Cronica Kabul CRÓNICAS — Por Juan Manuel Urrutia. La sensación de estar parado en el área de entrega de equipajes de un aeropuerto mirando como las maletas dan la vuelta y vuelven a dar la vuelta, y el carrusel se va desocupando y la maleta no llega es una de las más desagradables de la vida del viajero. Llega el trágico momento en que un funcionario de la aerolínea cínicamente le dice a uno señor su maleta no llegó. Dan ganas de contestarle “yo sé huevón, llevo una hora y media viendo pasar maletas en este pinche carrusel”.

Que eso le pase a uno en Mayami o en Nuevaior o en París, ok ve. Nada grave, buena forma de llegar a Bogotá a decir en voz alta en el club, “Ala imagínate que esos pendejos de Avianca me dejaron la maleta ahora que estuve en París, y eso que iba en primera, ala”. Porque, aunque Avianca ya no tiene primera, los bogotanos le siguen diciendo primera a la clase ejecutiva.

Pero en Afghanistan la frase es más bien “Allah me proteja que voy a hacer yo acá sin mis calzoncillos limpios”.

Me pasó, llegué el domingo, en un Aerobus 340 de Emiratos, repleto, en chicken class. Una hora y 47 minutos después, el huevón de Emiratos me dijo en un inglés pluscoimperfecto, meneando la cabeza, “sir your sutkeis is not arriving”.

Lo malo es que yo no sé decir huevón en persa.

Le dí mi recibo de equipaje. 45 minutos. Regresa. “Sir your sutkeis guas not checked”.

Say what you guevón?

“I exlain sir Emirates was never receiving your sutkeis”

Plis fill dis complaining form.

Guat is with the ing shit?

Arrived, received complain, carajo

Me voy. La caminada desde la terminal hasta el estacionamiento de seguridad es como de veinte minutos en donde no me alcanza la saliva para la manada de madrazos que voy dando.

¿Pa qué volví, qué carajos hago acá? Todo eso adornado con toda clase de referencias a la profesión más antigua.

Como cualquier señora bogotana le pido al mi guardaespaldas Zia que si por favor me ayude con el tema, porque imagino que en afgano de pronto el tipo de Emirates en el aeropuerto entienda mejor y sea más cooperador, y si no es por el idioma, por el tamaño y el aspecto de Zia que aterrorizan a cualquiera.

Zia me dice don´t worry mister Juan I will get you your suitcase tomorrow.

Llego al guest house y rápidamente a lavar los calzoncillos para o tener que ponerme lo de adentro pafuera.

Espero, quienes me conocen saben que nada pacientemente, hasta el domingo a la una de la tarde cuando ya deben haber desembarcado las maletas.

Nada. Los tipos de Emirates, campantes, le dicen a Zia que si llegaron un poco de maletas pero que no han tenido tempo de revisar.

Recontraemberraqueputecido, procedo a llamar a Emirates a nombrarle la madre al scheik-

Me responde un tipo amable que tras una hora y diez de idas y venidas, de esperas oyendo la berrionda musiquita que les ponen a los teléfonos, ¿por qué no una canción de los Beatles, o de Shakira o de Sandro si quieren? El tipo me dice “your suitcase was found, it is in Kabul airport”.

Los carajos de Emirates en el aeropuerto no quisieron despercudirse. Era día feriado. Resolvieron que hasta hoy martes revisaban. Así que ayer, de nuevo a lavar calzoncillos.   Por suerte tenía una camisa limpia y como niño bien que soy viajo de blazer. Lo único que llevo repitiendo son los bluyines que tengo puestos desde el viernes que salí de Washington. La ventaja se paran solitos, así que cuando estoy de pie descanso.

Eventualmente después de tres días llegó la maleta.

Igual llegué a Kabul. El clima está maravilloso, mientras estuve fuera nevó mucho en las montañas. Están muy blancas. El sol resplandece.

Me dice Jan el jefe de seguridad que los reportes de seguridad han mejorado, que es posible que nos dejen salir de compras y a uno que otro restaurante. Me siento como se sentirá Torómbolo Moreno cuando salga de la cárcel, libre.

En esta ocasión no estoy solo, viajo con Tim, un colega norteamericano con mucha experiencia en el desarrollo de alianzas público-privadas. Un personaje. Tiene una larga muy larga cabellera. Es profesor de yoga y vive en Las Vegas, el templo del pecado.

Llegamos, un jueves, a la misma “safe house” en donde me quedé la vez anterior hace dos meses, solo que él si tiene sus maletas. El viernes y el sábado son el fin de semana de los afganos, la semana laboral va de domingo a jueves. Así que tenemos dos días para superar el jet lag y preparar la misión que será de tres semanas.

