The Nation españolPublicado en inglés en la edición del 27 de mayo de la revista The Nation bajo el título Why Arming Syria’s Rebels Is Still a Bad Idea”. Traducido con autorización especial. Por Junta Editorial.

El presunto uso de armas químicas por el régimen de Assad de Siria no ha hecho gran diferencia en ese atormentado país. Decenas de miles de personas han sido asesinadas en la brutal lucha hasta ahora y la violencia continúa sin un final a la vista.

Las acusaciones sobre el uso de armas químicas, sin embargo, han tenido un efecto dramático en EUA. En agosto pasado, el presidente advirtió que el uso o el movimiento de grandes cantidades de tales armas sería un “cambio de juego” con “enormes consecuencias”, marcando una “línea roja” que no debe cruzarse. Los ultimátums escasamente sustituyen al arte de la diplomacia, pero en este caso ha sido una apertura para los halcones neoconservadores. Los mismos guerreros de sillón que dependieron de las falsas acusaciones de armas de destrucción masiva para llevarnos a Irak — William Kristol, Robert Kagan y otros — han comenzado a golpear el tambor de la guerra nuevamente. Lo hicieron incluso en medio de la incertidumbre sobre casi todo lo que tuvo que ver con los informes sobre las armas químicas: no sólo si fueron utilizadas, sino también quién — los rebeldes o el régimen — pudo haberlas utilizado.

Es alarmante que los intervencionistas liberales también hayan comenzado a hablar sobre la acción militar. Anne-Marie Slaughter, ex directora de Planificación de Política del Departamento de Estado de Obama, encabezó la carga en una belicosa columna del Washington Post comparando la respuesta cautelosa del presidente con las últimos acusaciones a la administración Clinton sobre cómo falló durante el genocidio en Ruanda. Este “momento vergonzoso” para EUA, dijo, surgió de la resistencia de Clinton de reconocer claramente que tenía lugar un genocidio; admitirlo habría exigido una intervención. Ahora, argumentó, Obama está esquivando el tema de la misma forma porque igual que Clinton, quiere evitar la guerra. A Slaughter se le unió Bill Keller del New York Times, quien instó a la administración “a tomar control del armamento y entrenamiento de los rebeldes”.

Ni los neoconservadores ni los intervencionistas liberales parecen estar conscientes de la profunda división en el mundo musulmán y árabe sobre este conflicto, y parecen indiferentes al hecho de que no hay justificación legal para la intervención. Al parecer, es suficiente con que EUA sea, como se jactó una vez la ex secretaria de Estado Madeleine Albright, “la nación indispensable”. Todo lo que importa a los guerreros de sillón es la frágil “credibilidad” de Washington, que aparentemente está en peligro si un conflicto implica un aliado o un enemigo, un vecino cercano o un país lejano.

Tal vez reconociendo la locura de la declaración sobre las líneas rojas, el presidente ha mostrado recientemente una precaución sensata que otros harían bien en emular (y que incluye Israel, cuyos ataques aéreos recientes han aumentado peligrosamente el riesgo de una conflagración a nivel regional). Dados los terribles costos de las guerras de EUA en Irak y Afganistán, así como la naturaleza cada vez más sectaria del fratricidio en Siria, no cabe duda de que Obama está en lo correcto al no precipitarse en otro conflicto en Oriente Medio.

Las lecciones de las guerras anteriores son de particular importancia. Como sostiene el especialista sobre Sirai Joshua Landis, Siria es un país que tiene muchos paralelos con Iraq. Al igual que Iraq, Siria está plagada de divisiones sectarias, étnicas y de clase. Al igual que con el Partido Baath iraquí bajo Saddam Hussein, bajo el cual una minoría construida alrededor del parentesco y el sectarismo, gobernó sobre la mayoría chiíta, en Siria una minoría de alauitas, aliada con otras minorías, ha gobernado una inquieta mayoría sunita.

