CRÓNICAS — El Hotel de L’Amitié (Hotel de la Amistad) era, hasta el comienzo de este siglo, el hotel de Bamako en Mali. Bastante fea construcción digna de la arquitectura soviética de los sesentas. Su nombre típico del comunismo sesentero.
Regalo de los soviéticos cuando Mali, como otros países del sur del Sahara y del Sahel, Mauritania, Burkina Faso y Niger eran estratégicos para los soviéticos. Allí tenían las estaciones de rastreo de los satélites de espionaje con que vigilaban a sus enemigos en occidente.
En países tan pobres hay uno, o máximo dos hoteles de alta gama. A esos hoteles llegan todos los cucarachos internacionales, allí se hacen las reuniones de las misiones internacionales. Los que ahí no se alojan allá llegan a desayunar o a tomar una cerveza al final de la tarde.
Mali fue colonia francesa, se independizó y quedó bajo la influencia soviética durante la guerra fría. Caído el muro de Berlín, en tiempos de Mohamar Kadaffi, se beneficiaba de su amistad y de sus regalos. Caído Kadaffi, pailas!
Mi primer viaje a Mali fue en 1994. En esa ocasión me hospedé en un pequeño hotel llamado Le Rabelais que sería hoy en día considerado un hotel boutique. Tenía buen teléfono y buen FAX, de internet ni hablar todavía. Había un barecito que hacía de restaurante. Su mejor activo era la panadería francesa que quedaba cruzando la calle en donde a las 8 de la mañana y a las 4 de la tarde, podía uno y todos los expatriados conocedores, adquirir una baguette que sería la envidia de muchas boulangeries parisinas. Su gerente propietaria, una francesa viuda, de edad indeterminable, era una maravillosa cocinera. La omelette de finas hierbas era un manjar de los dioses que combinaba de maravilla con la baguette recién comprada.
Ese viaje lo hice como experto en las áreas de Planificación Familiar, Salud Reproductiva y Prevención de SIDA. Fui a Mali a re lanzar un programa de mercadeo de anticonceptivos luego de que un grupo de “molahs” locales aceptó los beneficios de los condones. En el vecino Níger, los clérigos habían ordenado quemar y apedrear unas vallas promoviendo los condones Protector, marca global desarrollada por SOMARC, programa del cual yo era director adjunto.
Esos molahs eran los radicales de esos tiempos, unos tipos no muy cultos, con una interpretación bastante simplista del Corán. Kalid Alihoua, muy amigo del rey Mohamed VI de quien ha sido vocero, era en ese tiempo consultor del programa SOMARC y como tal fue a Mali a preparar a los clérigos, con muchísimo éxito, por cierto.
Personaje singular de esos que uno sólo encuentra en África. Yo llegué después de Khalid y me recibieron muy bien.
En los años noventa Mali era un país pobre, atrasado y la última vez que estuve allá lo seguía siendo. Contrasta la pobreza con la grandeza que llegó a tener el imperio de Mali entre 1200 y 1600 DC. Durante esos cuatrocientos años los Mandingas gobernaron con éxito un país que iba desde los bosques húmedos de la costa de África Occidental hasta el desierto del Sahara. Se tardaba un año atravesar el reino de occidente a oriente. Surgieron ciudades maravillosas como Gao y Timbuktú desde donde empezaba la ruta de la sal, caravanas de decenas de camellos atravesaban el Sahara llevando el preciado mineral hacia las zonas occidentales. La las llegó a ser una divisa tan valiosa como el oro y el cobre de las minas de Ghana.
Una de las dinastías más importantes del imperio son los Keita, descendientes de Sundiata. Los clanes Koulibali y Konaté fueron aliados de los Keita y compartieron el gobierno y las riquezas. Aún hoy en día esos apellidos distinguen a la clase dirigente de la República de Mali. En último descendiente del linaje Keita es el exitoso cantante Salif Keita, exiliado por motivos políticos.
Cuando comenzó el mercado de los esclavos con la colonización, las Mandingas fueron presa favorita de los cazadores de las costas de África, patrocinados por los portugueses, que controlaban ese mercado. El imperio de Mali fue musulmán. Algunos mandingas mantuvieron sus deidades y su religión animista. No es por ende extraño encontrar deidades mandingas en los ritos de santería y de vudú en las islas del Caribe.
En tiempos de la guerra fría y luego de su independencia en 1960 Mali se alineó con la Unión Soviética. El interés de los soviéticos era la posibilidad de ubicar estaciones de rastreo para los nacientes satélites de espionaje. Con el desarrollo de la tecnología, esas estaciones ya no tenían que estar situadas debajo de la órbita geoestacionaria y Mali perdió todo interés para ellos. Les quedó eso sí el Hotel de L’Amitié y varios edificios públicos marcados por la horrenda arquitectura soviética de esos años.
