerca de mi hotel estuvieron vacías, yo había llegado el domingo anterior y recordaba algo más de tráfico pero no mucho. Sin embargo cuando no hay carros uno oye la gente caminando y ayer no se oía nada.
Caída la noche los corrillos se vuelven a formar, cada quien trae informes de fuentes diferentes. Yo por viejo, no por sabio, sé que lo mejor es esperar que todo eso decante y preguntarle al que más callado ha estado que es el que generalmente más sabe porque tiene la responsabilidad profesional de saber y de no alardear.
Así fue, James, un veterano como yo, encargado de información y prensa de una embajada sabe. “Tomorrow is going to be nasty”, me dice. Vaya a su oficina pero tenga cuidado, si ve mucha gente en una esquina devuélvase.
A las diez de la noche confirman que la Sociedad Civil ha convocado a nuevas marchas que se iniciarán a las seis de la mañana. Pinche sociedad civil la manía que tiene de mandar a los civiles a que le pongan el pecho a las balas y que enfrenen a la policía en las calles mientras ellos tuitean y llenan páginas y páginas de Facebook.
Como si nada, yo estoy listo para salir a las siete y media. Me recoge Alice, mi conductora, que pone música “disco” ochentera a todo volumen, y habla poco. Su marido es periodista en una de las emisoras de radio de la oposición, ayer se quedó sin trabajo. Siento la angustia de Alice.
En la oficina nadie trabaja, corrillos en los pasillos. Reportes de las regiones. Las misiones que salían a atender las poblaciones no se hacen ilusiones, no pasarán los retenes.
Camino a la oficina veo muchos más policías. Sin casco, sin escudo, sin bolillos, añoro el ESMAD. Estos pobres policías sólo tienen su fusil de dotación para enfrentar a los manifestantes. ¿Qué hacer cuando se les viene una turba de veinte, no más de veinte, tipos con sus ramas y sus palos? No tienen más defensa que su fusil. Lesda miedo, no rabia ni ansias de venganza, puro pavor. Disparan. Los mandaron a la calle a matar. (aquí no entiendo la “tuteada muy bien”- sonaría mejor en tercera persona…)
La sociedad civil ha convocado a los civiles a salir a protestar. Los líderes están sin embargo escondidos. Convocan y mandan a la gente a que le pongan el pecho a las balas. Aducen que los quieren capturar. Ellos esperan que les lleguen las fotos y las suben en páginas de Facebook llenas de arengas democráticas. Los mártires, los muertos, los heridos los ponen otros. Este párrafo me parece repetición de 4 párrafos arriba- lo eliminaría- misma idea…
Tenía cita con unos sudafricanos que dirigen la empresa de telefonía celular con quienes estamos montando un programa. Todos evacuaron. ¿Y yo que putas hago aquí? Me pregunto.
Recibo la orden de salir. El paso de la frontera por tierra hacia Ruando está congestionado, los guardas fronterizos tienen la mecha corta. Con tu pasaporte colombiano y sin visa no te aconsejamos aventurarte, me dicen.
Procedo a solicitar la visa. Con mucho gusto, me dicen, llene el formulario, mande su pasaporte y una copia y dos fotos, se lo damos en dos días hábiles. Lo que pasa es que eso días no son muy hábiles que digamos y además,¿Dónde me saco la foto? Ah, eso si hay que esperar a que abran el sito donde toman las fotos. Hay cientos de ellos pero hoy, por miedo, están todos cerrados. Ruanda no es opción.
Kenia entonces. Vía aérea. Vuelos sobrevendidos. Peleo en el aeropuerto, me veo con mis sesenta y pico añitos peleando por un cupo con una madre de cinco y su marido cuarentón con cuerpo de gimnasio. Ni modo. Hoy no salgo.
De vuelta a los corrillos del hotel, que ya parecen más bien chorrillos de babas. Casi que yo con yo.
Salgo mañana a las tres de la tarde vía Addis Ababa. Ojalá.
Esta noche repetiremos la liturgia de los cucarachos internacionales en vías de evacuación. Que dicen que en aeropuerto hay que tener (¿ idea incompleta?)…. Que tres horas antes no alcanza. Que si puede imprimir el pasabordo antes mejor. Que ojalá el vuelo salga a tiempo porque con Ethiopian uno nunca sabe.
Bueno. Otra revuelta más. Otro gobernante que se pasa las necesidades de su gente por la faja. Otra oposición miope que grita “a la calle” sin saber para qué.
Y yo que quería llevarle esos celulares a esos niños para que ayudaran a promover la prevención de la malaria, que sigue matando más gente en Burundi, y en África, que el SIDA.
Otra vez será, me digo. ¿Me estaré mintiendo?
