Publicado en inglés el 23 de agosto del 2013 en la revista The Nation bajo el título “This Week in Nation History: The Forgotten Radicalism of the March on Washington”. Traducido con autorización especial. Por Katrina vanden Heuvel.

Marcha en Washington, Wikimedia Commons
Marcha en Washington, Wikimedia Commons
Katrina vanden Heuvel
Katrina vanden Heuvel

En el artículo de portada de esta semana, el columnista de The Nation Gary Younge utiliza el motivo del quincuagésimo aniversario de la Marcha sobre Washington el miércoles pasado como una oportunidad para recordar el contexto en que realmente ocurrieron los dramáticos acontecimientos del verano de 1963:

Medio siglo después de la Marcha sobre Washington y el famoso discurso “Yo tengo un sueño”, el evento ha sido cuidadosamente empacado en la mitología patriótica de EUA. Relativamente pocas personas saben o recuerdan que la administración Kennedy trató de que los organizadores lo cancelaran; que el FBI trató de disuadir a la gente de participar; que senadores racistas intentaron desacreditar a los líderes, que el doble de los estadounidenses tenían una opinión desfavorable de la marcha en vez de una favorable. En cambio, en vez de considerársele como un momento dramático de disidencia masiva de múltiples razas, se le presenta como un festival en Technicolor de Benetton, que ejemplifica el progreso incesante de la nación hacia sus ideales originales.

Esa búsqueda de los ideales fundacionales de nuestra nación también se obtiene cuando examinamos la cobertura de The Nation del movimiento de derechos civiles en las semanas inmediatamente anteriores y posteriores a la Marcha. Lo que encontramos refuerza el argumento de Younge y muestra que enfatizar tanto el vigor de la oposición al movimiento como el radicalismo de sus demandas socioeconómicas más disruptivas — y por ende más ansiosamente olvidadas — no constituye una revisión de la historia de los derechos civiles, sino su restauración.

En un notable editorial con fecha 10 de agosto de 1963, bajo el simple encabezado de “The Whites“, la revista elogia la firmeza y los últimos éxitos del movimiento de derechos civiles, y ofrece una crítica punzante de la población general de los estadounidenses blancos que trató el movimiento ya fuera con desprecio o con una mal disimulada condescendencia:

La actitud de la mayoría blanca parece estar basada en el temor, la incertidumbre, la resistencia, la falsa piedad y una súbita determinación de pecar un poco menos que antes ….

El hecho es que el racismo, en su acepción moderna, es un virus que debe ser “superado”, ninguna sociedad es inmune hasta que lo haya experimentado. Tenemos la oportunidad, entonces, y bajo el escrutinio mundial, de ser la primera nación industrial grande en superar esta maldita plaga.

Esta es una perspectiva para excitar las emociones y remover el corazón. Sin embargo, los blancos siguen actuando como si se les estuviera arrastrando hacia el futuro, con sus maullidos, regateos, muecas y titubeos, negociaciones y resistencias, cubriéndose la cara, rodando los ojos. Su actitud es aún más curiosa en vista que la evidencia indica que la integración es buena para el país, buena para los negocios, buena para las artes, la religión, para los deportes, para el trabajo, la educación, el gobierno; buena también para nuestra almas inmortales.

En la edición del 7 de septiembre de 1963, que probablemente habría salido a la venta el día de la Marcha, el novelista y crítico social Harvey Swados escribió en “Revolution on the March” sobre los intensos preparativos que involucró el evento, muchos de ellos centrados en una pequeña oficina en la calle West 130 en Harlem. Es una lectura fascinante hoy por dos razones. Primero, Swados ofrece observaciones contemporáneas sobre Bayard Rustin, el lamentablemente subestimado activista que, como Ari Berman escribe en la edición de esta semana, organizó la Marcha, pero más tarde fue rechazado porque era gay, y recientemente fue galardonado en forma póstuma con la Medalla Presidencial de la Libertad por el presidente Obama. Swados escribe que Rustin “Poseía una mente de una determinación despiadada como un puño cerrado”. En segundo lugar, el artículo confirma explícitamente la afirmación de Younge que ya en 1963, el movimiento iba mucho más allá que la igualdad de derechos políticos::

De la manera como los acontecimientos se han desarrollado, incluyendo los esfuerzos el New Frontier de apoyar y adherirse a la marcha, sus demandas se han ampliado al mismo tiempo y vuelto más específicas. Y ha comenzado a quedar claro que la lógica de la situación y el fervor de los jóvenes le impulsó hacia adelante, la Marcha — es decir la gran coalición — tendría que pedir no sólo la ley de derechos civiles de Kennedy, no sólo más empleos en términos generales, sino legislación completa pro derechos civiles y demandas económicas que superen cualquier cosa concebida por los liberales blancos y los círculos oficiales bien intencionados, y que involucrara una dislocación — con incalculables consecuencias –del estado bélico-asistencial y su actual estructura de poder .

En la edición siguiente, The Nation discute el legado de lo que había ocurrido y, nuevamente, pone hincapié en la capacidad de expansión de las demandas de los manifestantes. Esta semana, cuando el país celebra el quincuagésimo aniversario de un símbolo de todo lo que el movimiento de derechos civiles se ha logrado, no se puede leer de leer el editorial del 14 de septiembre 1963 de The Nation, sin que quede un profundo sentido de tragedia — y de ir — por lo que todavía ha quedado por hacerse:

La marcha pasará a la historia como un ejemplo magnífico de expresión democrática ordenada. Debería producir vergüenza entre aquellos que entre lágrimas expresaron diversas dudas sobre el empeño y sugirieron que no debería realizarse. También debería avergonzar ligeramente a los que movilizaron tropas y la policía, como si Washington estuviera a punto de ser sitiada por un ejército enemigo en vez de ser visitada por un gran número de ciudadanos amables y con buena disposición que se portaron con la mayor prudencia, dignidad y notable dedicación al bienestar público. La manifestación también debe establecer lo que ha quedado claro a lo largo — por lo menos para los que han tenido cierto conocimiento con el llamado “problema Negro” — que los negros son probablemente la menos alienada de las minorías raciales de Estados Unidos y la menos revolucionaria en el sentido ideológico. El gran impulso de los negros americanos, en todas las regiones, en todos los niveles, es hacia la condición de la clase media; quieren participar, en condiciones de libertad e igualdad, en el Great American Barbecue.

Pero queda una pregunta: después de que el tema de los derechos civiles se haya ganado, como lo va a ser — es decir se hayan eliminado todas las formas legalmente sancionadas de discriminación de Jim Crow — ¿entonces qué? Todo lo que hay que hacer para retirar las inquietudes de este asunto es conceder a los negros el derecho a unirse a la clase media estadounidense, en condiciones de libertad e igualdad plenas. Esto está lejos de ser una perspectiva intimidadora, podría significar un mayor poder adquisitivo, más beneficios y un PIB más alto. En la práctica, sin embargo, aborda algunos de los grandes problemas sociales, económicos y políticos. Pero los derechos civiles es la primera fase y la victoria en este punto debe sentar las bases para las grandes reformas y cambios estructurales en la economía que deben venir acto seguido.

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