Publicado en inglés el 22 de marzo 2014 en la revista The Nation bajo el título “This Week in ‘Nation’ History: The Fall and Rise of American Cities, Through Camilo José Vergara’s Lens. Traducido con autorización especial. Por Katrina vanden Heuvel.

Katrina vanden Heuvel
Katrina vanden Heuvel

Desde California hasta la isla de New York, las ciudades estadounidenses están sufriendo una transformación sin precedentes. Terrenos que una vez pertenecieron a comunidades de la clase trabajadora están siendo engullidos rápidamente, ocupados y despojados de todo recordatorio inconveniente de la pobreza, la diversidad o la historia. En San Francisco, los autobuses de Google han transformado barrios de inmigrantes de clase trabajadora, como el distrito Mission, en zonas de juegos para los empresarios e ingenieros de Silicon Valley. Más cerca de nosotros, la gentrificación se nota a través de la ciudad de New York.

HarlemUno ejemplo especialmente llamativo de esa transformación es el tema del libro del colaborador por muchos años de The Nation, Camilo José Vergara, Harlem: The Unmaking of a Ghettoen la que el fotógrafo — galardonado con la Medalla Nacional de Humanidades por el presidente Obama el año pasado — emplea su técnica de “refotografía” para capturar la forma en que el barrio ha cambiado en los cuarenta años que él le ha venido siguiendo como cronista. La ambivalencia de sentimientos de Vergara sobre la gentrificación de Harlem se basa en su reconocimiento de lo mucho que el barrio había caído en años anteriores. “Para muchos, el nuevo Harlem puede significar la pérdida de un lugar familiar, una presencia policial más agresiva en la calle, y las crecientes dificultades económicas”, escribe. “Para otros, sin embargo, el barrio demuestra la sociedad en evolución y cada vez más multicultural de los Estados Unidos”.

En los veinticinco años desde su primera contribución a The Nation, Vergara ha presentado a los lectores un retrato sin precedentes de las pruebas y tribulaciones de las minorías marginadas de las ciudades estadounidenses. Su cámara y su pluma han logrado, como pocos otros, capturar tanto el esfuerzo como la lucha de aquellos abandonados por el dinero y el poder, abriéndose su camino en las extrañamente hermosas ruinas de la ciudad del siglo XX. De hecho, uno puede ver sus artículos para The Nation en sí mismos como una forma de refotografía, con el periodista gráfico regresando una y otra vez para ver cómo las ciudades y sus habitantes se ajustan a las constantemente cambiantes realidades.

En “New York’s New Ghettos” (17 de junio, 1991), Vergara describe la emergencia de una nueva forma de gueto de servicios sociales, en el que la imagen profundamente racista de una “jungla urbana” ha sido reemplazada por una igualmente problemática red, altamente burocratizada, que segrega a los pobres del resto de la ciudad y los aleja de la vida misma. Para entender el “resurgimiento ” de lugares como Harlem en los años recientes, es vital entender su historia reciente, y como muestra en su ensayo de 1991 Vergara, Harlem no cayó — fue empujado .

New York, famoso por sus distrito de la aguja, de los diamantes y otros, ahora tiene distritos para las “industrias sin techo”. Hogares de grupo para niños y las mujeres maltratadas comparten edificios con familias sin hogar; también están surgiendo centros de tratamiento de drogas, clínicas de metadona, refugios, comedores de beneficencia e instituciones penitenciarias. Con trazar un círculo en las cuadras en donde grandes concentraciones de estas instalaciones coexisten con el deterioro de los proyectos de vivienda en zonas de tráfico de drogas duras y la reubicación de las personas anteriormente sin hogar, se logra un mapa de los nuevos guetos de New York ….

La agrupación de personas indigentes e instalaciones en secciones aisladas no es una reconstrucción de los antiguos guetos. Estos “distritos” se caracterizan por sus normas burocráticas, exigencias de formularios, poblaciones y economías apoyadas públicamente marcadas por la experiencia de la falta de hogar y la adicción. La gente no elige ir a estas áreas, sino que son enviados allí, desarraigados de sus comunidades y sus relaciones sociales. Un pequeño número de funcionarios desde el centro de la ciudad elaboran las reglas que determinan quién tiene derecho a residir en la mayor parte de la vivienda y a usar las instalaciones. Funcionarios de menor rango seleccionan a los necesitados y los remiten a estos lugares.

Así como se definen por lo que poseen, los nuevos ghettos se definen por lo que les hace falta. En otras partes de la ciudad que alguna vez fueron tan pobres como estas, organizaciones de desarrollo comunitario han reconstruido barrios económicamente mixtos, expulsado ​​a los traficantes de drogas y ha impedido la construcción de la ciudad desde NIMBYs [prisiones, basurales, etc.]. Pero la gente en los nuevos guetos está demasiado desconectada para lograr formar organizaciones efectivas. El carácter transitorio de la mayoría de los residentes deja a estas zonas urbanas sin quién las reclame, y por lo tanto políticamente impotentes.

Vergara concluye su ensayo argumentando en contra del optimismo gradualista. El cambio real, considera, requeriría algo radical — ir directo al meollo del problema.

Los nuevos guetos refutan la idea de que con el tiempo todos vamos a ser parte de una clase media grande. Durante la última década, la “guerra contra la pobreza”, cuyo objetivo fue elevar a los pobres, ha sido rediseñada para simplemente contener a los pobres, segregarlos aún más del resto de la sociedad. Con sus grandes refugios, trajinadas oficinas de servicios sociales y el deterioro de los proyectos de vivienda, estas zonas emplean a miles de trabajadores sociales, guardias, funcionarios de prisiones, enfermeras y médicos a un costo enorme. Ahora, en un momento de crisis fiscal, los presupuestos que mantienen la gran diversidad de servicios de asistencia social y de gobierno en estas áreas están siendo reducidos y se ha aplazado todos los gastos menos los mínimos. En palabras de un residente local, las nuevas e iluminadas luminosas pronto se verán “simplemente como otro agujero de rata”. Pero aún más costoso, y más perjudicial, es la contribución de estos nuevos ghettos a la dependencia, la enfermedad y la delincuencia, y la destrucción de seres humanos. Antes de que se afiancen completamente estos espeluznantes “distritos”, la gente de la ciudad de Nueva York necesita planificar cómo desmantelarlos y comenzar de nuevo.

La contribución más reciente de Vergara para The Nation se publicó en la edición especial del año pasado que marcó el quincuagésimo aniversario de la Marcha sobre Washington. En fotografías y un ensayo que las acompaña, Vergara documenta el arte callejero en todo el país en conmemoración de Martin Luther King Jr. como “estadista, visionario, héroe y mártir”. Los murales y graffitis, escribió Vergara, “representan una historia compartida de creencias” que “nos dan un vistazo de lo que los residentes de las comunidades de minorías pobres de EUA consideran significativo”.  En su manera típica Vergara, encontró mucho que celebrar y lamentar acerca de lo que vio:

Es irónico que, dada la lucha de toda su vida de King contra la segregación y la pobreza, su nombre e imagen se hayan convertido en uno de los elementos visuales que definen el gueto estadounidense, un lugar a cuya abolición dedicó su vida entera. Su sueño de la justicia y la igualdad para todos parece igual de lejano para los guetos aparentemente permanentes de hoy como lo era cuando estaba vivo

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