Oyendo una sonata de Beethoven y cómodamente sentado en la silla 43 A de un Airbus A340-600 de Lufthansa, de lejos la mejor clase económica que conozco, no logro sacar de mi cabeza esa palabra.
El lunes al medio día recibí la instrucción de salir de Burundi cuanto antes. Hubiera sido posible salir corriendo pero escogí salir ordenadamente. Acabar dos o tres asuntos con el equipo con el que venía trabajando, empacar con calma y no dirigirme al aeropuerto hasta que tuviera una reservación confirmada si posible con asiento asignado y con pase de abordar impreso.
Era consciente del riesgo que implicaba tal decisión. Cela peut se gacher en une minute, me había dicho el director del programa que estoy asesorando. Él había evacuado a su familia el viernes en la tarde y me confesó sentirse algo culpable de no haberme recogido en el hotel y llevarme para Kigali el mismo viernes. Yo en cambio se lo agradecí. Me dio la oportunidad de entender.
Ya con todas las condiciones autoimpuestas, salida confirmada con pase de abordar impreso para el martes 28 a las 3 de la tarde, no quedaba más que esperar.
Y vino el pánico. Al final del lunes, encerrado en el hotel me encontré conversando con el dueño, que además es el presidente del club de golf. Me confesó su pesimismo. No me quiso comentar sus inclinaciones políticas y yo por respeto no se las pregunté. No puedo dármelas de reportero y preguntar impertinencias en nombre de la obligación de informar.
Subí a mi cuarto y empaqué la maleta, chatee con Mónica un buen rato. Trataba de mostrar optimismo, pero estaba, debo confesar, aterrorizado. No lograba entender qué hacía yo pasando 24 horas más en medio de una situación que todo el mundo describía como explosiva.
Las noticias del final de la tarde del lunes no ayudaban. Cerraron las emisoras “independientes”, controladas por la oposición. Se comprobó que el gobierno le había entregado uniformes a milicianos interahamwe, reconocidamente viciosos durante la guerra civil y los genocidios de 1993 a 2005.
El ejército protegió a los manifestantes y no le permitió los excesos del domingo a la policía. Esa noticia que suena buena es alarmante pues indicaría que están tomando partido y una confrontación entre el ejército contra la policía y las milicias interahamwe llevaría sin duda a un baño de sangre.
Al final de la tarde del lunes, todos a quienes les pregunté decían lo mismo: el centro de Bujumbura está vacío, las tiendas están cerradas, pero en la periferia las cosas están que arden.
Miré dos partidos de fútbol, sin verlos, a media noche la televisión francesa TV5 presentó un especial de 30 minutos sobre Burundi.
Presentaron los hechos crudos. El presidente quiso cambiar la constitución y no pudo. Se inventaron una nueva interpretación para justificar una tercera candidatura. La oposición no acepta el tercer mandato. A la calle. Relataron de cuatro muertos en las manifestaciones, mencionaron rumores de muchos más ocurridos en la noche cuando milicianos, supuestamente armados por el Gobierno, irrumpieron en las casas de la gente en la noche del domingo en los barrios en donde las protestas habían sido más fuertes.
Luego vino un debate entre un líder de la “sociedad civil” que vive en Paris y el embajador del gobierno de Burundi en Francia. El opositor dijo, “Burundi se encuentra en estado de pre-genocidio. Se están repitiendo las escenas, las acciones y sobre todo los actores del genocidio de finales del siglo pasado”.
Luego se enfrascaron en un debate de una violencia que yo hacía rato no veía. Y pensé, si estos dos son los líderes educados y se tratan con tanto odio, con tanta sed de venganza, ¿Qué esperar del pueblo?
La mañana del martes seguía en el mismo tono. Vete al aeropuerto temprano me aconsejaron y así hice. Documenté de primero y me metí en cuanto pude a la sala de espera. Allí me sentía un poco más seguro. En cuanto llamaron a bordo fui el primero. Cuando llegué a la escalerilla del avión se me salieron las lágrimas de emoción de estar vivo. J’ai cru que j’allais y laisser ma peau le dije en el último chat a mi colega Eraste.
El vuelo de Bujumbura a Kigali era en un 737-700 de Ethiopian Airlines. Repleto. El setenta por ciento de los pasajeros eran mamás con niños, algunos papás. Como me había subido de primero los vi desfilar a todos, no podían esconder el miedo tras sonrisas falsa y gestos de buenas maneras. Me dieron lástima esos chiquitos que ven sus años escolares truncados, esos adolescentes que dejan amigos.
Las cifras hablan de miles y miles de refugiados pasando las fronteras con Ruanda, con el Congo, con Tanzania.
