Las AfricasCRONICAS. Por Juan Manuel Urrutia. Pisé suelo africano, por primera vez en Túnez en 1991. Pasé un mes en ese país que más tarde sería la cuna de la primavera árabe cuyas consecuencias apenas estamos empezando a aprehender.

Entre 1992 y 1996 estuve también en Madagascar, en Kenia, en Jordania, en Egipto, en Suazilandia y en Suráfrica cumpliendo misiones temporales. Eran viajes de una a cuatro semanas. Apenas tiempo para percibir el sabor de cada país.

A finales de 1996, aterricé en Marruecos, el más estable de los países magrebíes. Al Magrib en árabe significa el poniente, o viento que sopla desde el oeste. El Magreb es el occidente del califato árabe en el norte de África que incluye a Argelia, Marruecos y Túnez. Argelia fue colonia francesa y Túnez y Marruecos, protectorados franceses.

En Marruecos residí por dos años.

Luego de un intermedio de seis años en Colombia volví a África en 2004 y me quedé instalado en Johannesburgo hasta 2010, cuando salí corriendo un mes antes del mundial en el que coronó su corrupta fortuna el señor Blatter.

En total, entre 1992 y 2015 la mayor parte de mi trabajo estuvo directa o indirectamente relacionado con África.

En Túnez y Marruecos, conocí lo que hubiera podido ser el mundo musulmán antes de los integristas y de los fundamentalistas y de todos los “istas”.

En Suráfrica conocí la superación de la segregación, la nación del arcoíris que soñaron Mandela y Tambo y los demás líderes de las luchas contra el apartheid. También he visto como la hegemonía de una ANC corrupta ha ido matando esos sueños.

En Nigeria conocí el caos y nada más.

En Kenia y en Tanzania conocí la belleza infinita del Serengueti y del Mara.

También en muchos países africanos vi de cerca una miseria incomprensible.

Sentí lástima, tristeza, pero sobre todo sentí mucha rabia y algunas veces toda la impotencia.

Conocí la moderación. Túnez era, a comienzos de los noventas, un país musulmán, progresista, en donde las mujeres tenían un lugar en la vida real. Se favorecían sus derechos. Los viernes iban a la mezquita y todos los días a sus trabajos, intelectuales, académicos profesionales, vestidas sin excesos. Pero sin tapujos.

Cinco veces al día, en los países musulmanes sunnís y en aquellos con influencia musulmana, desde los minaretes suena la llamada al Adán o llamado a la oración. Comienza con un rítmico “Alaju Akbar” o “Allah Akbar” (Dios es Grande) que se repite dos veces al comienzo del llamado. Desde cada minarete de cada mezquita el almuédano de turno entona el cantico como lo entiende. Cuando uno vive cerca de una mezquita, como yo en Marruecos, se acostumbra al cántico que acompaña y define los tiempos. Nos dice que ya va a amanecer o que ya va a caer la noche; que empieza el ayuno o que termina el ayuno en Ramadán.

Esa frase es con la que hoy comienzan las peores masacres.

En los países musulmanes tuve compañeros de trabajo hombres y mujeres. Formados en universidades francesas, cartesianos, inteligentes, musulmanes practicantes, pero sin excesos. Ellas ya se preocupaban por el surgimiento del integrismo en las universidades locales, en donde jóvenes integristas empezaban a exigir el porte del velo por parte de sus compañeras de clase.

También conocí la solidaridad árabe con los palestinos, acompañada casi siempre por un odio visceral hacia Israel. Por extensión, en cada guerra, en cada Intifada, se manifiesta el odio hacia Occidente. De ese odio se han nutrido los integrismos de comienzos de los noventa, luego potenciados por la estupidez genético guerrerista de la familia Bush y sus guerras que nunca ganaron y que perdió la humanidad.

¿De cuántos muertos por actos de terror podremos culpar a los líderes occidentales miopes en su defensa constante y su permisividad de un Israel que no puede ser si no es en paz con el mundo árabe?

El África árabe, Marruecos, Túnez, Egipto, Jordania, es una de las áfricas.

Hay otras. Si algo me enseñaron mis años africanos es que hay más similitud entre México y Argentina, por ejemplo, que entre Benín y Burundi o aún entre vecinos como Costa de Marfil y Ghana. Y sin embargo por estos lados se habla de “las Américas”, por allá nunca de “las Áfricas”.

Los relatos que siguen son mi vida africana. Una vida de noches solitarias en hoteles, de esperas en salas de aeropuertos, de experiencias, de olores de sabores, de vivencias.

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