Crónica de DakarCRÓNICAS. Por Juan Manuel Urrutia. En 1993 estaba basado en Washington y me tocó cumplir mi primera misión en Senegal. Viajé a Dakar con escala en París, después de un viaje relativamente largo aterricé en Dakar un domingo al mediodía.

En esa ocasión me habían reservado en un simpático hotel llamado Le Lagon, de propiedad de una familia francesa que además tenían un restaurante. Después vinieron otros, el Meridien, pretencioso detestable, el Teranga local, con una comida deliciosa y una piscina en la que podía uno quemar los excesos culinarios, más adelante quedamos limitados al típico moderno y barato Novotel y ya no era un hotel de Dakar sino, como decía Julio E Sánchez, de cualquier lugar del mundo.

Gente de mar los propietarios del Lagon habían construido un hotel que simulaba un barco de crucero, los cuartos, como resultado eran pequeños y no muy confortables para mi gusto.   En esos tiempos el internet vía wifi en las habitaciones no existía, dependíamos del fax. El Lagon tenía un buen centro de negocios con impresoras fotocopiadoras y máquinas de FAX . El restaurante anexo al hotel se llamaba Le Lagon II y era uno de los tres mejores de Dakar, en ese entonces. Su arquitectura y el montaje sobre pilotes al borde del mar me hacía recordar a La Rosa Náutica uno de mis restaurantes favoritos en la Lima de comienzos de los noventa, como quien dice antes de Astrid y Gastón.

Esa primera misión fue corta, casi siempre lo son, no tuve tiempo más que de presentir que Dakar y Senegal se convertirían con el tiempo uno de mis destinos favoritos en África.

Entre 1993 y 2009 fui por lo menos do veces al año a Dakar y a Senegal. Pasé días visitando puntos de venta de condones en la Casamance, región productora de arroz, luego regresaría a coordinar la logística de una entrega masiva de mosquiteros impregnados de insecticida y a promover su uso.

Por la frecuencia de mis viajes logré desarrollar amistades cercanas y muchas relaciones con senegaleses cosmopolitas, educados en universidades en Francia o en los Estados Unidos. Dakar siempre me ha parecido vibrante. Los restaurantes son ruidosos, animados.   Tiene uno la escogencia entre la gastronomía internacional influida obviamente por la cocina francesa de la que hay dos o tres exponentes de muy buen nivel en Dakar y la senegalesa, de platos generosos, con muchas especies. Mi favorito el Thieboudienne, un pescado con arroz wollof que comido al almuerzo le da a uno millaje hasta el desayuno del día siguiente y comido a la hora de la cena garantiza una noche de pesadillas o toda la energía del mundo para irse a bailar la música senegalesa, que como la música de casi toda África Occidental es una salsa cadenciosa, de bailar en un baldosín, despacito. De esa música creo que salió la champeta.

En los años noventa, en plena pandemia del VIH Sida el flirteo en las noches africanas tenía características suicidas. Yo en esos tiempos no era ningún santo, pero tampoco era pendejo. El riesgo de un “one night stand” o polvo carnavalero consistía en que uno se estaba acostando con el levante de la noche y con todos sus compañeros sexuales de los últimos tres años, menos riesgo corría uno pasando una noche jugando ruleta rusa.

Esa situación les daba a las noches de Dakar un sentido diferente, interesante. No existía la posibilidad del levante, la conversación se tornaba entonces interesante en lugar de interesada. En el baile sentía uno la música sin tratar de “sentir” a la pareja. No había afanes. Se quedaba uno echando carreta sobre los bosques de Baobabs tomando pousse café, por ejemplo, ron aromatizado con jengibre, en el restaurante y de pronto a las tres de la mañana se daba uno una pasada a ver la acción en las discotecas y los casinos de la zona “turística”.

Para evitar tentaciones suicidas en un par de ocasiones en los años 90, llevé leña al monte, invité a Dakar a mi amiga marroquí y pasamos bombas.

La raza senegalesa es hermosa. Son altos, de rasgos fuertes, las mujeres son espigadas, delgadas, pero mantienen la voluptuosidad de la mujer africana.