El conflicto sirio se ha convertido más sectario en parte debido a la influencia de Turquía y las monarquías sunitas del Golfo, empeñados en debilitar la alianza de Irán con Assad. A pesar de los esfuerzos de Washington para improvisar una oposición más unida y secular, los rebeldes siguen fragmentados, con los islamistas de línea dura — muchos de ellos confesando abiertamente su lealtad a Al Qaeda — brindando los combatientes más feroces y eficaces. La violencia continuará si el régimen cae; ya reinan el caos, la delincuencia y la anarquía en ​​las zonas “liberadas”. Aún más inquietante, el conflicto se está extendiendo. La formidable milicia Hezbollah del Líbano está apoyando abiertamente al régimen de Assad, así como los suníes libaneses abiertamente apoyan las banderas rebeldes. Igual que Turquía, Jordania siente los efectos de la carga masiva de refugiados, y su monarquía es despreciada por una oposición de profundas raíces islamitas. Mientras tanto, la filial de Al Qaeda en Irak, después de haber consolidado una alianza con sus hermanos sunitas extremistas al otro lado de la frontera de Siria, está preparándose para renovar la rebelión contra el régimen chiita cada vez más opresivo y sectario en Bagdad.

Hasta el momento, ni siquiera los neoconservadores están pidiendo una invasión o la ocupación de Siria por EUA. Pero debe resistirse su llamado para abastecer a los rebeldes con armas de mayor calibre, con o sin la cubierta de una zona de exclusión aérea. Siria está inundada de armas, y no hay manera de garantizar que las más sofisticadas armas estadounidenses no terminen en las manos de los extremistas. Deberíamos aprender de nuestra experiencia en Afganistán, donde Al Qaeda nació en medio de los muyahidines que armamos para luchar contra la Unión Soviética. Para el control de los cielos de Siria, EUA tendrían que atacar las instalaciones de radar, las baterías y bases aéreas en contra de las objeciones de Rusia, China e Irán. A diferencia de Libia, estos objetivos no se encuentran en el desierto, sino en las ciudades y suburbios, donde la posibilidad de víctimas civiles es mucho mayor.

Washington no tiene ninguna base legal para involucrarse en la guerra e Siria, directa o indirecta. Ni el régimen de Assad ha atacado a EUA, ni representar una amenaza inminente. No hay ninguna resolución de la ONU que se puede estirar para proporcionar ni siquiera la más débil cobertura para una intervención armada, como se hizo con Libia. Los intervencionistas liberales sugieren que la tragedia humanitaria proporcione la justificación para la guerra, pero eso va en contra del derecho internacional.

Afortunadamente, el pueblo estadounidense, cansado ​​de perder vidas y recursos en desventuras en el extranjero, se oponen incluso a armar a los rebeldes sirios. Ello refleja la opinión pública entre nuestros aliados europeos y en el mundo árabe, que ha visto suficiente de la libertad que llevan las bombas y misiles estadounidenses.

Sin embargo, los horrores de Siria no deben ignorarse. De hecho, EUA puede tomar medidas útiles. Obama debe presionar al Congreso y al Consejo de Seguridad de la ONU para que aumenten la ayuda humanitaria a la rápidamente creciente población de refugiados en los países vecinos, así como a los que dentro de Siria mueren de hambre. Se debe volver a comprometer a Rusia y China — y, a través de ellos, Irán — a que frenen a Assad, a la vez que Washington use su considerable influencia con Turquía, Arabia Saudita y Qatar para frenar su apoyo militar a los rebeldes, sobre todo a los extremistas yihadistas. (El reciente acuerdo entre Rusia y EUA para celebrar una conferencia internacional sobre Siria es un movimiento alentador en esta dirección). Y Obama debe restringir a Israel de provocar la guerra con Hezbolá. Parece poco probable ahora, pero con el tiempo los combatientes de Siria se cansarán de la guerra; a medida que lo van haciendo, Washington debe trabajar en estrecha colaboración con las potencias regionales para establecer un acuerdo de poder compartido.

Lo último que Obama debe hacer es comprometer a EUA con el derrocamiento del régimen de Assad. Podríamos ganar esa batalla, como lo hicimos en Irak — pero, de nuevo, seguramente perderíamos en la violencia que le sigue. Y nuestra intervención “humanitaria” sería responsable de la profundización de la catástrofe humanitaria.

Artículo en inglés