Revista The NationPublicado en inglés el 13 de marzo del 2013 en la revista The Nation bajo el título “Steubenville and Challenging Rape Culture in SportsTraducido con autorización especial. Por Dave Zirin.

Cuando yo tenía 14 años de edad, con las rodillas sanas y una sobreestimación obtusa de mis propias capacidades atléticas, jugaba para un equipo de basquetbol en New York City. Hay un momento de aquella temporada que supera todos los demás. Estábamos en el vestuario después de la práctica, bromeando, semidesnudos, cuando el entrenador Dan entró por la puerta. Dan no era un gran entrenador, pero lo compensaba su implacable positivismo. Era un hippie viviendo en la era equivocada, con una cola de caballo que le caía en sus espaldas, y una bolsa de mezcla de frutas secas que le hacía babear por la boca como el tabaco de mascar. Dan nunca permitió ningún tipo de juegos bruscos, hizo “chequeos de vibras” y habló con nosotros sobre el pacifismo mientras sonreía sofocado. Él sabía que nos estábamos riendo de él, pero realmente no le importaba.

David ZirinAquel día, Dan nos dijo con su típico entusiasmo de consejero de campamento que nos pusiéramos la ropa, porque una de las entrenadoras del equipo de niñas, una mujer a quien sólo recuerdo como Coach Deb, estaba a punto de venir y hablar con nosotros. Nos quejamos pero igual nos pusimos pantalones. Todo el mundo menos Tim. Todo lo que recuerdo es que Tim era sumamente alto, dolorosamente torpe y camuflaba algunas inseguridades profundas mediante chistes que disparaba con la velocidad de Rodney Dangerfield. Tim vio en esto un momento de humor y dijo, “¡Quedémonos sin pantalones porque así la podemos violar!”

Me gustaría poder decir si hubo risa o no pero que ni siquiera tuvimos la oportunidad de reaccionar. En un instante, el entrenador Dan le dio una bofetada a Tim. Al ver a un entrenador o una figura de autoridad adulta darle un manotazo a un chico de 14 años, incluso uno del tamaño de Tim, fue lo suficientemente impactante. Ver a Hippie Dan era similar a ver al Dalai Lama pisotear a alguien con sus sandalias. A todos nos dejó sin aliento y no estoy seguro de si o Tim Dan temblaba más. El entrenador Dan finalmente habló y dijo: “Lo siento, pero hay algunas cosas que no son para bromear”. Luego salió de los vestuarios y la práctica había concluído. El incidente nunca fue mencionado, pero Dan nunca fue tan firme, Tim dejó de hacer bromas y esa fue la primera y última vez durante aquella temporada que en los vestuarios se bromeó sobre una violación.

Esto se grabó en mi memoria, porque parece que se repite en mi cerebro cada vez que los deportes masculinos se usan para esconder un asalto sexual. A principios de este año, fue al ver que jugadores del equipo de la universidad de Notre Dame implicados en dos ataques sexuales, salían al juego sin alboroto a jugar el partido por el campeonato nacional, dirigido por un entrenador que pensaba que las acusaciones eran motivo de humor. Esta semana, se abre en Steubenville, Ohio, el juicio de dos miembros del legendario equipo de football de la escuela segundaria que enfrentan prisión juvenil hasta la edad de 21 años por agredir sexualmente a una niña de 16 años de edad. La defensa ha descrito a la joven como “una groupie del equipo de football borracha que vino de fuera de la ciudad”.

La realidad es que la cultura de la violación — la conversación, los chistes y las acciones que normalizan la violación — son parte del deporte. Demasiados atletas se sienten con el poder para ver a las mujeres como botín de cultura del atletismo. A la joven mujer en Steubenville la cargaron como un pedazo de carne, con la brutalidad documentada como si fuera una escapada de primavera a Daytona Beach. Tan normal parecía que que decenas de personas vieron lo que estaba pasando y no hicieron nada.

¿Por qué se sienten los jugadores con derecho a hacerlo, hasta el punto de que no sólo actúan de esta manera, sino también documentan su propio comportamiento? ¿Por qué sus compañeros los vieron sin hacer nada? El punto de partida es comprender a Steubenville, una pequeña ciudad no muy diferente de muchas otras en la región que antes se conoció como el Rust Belt. Esta es una ciudad postindustrial dañada donde hay poca esperanza y entusiasmo más allá de la dinastía “Big Red”, el programa de football de la escuela. Como un residente local dijo a Dan Wetzel de Yahoo! Sports: “Tenemos 16,000 personas en Steubenville y un estadio de 10,000 asientos. Eso lo dice todo”. Sitio web del equipo incluso dice que el football de Big Red “mantiene a Steubenville en el mapa”.

Debido a que el football de secundaria se encuentra en el centro de la vida social, psicológica e incluso económica de Steubenville, los jóvenes son tratados como semidioses, mientras que los adultos sirven de centinelas y custodios del programa sagrado. Cualesquiera que sean los resultados del juicio, es elocuente el hecho de que la joven esté encerrada en su propia casa bajo guardias armados a causa de amenazas de muerte.

El tono de esta actitud hacia el acusador lo fijó el entrenador del legendario equipo de football durante treinta años, Reno Saccoccia, cuya primera reacción al escuchar las acusaciones fue no tomar ninguna medida en contra de ninguno de los jugadores acusados ni los otros integrantes del equipo que estuvieron presentes y no hicieron nada. Cuando una periodista le preguntó por qué, el entrenador Reno la enfrentó “nariz a nariz” y le dijo, “Va a recibir lo suyo. Y si usted no recibe lo suyo, alguien cercano lo va a recibir”.

Yo no creo que la cultura de la violación sea una parte endémica de los deportes masculinos. Yo creo que la cultura de la violación es una parte endémica de adolescentes a quienes los adultos tratan como dioses por su capacidad para jugar. También creo que la cultura de la violación en los vestuarios puede ser destruída con la intervención activa de los entrenadores que toman en serio la violencia contra las mujeres. No deberíamos tener que pedirles que golpeen a sus jugadores para comunicar este mensaje. Como Zerlina Maxwell podría decir, a estos jóvenes se les puede enseñar a que no violen.

Reno Saccoccia es un icono. No tengo ni idea de lo que le pasó a mi entrenador Dan, pero sé cuál de ellos prefiero tener como entrenador de mis hijos. La cultura de la violación es parte de la cultura del vestuario del entrenador Reno, pero tenga usted la certeza de que no fue parte de la mía, algo por lo que estaré eternamente agradecido. Esperemos que Tim esté en algún lado, que finalmente haya llenado ese marco de metro ochenta y cinco, y que parte de él también esté agradecido.

Artículo en inglés