Seguí yendo a Mali durante los noventa. En una ocasión hice un maravilloso viaje de Bamako a Timbuktu, por la ruta de la sal, visitando los puntos de venta de condones. Mi amigo David que vivió en Mali unos cinco años había contratado a un genio loco de la distribución. Olivier, formado por la BAT, British American Tobaco, aristócrata francés, muy colonialista y con uno que otro prejuicio racial. Ese tipo puede ser responsable de todas las enfermedades respiratorias de la población de muchos países africanos. Pero como el que reza y peca empata, estoy seguro que Olivier también salvó muchas vidas al haber logrado que, en Uganda, y en Mali también, los condones Protector se vendieran en todos los changarros y tiendas en donde se vendían Sticks, que es el nombre que le da la industria del tabaco a la venta de cigarrillos por unidades. David se fue a hacer el bien en Asia y yo lo sucedí en la oficina de Marruecos desde donde coseché los éxitos por él sembrados, muchas veces de la mano de Olivier.
Como dicen los franceses, On a fait l‘Afrique ensemble. De hecho, cuando nos reunimos las anécdotas no paran. Y Mali tiene una que otra.
Regresé a Mali en 2004, esta vez como director de un programa de prevención de paludismo mediante el mercadeo de mosquiteros (toldillos) impregnados de insecticida. Allá los mosquiteros son un bien apetecido, se consiguen de todas las formas y colores. No es inusual que un mosquitero de tamaño familiar sea el regalo para una boda, o prenda fundamental en el menaje del niño que se va para le internado. Pero no son tratados y por lo tanto no ofrecen la mejor protección.
La tarea era convencer al mercado de los beneficios de mosquitero impregnado, nada fácil. En ese viaje me quedé en el remodelado Hotel de L’Amitié. Estaba por surgirle una competencia con la construcción del hotel Radisson Blue cuya inauguración estaba ya anunciada. En ese viaje conocí un personaje mágico, su nombre se me escapa, le pongo Monsieur Babakar que es un nombre muy común por esos lados.
Fui a entrevistarme con Babakar porque él quería ser el distribuidor de una de las marcas de mosquiteros que promovíamos. La reunión tuvo lugar en su almacén, en el mercado lleno de productos, y de desorden y de gente. Monsieur Babakar, despachaba sentado en el suelo tomando té de menta, muy caliente, para quitarse el calor. Luego de una conversación agitada con otro comerciante, en el lenguaje local, llegaron a un acuerdo porque se dieron la mano. Babakar mandó entonces abrir un armario pesado en donde había una caja fuerte llena de billetes, de francos CFA, la divisa local, pero también de Dólares y de Euros y le entregó un soberano puñado.
Hicimos buenas migas con Babakar. Después de dos o tres reuniones en su almacén, tal vez en mi tercer viaje a Mali, por ahí en 2006, me invitó a cenar a su casa. Me mandó a recoger en un Jaguar último modelo que me llevó a un conjunto donde había cinco casas, una suntuosa para Babakar y cuatro más pequeñas, una para cada una de sus esposas.
Babakar es un buen musulmán y mejor comerciante. Una vez al año llena una maleta de dólares y se va a Nueva York a comprar “marchandise”. Electrónicos baratos que re vende con márgenes de 100% en el mercado de Bamako.
Babakar llegó a Bamako del campo e hizo sus inicios como “madamme potté” que es el nombre que le dan a los niños que le cargan los paquetes a las señoras que hacen mercado, ¿Señora le cargo sus paquetes?, traduce.
Una vez fue a Johannesburgo a una reunión regional y lo invité a un restaurante de mariscos. Yo tan imbécil le pedí un plato de Sushi, lo miró y me dijo que si sería posible que le dieran más arroz y un pescado cocinado, comme le capitaine. A los camarones les hizo el feo de entrada. La noche siguiente lo llevé a un restaurante indio en donde se despachó un curry de cordero con una cara de inmensa satisfacción.
En 2016 me propusieron dos alternativas para consultorías internacionales. Una en Burundi y una el Mali. Escogí Burundi por azares de la vida, me pareció más atractivo el programa. Allí pasé momentos de mucha angustia porque me tocaron los primeros días de una revuelta que dejó muchos muertos. Sentí pánico. A Mali se fue una consultora de la misma organización llamada Anita Ashok Datar. A mí me hubieran podido matar en Bujumbura, a ella la mataron los extremistas musulmanes en una toma sangrienta de un hotel en donde ni siquiera estaba hospedada, había ido para participar en un seminario.