Dakar es una ciudad con una arquitectura interesante. Se ha ido desarrollando a lo largo de la costa con una mezcla de arquitectura colonial francesa y moderna. El centro del a ciudad no difiere mucho del de las ciudades francesas, avenidas amplias, plazas grandes, edificios no muy altos y bastante arborización. En un día de sol con temperaturas que superan los 30 grados si hay algo de brisa puede uno caminar tranquilamente protegido por la sombra de los árboles.

Nunca me sentí inseguro en Dakar, lo que si me sucedía en muchas ciudades africanas. En medio de la noche caminábamos uno o dos kilómetros de vuelta del restaurante de turno para poder digerir el platillo de la noche.

Tampoco lo sentí en mis salidas a campo. En la zona de la Casamance, al sur, al otro lado de la Gambia que es como una ínsula en medio de Senegal, desde hace años ha existido un movimiento insurgente independentista. Recorrí toda la región en 2008, cuando organizábamos una distribución masiva de mosquiteros, teníamos que entregar dos millones en una semana, nunca tuve un susto.

África significa recorridos mágicos. Safaris, por su nombre en Swahilli, les dicen. Millones de “blancos” han gastado millones de “verdes” paseando en vehículos 4X4, disfrazados de cazadores tomando fotos de animales. La verdad el plan vale la pena. Es posible que mi pasión por Senegal provenga de dos recorridos memorables.

En una ocasión nos fuimos hasta Saint Louis al norte, cinco días atravesando una sábana preciosa llamada la sábana de las acacias del Sahel. Nos hospedábamos en pequeñas pensiones, visitando puntos de venta de condones y organizando veladas de promoción de las prácticas del sexo seguro. Durante horas, transitando por una pista, a una velocidad que rara vez podía superar los 40 kilómetros por hora, miraba. Una jirafa corriendo en la distancia, un bosque de acacias entretejidas formando figuras que podrían estar en cualquier bienal de artes plásticas. Y así pasaban los días, sin afán, sabíamos que al final del día nos esperaba una cama limpia, un baño decente y con suerte una buena cerveza fría o si no pues tibia porque ni modo.

Años más tarde de safari en el Massai Mara en Kenia, pensaba yo, “carajo y a mí me pagaban por hacer esto mismo hace 15 años”, andar en carro mirando y echando globos como dicen los bogotanos.

La segunda ocasión fue un viaje hacia el sur este. Desde Dakar a Tambacounda, visitando los centros de salud en donde se entregarían los cupones para la distribución masiva de mosquiteros. Era justo en la mitad de la estación seca, pues había que organizar toda la entrega antes de las lluvias. Hacía calor, mucho. Atravesamos un bosque de Baobabs en donde entendí porque a ese árbol le confieren poderes mágicos. No es sino mirarlo, el árbol al revés, pues parece que sus raíces estuvieran en la parte superior expuestas al viento y que su tronco se hundiera en la tierra.

Camino a Thiés, el conductor que nos llevaba nos hizo desviar hasta Joal a conocer el árbol mágico, el Baobab más grande, por ende, más viejo del país. Que hermoso árbol, pero sobre todo que historias de árboles mágicos.

https://www.minube.com/rincon/baobab-de-joal-a678431#gallery-modal

Visité unos veinte centros de salud, todos ofreciendo atención básica. Muy pocos recursos, mucha pobreza, mucha dignidad, mucho compromiso de los agentes de salud de base. Como estábamos distribuyendo cupones para mujeres embarazadas y madres de niños menores de cinco años que son la población en más alto riesgo de mortalidad por cuenta de la malaria, vi con mis propios ojos lo que significan e implican las altas tasas de fecundidad. Mujeres de 22 o 23 años, embarazadas de su cuarto hijo en cuatro años. Mucho por hacer.

Senegal ha gozado de una estabilidad política particular. El fundador, si se quiere, de la nación, Léopold Senghor gobernó por 18 años y nombró a su sucesor Abdou Diouf que gobernó por 19 años, perdiendo, finalmente una elección en el año 2000. Aceptó su derrota y le entregó el poder a su principal opositor Abdoulaye Wade. A mí me tocaron ambos. Wade gobernó doce años y en 2012 perdió unas elecciones que muchos cuestionaban con Macky Sall, su más duro opositor. Pese a las preocupaciones de la comunidad internacional, la transición fue pacífica una vez más. Los presidentes senegaleses duran, y duran, pero no perduran como Mugabe y otros tiranos. CRONICAS

 

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