El regreso me lleva de Bujumbura, Kigali –Addis- Ababa- Jeda Frankfurt -Bogotá. Kigali y Jeda eran sólo escalas pero cada una le agregó por lo menos hora y media a un ya de por sí largo viaje, en total 42 horas puerta a puerta.
Mucho tiempo para pensar.
Estoy medio loco. Ya ando pensando que tengo que planear estar de vuelta para comienzos de Junio.
Vuelvo a Bogotá después de una semana de receso. Como siempre, se agolpan las noticias.
Los fraudulentos embates del perseguidor de hackers. La pelea entre Gaviria y el Procurador. Los detalles del acuerdo que no se había acordado cuando se anunció que se había acordado.
El sarputin aprovecha el desmadre en Siria e interviene para ver si le salva el pellejo a su compinche Al Assad. A los tuiteros tunesinos no les suena de a mucho el Nobel de la Paz.
Mucho material, y eso que no me meto con Petropolis.
Tratando de escoger por donde arranco a moler esta semana me encuentro un correo de Bujumbura.
Las dos semanas que estuve allá, conocí mucha gente. Con los que más interactué fue con los cucarachos internacionales, como yo, con quienes tomaba cerveza o gin and tonic al final de la tarde en el bar del hotel, a donde llegábamos todos con la angustia de la noticia de última hora y acompañados por las ráfagas que se oían en las noches. Mis colegas de trabajo burundís todos, resignados unos, indignados otro, me comentaban el día a día mientras nos apresurábamos a tratar de hacer las cosa, bien.
Cada día a las siete de la mañana me subía en la camioneta del programa que me llevaría a la oficina. Siempre sonaba alguna canción de los Rolling Stones. Después de tres días, siempre era “Jumping Jack Flash” porque comenté que era la que más me gustaba de los Stones. Me sentaba en el asiento de adelante, saludaba, y el carro no se movía hasta que no me hubiese amarrado el cinturón. En ese momento, y solo en ese momento, antes de arrancar Alice, la conductora me decía “alors on a bien dormi? (¿Durmió bien?). Si, gracias, respondía yo.
Buena música, dije. “Mi marido es periodista y camarógrafo y hace de disk jockey en una emisora local. Me graba estos discos. Nos gustan mucho los Stones.” replicó
Alice, técnica mecánica, mujer robusta, con una sonrisa que sólo las mujeres de su raza pueden producir, trabajaba de conductora de un vehículo del programa integrado de salud de Burundi. Con ese trabajo ayuda al ingreso familiar para poder sostener a sus dos hijos en un colegio privado.
Cuando empezaron los eventos que llevaron, finalmente, a mi evacuación y que desde mayo no han cesado, le pregunté a Alice que qué opinaba del tercer mandato de Nkurunsiza. Me contestó impávida, Pas de politique causons musique. (Nada de política hablemos de música). Mientras circulábamos por unas calles cada vez más desiertas, le comenté, entonces que me gustaban más los Beatles que los Stones. De ahí en adelante al caer la tarde y camino de regreso al hotel nos acompañaba Imagine de Lennon, según Alice ca c’est la politique (eso sí es política)
Al final de la semana, cuando los locales empezaban su éxodo hacia Kigali y yo empezaba a pasar las noches sentado, tratando de dilucidar de dónde venían los tiros, al saludo habitual se sumó un Pas trop peur?”(¿Mucho miedo?) y yo, todo valiente, contestaba pas trop (no tanto) ¡Ñoña, estaba muerto del susto!.
El lunes de la segunda semana las calles ya estaban totalmente desiertas, no tardamos sino cinco minutos en una ruta que había tomado veintiun semanas antes.
Alice hablaba buen inglés. Le dije, “Rough weekend, are you scared”? (Fin de semana caliente, ¿están asustados?) Yo sí estaba muy asustado. Habían saqueado y quemado las oficinas de la cadena privada de televisión que se oponía al tercer mandato, yo oía los gritos y veía el humo del incendio desde el balcón de mi cuarto. Alice me dijo, mi marido no trabaja allá, él está con la cadena estatal así que no, nosotros no estamos asustados.
El lunes y martes me esperó pacientemente en la oficina, sin moverse de su lugar por si había que salir de afán. Ya el recorrido se hacía en silencio oyendo religiosamente los discos grabados por su marido.
El miércoles me llevó al aeropuerto a tomar el vuelo de mi evacuación. Bonne chance, on vous attend bientot (buena suerte, lo esperamos pronto) Yo le contesté, Bon Courage, merci, a plus Alice (eso traduce ánimo, gracias, hasta la próxima Alice)
Ayer mataron a Alice, a su marido y a sus dos niñitos. Paz en sus tumbas.
Yo derramo una lágrima, por ellos y por un país abandonado, como siempre, por la comunidad internacional.
Hoy nada más importa, qué impotencia. CRÓNICAS