EL viernes, día feriado, el desayuno es tardecito. Nos encontramos con Tim y se nos presenta un joven nepalí que hizo estudios de economía de la salud en India y que está asesorando el mismo programa que nosotros. Su nombre en largo e impronunciable, me dicen Rami nos informa y así se queda.   Rami tiene un amigo del, Tony, sur de la India que está montando una franquicia para el mantenimiento y reparación de vehículos blindados de alta gama. Debe ser un negociazo por estos lados donde pululan esos vehículos y donde las carreteras contribuyen en buena medida a los daños que se puedan presentar.

Durante las siguientes tres semanas, cada mañana, Rami, Tim y yo saldremos cada uno en un carro blindando diferente, por una ruta diferente, para la misma oficina. En las tardes regresamos juntos si terminamos el trabajo al mismo tiempo. La precaución extra de la mañana es por lo rutinario de la hora de salida.

Durante las tres semanas siguientes con Rami y Tony nos juntaremos con unos comerciantes afganos, ahora residentes en San Francisco a jugar billar pool antes de la cena. La tertulia es pues dando vueltas a la mesa tomando juguito o té, en lugar de sentado en la barra con mi adorada Gin and Tonic.

Para rematar, la televisión afgana está pasando todos los partidos del campeonato mundial de cricket, que no podría ni mirar ni comentar en Colombia. Acá como en India y Pakistán el cricket es casi una religión. Felicidad. Deportes en televisión y alguien para comentar pues el cricket es religión en el subcontinente de donde vienen Rami y Tony y Afghanistan, aunque un enano ante las potencias como India y Pakistán, clasificó para la segunda fase y está haciendo un papel digno.

Solo falta la pola, pero ni modo.

Esta noche con pijama, me sentaré a ver Nueva Zelandia Pakistán que promete ser un clásico.

En Afghanistán no hay seguridad. O por lo menos eso dicen las empresas de seguridad contratadas por las empresas extranjeras. Entones toca depender de la policía. Pero la policía no alcanza, entonces ha surgido una industria especializada en “seguridad”. Son los tipos que lo cuidan a uno y montan unas rutinas de protección que claro que lo protegen a uno, pero también protegen las finanzas de la firma de “seguridad” correspondiente.

La discusión puede ser infinita. Miles de consultores, como yo, pasan una, dos tres, semanas en Kabul y en las provincias de Afghanistán. Todos estamos muy protegidos. Trabajamos en oficinas con esquemas de seguridad sólidos muros de concreto, GPS personal para que lo tengan a uno ubicado permanentemente, carro blindado, con guardaespaldas en el asiento de adelante.

Nos hospedan en “casas de huéspedes” que son unas amables cárceles. Rodeadas de paredes de concreto armado de tres y cuatro metros de alto, con unas puertas que no derriba un misil exocet. Llenas de avisos que dicen “apreciado huésped Por su seguridad ESTÁ TERMINANTEMENTE PROHIBIDO TOMAR FOTOS”. Ahí nos depositan la final de la tarde y hasta mañana por la mañana cuando como a los presos de buena conducta, nos dejan ir a trabajar al bunker, de donde tampoco podemos salir a menos que vayamos a una diligencia oficial. A la diligencia hay salir temprano porque generalmente va uno a una oficina de gobierno o a una agencia internacional o embajada en donde la rutina de la seguridad se repite. Identificación, espere. Esculcada, espere a que lo vengan a buscar. Dos o tres puertas blindadas y ahí si la reunión, cita o diligencia.

Dos preguntas andan rondando mi cabeza, que como el lector se imaginará anda a cien por hora en semejante desparche y sobre todo en semejante grado de lucidez permanente al que me lleva la abstinencia total.

Uno ¿Cuánto les cuesta a los donantes mantener semejante aparato de protección y seguridad? Me pregunto de cada dólar cacareado de ayuda externa ¿Con cuánto se quedan los contratistas para cubrir su overhead y sus gastos de seguridad?

Dos ¿Qué pasaría si se reducen los gastos de seguridad y se le confía su propia protección a los implicados? Unas normas claras. Qué se puede y qué no se puede hacer. Una lista de sitios en donde uno se puede quedar, calificada, dependiendo un poco de nivel de riesgo o aversión a este del correspondiente marrano. Otra posibilidad es limitar la duración de las visitas. En muchos casos el costo del tiquete puede ser tan alto que no se justifica que una persona emprenda un viaje largo para estar, digamos cuatro días.

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